La grandeza de hablar con Dios


Cada nuevo curso, cambian las clases y cambian muchos de mis alumnos, pero lo que no cambia es la curiosidad de mis chicos sobre cómo me comunico yo con Dios. "¿Tú le has oído alguna vez?, ¿Es que a ti te habla? ¿Cómo puedes saber qué te dice?" me preguntan.
Lo cierto es que a su edad, la oración era para mí una de mis grandes "asignaturas pendientes".
Desde bien pequeña recuerdo que me inculcaban la importancia de la oración en la familia, en el colegio y en el grupo de niños al que pertenecía (la RIE, cuyo carisma principal es el acompañamiento de Jesús en el sagrario).
Sin embargo, yo no acababa de sentir en mi interior el valor de la oración, porque yo hablaba, sí, pero a mí nadie me respondía. Y esa sensación de soledad fue haciendo de mi oración una obligación sin ningún tipo de aliciente, finalmente, una carga pesada.
Pero dicen que la gracia de Dios es terca, y si encuentra una puerta cerrada busca una ventana.
Él acabó encontrando "esa ventana".
Estaba en mi segundo curso de la carrera de Derecho cuando me invitaron a realizar unos ejercicios espirituales que durarían cinco días.
Reconozco que fue una experiencia dura. De los cinco días, creo que cuatro y medio los pasé entre lágrimas. Y, es que, hacer silencio para encontrarse con uno mismo es doloroso porque te topas de golpe con tus pequeñeces, con tus limitaciones y miserias. Para colmo, era incapaz de sentir la presencia de Dios de una forma especial durante mis ratos de oración de aquellos días y eso hacía que me sintiera aún peor.
Providencialmente, cayó en mis manos un texto en el que se relataba la experiencia de Sta. Teresa de Jesús con la oración. Explicaba que ella vivió nada menos que ¡Quince años de sequía espiritual!, quince años rezando todos los días durante tantas horas... ¿¡Sin sentir nada!? Y sin embargo, llegó a ser una de nuestras grandes místicas, llegó a una unión tan íntima con Dios que se elevaba durante su encuentro con el amado.
Saber aquello me tranquilizó. Si Sta. Teresa pasó por esa sequía ¿cómo podía yo aspirar a sentir a Dios en mi oración íntimamente sin haberme esforzado a penas nada?
El quinto día de los Ejercicios descubrí que la comunicación con Dios es un don, un regalo. Y Dios quiso hacerme partícipe de él, a pesar de no tener méritos.
Fue una canción, en una de las últimas reflexiones que nos dieron, la que hizo que saltaran los cerrojos de mi ventana y ésta se abriera de golpe. En ella Cristo nos decía: "Nadie te ama como yo. Mira la cruz, fue por ti, fue porque te amo".
Sentí que si Dios me había creado tal y como era, y que me amaba a pesar de mis miserias, ¿quién era yo para rechazarme a mí misma? No valorarme como persona suponía una ofensa a Dios, que me quiere tal y como soy. A su vez, eso mismo me comprometía a mejorar, pero con la serenidad de hacerlo bajo el amparo del Ser que mejor me conoce y más me ama.
Parece increíble ver cómo las tinieblas desaparecen de forma tan fulminante.
Dios actúa así, unas veces con la suavidad de la brisa, otras con la fuerza del huracán.
Desde aquel momento, leer las Sagradas Escrituras en mis ratos de oración se convirtió en uno de los momentos más iluminadores de mis días. Quedarme serenamente contemplando la presencia del Señor en el Sagrario, un encuentro personal que me llena de paz y seguridad.
Enseñar a rezar es una tarea muy complicada, la oración es una búsqueda y un encuentro. Lo que sientes no puede aprenderse de otros, aunque puedan ayudarte. Cada uno debe vivir su propia experiencia para entender lo que supone.
A mis alumnos les digo que puedo intentar describirles con grandes palabras cómo siento que mi alma se llena cuando "escucho" a Dios (es semejante a lo que se siente al contemplar una obra hermosa o una música que nos eleva), pero que nunca llegarán a entenderlo hasta que tengan su propia experiencia personal. Lo mismo sucede con el amor, hasta que uno no se enamora no llega a comprender el verdadero alcance de los miles y miles de palabras que se han escrito sobre el amor.
Y es que, el encuentro con Dios, es un encuentro con el Amor.

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