Vivir en Comunión



Llevo unos meses haciendo un curso de formación dirigido a los profesores de religión y uno de los temas que hemos tratado es el de la Iglesia.

Ante ciertos acontecimientos recientes que han sido bastante difundidos y otros menos conocidos pero demasiado habituales en la vida nuestra Iglesia, deseo hacer hoy una reflexión sobre una de las cuestiones que hemos visto en el curso: la "Espiritualidad de la Comunión".

San Pablo nos regaló una imagen preciosa de la Iglesia: ella es el Cuerpo de Cristo. Cristo es cabeza de la Iglesia y todos los que formamos parte de ese cuerpo, somos sus miembros.

Con esta imagen es fácil sacar conclusiones muy claras:

- Como en el cuerpo, cada miembro tiene una función muy concreta y diferente a la del resto de miembros.

- Todas las funciones son importantes, o ¿acaso no se resiente el cuerpo si falla cualquier función por insignificante que pueda parecernos?

Es por esto por lo que en la Iglesia debemos aprender a vivir la Espiritualidad de comunión, ya que la lucha interna de unos miembros contra otros sólo consigue hacer que se resienta todo el cuerpo.

Pero, ¿qué es exactamente la Espiritualidad de comunión?

La Espiritualidad de comunión es sentir en nuestro interior el misterio de la Trinidad, que es la unión amorosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y trasladar a nuestro vivir cotidiano y a nuestras relaciones con los demás ese amor que nos une de una forma auténtica, en la que cada uno mantenemos nuestra propia identidad pero, a su vez, hacemos de nuestra vida un reflejo de la misericordia de Dios, sufriendo con el hermano que sufre, gozando con el que goza, estando pendiente de sus necesidades para poder atenderlo desinteresadamente. Así es como Dios nos ama.

La espiritualidad de la comunión es, por tanto, vivir rechazando constantemente la tentación del individualismo, del egoísmo, del orgullo.

Respetar y apreciar la función de los otros miembros.

Olvidarnos de la competitividad en la que estamos inmersos, cambiar nuestro ritmo de “carrera” por el de “marcha” durante la cual se acompaña, se apoya, se dialoga, nos interesamos por el otro. Poniendo mucho cuidado y todo nuestro empeño por hacer las cosas lo mejor posible ya que van dirigidas a los demás, que son hermanos nuestros y a los que estamos unidos por una misma cabeza, un mismo Dios que nos ama y nos enseña a amar. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida”.

La espiritualidad de comunión debería ser el principio educativo en todos los lugares donde se forma al ser humano y, en concreto, al cristiano, tanto en la Iglesia (parroquia, seminarios, grupos de jóvenes...), como en la escuela y en la familia.

Es muy importante que se eduque en esta espiritualidad para poder empezar a vivirla en todos los ambientes.

El otro día, una amiga se quejaba de que estamos fomentando desde la escuela, desde las familias, desde los medios de comunicación, un estilo de vida pasivo en el que quien más se aprovecha del esfuerzo y del trabajo de los demás, más gana.

Frente a este estilo de vida, los cristianos debemos fomentar la espiritualidad de la comunión, para hacer de las nuevas generaciones gente responsable, que trabaja y se esfuerza y, también, que ayuda a los demás a alcanzar sus propias metas.

Poco antes de nacer mi hija hubo una persona que me dijo: “¡Pobrecita!¡A qué mundo va a venir!”. En un primer casi le doy la razón, sin embargo enseguida caí en la cuenta de que habría sido un error lamentarme con ella, así que le contesté: “Precisamente por eso debemos enseñarle a mejorarlo”.

Parece una utopía pero es bueno luchar por alcanzar esta espiritualidad para que los cristianos podamos seguir transformando el mundo, como así ha sido desde hace dos mil años.

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