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La importancia de permanecer unidos


Ya dediqué una de mis reflexiones a hablar de la unidad entre los católicos, pero deseo retomar ese tema porque me duele mucho ver cómo, entre nosotros, no obramos como Jesús nos pidió.
Escucho en los ataques externos a la Iglesia que estamos divididos y deseo creer que nuestra fe en Jesucristo prevalece por encima de nuestros propios intereses. Pero asisto en numerosas ocasiones a un hecho muy doloroso que es el de tener que escuchar cómo entre los nosotros nos lanzamos acusaciones y nos ponemos etiquetas llamando a unos “progresistas” y a otros “conservadores” con la clara intención de despreciarnos.
Nuestra Iglesia es Católica, y católico significa Universal, por eso considero que estamos haciendo lo contrario a la voluntad de universalidad de Dios, de su mensaje y de su salvación, al ponernos esas etiquetas y crear barreras entre nosotros.
Por desgracia, estas desavenencias y desencuentros no son nada nuevo en la historia de la Iglesia. San Pablo se esforzó en transmitirnos la importancia de permanecer unidos.
Parece que aún está en plena vigencia la exhortación que nos hace en su primera carta a los Corintios: “Yo, hermanos, no pude hablaros como a quienes poseen el Espíritu, sino como a gente inmadura, como a cristianos en edad infantil. Os di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podíais asimilar. Tampoco ahora podéis, pues seguís siendo inmaduros. Porque, mientras haya entre vosotros envidia y discordia ¿no es señal de inmadurez y de que actuáis con criterios puramente humanos? Cuando uno dice "Yo soy de Pablo", y otro "Yo soy de Apolo", ¿no procedéis al modo humano? Porque, ¿qué es Apolo y qué es Pablo?... ¡Servidores, por medio de los cuales llegasteis a la fe!, cada uno según el don que el Señor le concedió”. (1 Cor 3, 1 – 5)
En la carta a los Romanos, se utiliza una imagen muy pedagógica para describir a la Iglesia: somos el Cuerpo de Cristo. “Porque como en un cuerpo hay muchos miembros y no todos tienen la misma función, así también nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo al quedar unidos a Cristo”. (Rom. 12,4 - 5)
Cada uno de nosotros tenemos diferentes dones, diferentes cualidades, aptitudes o capacidades, según sea el don recibido así deberá ser nuestra función dentro de la Iglesia.
Vuelvo a la primera carta a los Corintios: “Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de actividades, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. A cada uno se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos” (1 Cor 12, 4 - 7).
Y no debemos considerarnos superiores a los demás, porque nuestra cualidad es un regalo recibido de Dios para el servicio de todos los miembros del cuerpo, ni tampoco debemos criticarnos unos a otros por tener cualidades diferentes: “Aunque hay muchos miembros, el cuerpo es uno” (1 Cor 12,20). No podemos decirnos unos a los otros que no nos necesitamos. Ni andar con envidias o desavenencias.
Todos somos templos de Dios en los que habita el Espíritu Santo, por eso no tenemos que destruirnos unos a otros, porque el templo de Dios es sagrado y nosotros somos ese lugar en donde Él habita. Por eso se nos pide que hagamos lo posible por vivir en paz con todos los hombres. (Rom. 12, 18)
“No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con la fuerza del bien” (Rom. 12, 21)
Es triste que andemos enfrentados en nombre de la verdad porque solo hay una Verdad que es Cristo: Camino, Verdad y Vida. Y Él nos dejó como legado un mandato que nos serviría para que siempre estuviéramos unidos: “Amaos los unos a los otros”.

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Jóvenes en busca de sentido


He visto noticias sobre cómo distintos operadores turísticos preparan un paquete especial para que vengan hasta España jóvenes de otros países Europeos y pasar aquí unas cuantas horas para ir “de fiesta”. Su estancia es corta pero intensa. No tienen necesidad de buscar alojamiento porque pasarán esas horas nocturnas de bar en bar, de discoteca en discoteca, con un completo “todo incluido” en lo referente a las bebidas.


He visto en las noticias cómo jóvenes españoles o residentes en España pasan las noches de los fines de semana en las calles y plazas de nuestras ciudades celebrando lo que popularmente se ha llamado “botellón”.


Los jóvenes buscan el sentido a su vida y el camino que escogen se refleja también en sus diversiones, intentan sacar el jugo a su vida viviendo una fiesta de la que, por desgracia, sólo ellos participan, ya que sus actitudes acaban provocando graves molestias al resto de ciudadanos y lo que es aún peor, su forma de comportarse menoscaba en muchos casos su propia dignidad. Beben más de la cuenta porque sin alcohol parece que no es posible estar alegre, acaban sin poder controlarse a sí mismos, gritan hasta quedar afónicos, ensucian más de la cuenta y muchos terminan la fiesta inmersos en disputas con consecuencias más o menos graves. Las repercusiones de su forma de diversión son bastante negativas, no sólo para ellos mismos, aunque de eso se darán cuenta a largo plazo, sino también para los demás. Son muchos los padres que viven preocupados cada fin de semana por el estado de sus hijos. Además hay destrozos en las calles, suciedad y mal ambiente... Esto es lo que deja su fiesta particular. Muchos vecinos que viven por las zonas se quejan porque no pueden acceder a sus domicilios con serenidad durante esas fiestas, o porque no les dejan descansar o porque están hartos de tener que gastar dinero en los arreglos de sus inmuebles. Semanalmente buena parte de los presupuestos municipales van destinados a recomponer el estado natural de nuestras ciudades.


Conversando con diversos grupos de jóvenes acerca de sus formas de diversión, se reconocen cansados de hacer siempre lo mismo pero dicen carecer de otras alternativas o no son lo suficientemente valientes como para desmarcarse y hacer algo distinto. Se han acostumbrado a vivir los fines de semana de esa manera y si no lo hicieran se verían socialmente rechazados.


Este verano, en el mes de agosto, he visto jóvenes procedentes de todo el mundo llenar nuestros pueblos y ciudades.


He visto miles de jóvenes de más de 140 nacionalidades diferentes inundando las calles, las plazas, los parques, los autobuses y el metro de Madrid. Ellos también estaban de fiesta pero había una diferencia radical, porque estos jóvenes no provocaban molestias o malestar a su alrededor sino que transmitían su alegría por donde iban. Porque estos jóvenes hacían sonreír y participar de su fiesta al resto de ciudadanos. Las repercusiones de su diversión sí eran positivas. Cantaban y enarbolaban sus banderas como símbolos de identificación pero todos eran capaces de hablar el mismo idioma para conseguir el encuentro y la amistad entre ellos.


Y yo me pregunto ¿qué les diferencia?


Creo que todos, más aún los jóvenes, necesitamos buscar el sentido a nuestras existencias, intentar entender para qué estamos aquí y así poder alcanzar la felicidad que todo ser humano ansía. Sin embargo, muchos dejan pasar su vida sin atender a esa necesidad o buscan respuestas en lugares equivocados.

El Papa Benedicto XVI dijo en el discurso que pronunció a su llegada a Barajas el día 18 de agosto: “Vengo aquí a encontrarme con millares de jóvenes de todo el mundo, católicos, interesados por Cristo o en busca de la verdad que dé sentido genuino a su existencia”.


Los jóvenes de la JMJ nos han demostrados a todos que otra forma de diversión es posible. Que se puede estar alegre sin necesidad de utilizar el alcohol porque la alegría que viene de dentro es la que se contagia a los demás. Porque su interior, que aún está en busca de sentido ya está lleno, lleno de inquietudes y ansioso de respuestas, como todos, pero con una gran diferencia: tienen FE. Fe en que encontrarán a Alguien que dé respuestas a sus preguntas y que colmará sus anhelos. Se saben amados por ese Alguien y no se sienten vacíos y, por lo tanto, no necesitan llenarse a cualquier precio y eso, quieras que no, se refleja en su existencia y en los frutos que dan sus vidas.


Mil gracias a todos los jóvenes de España y a los que han venido de fuera, muchos desde tan lejos, para mostrarnos que sí podemos mirar al futuro con esperanza.


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Vivir en Comunión



Llevo unos meses haciendo un curso de formación dirigido a los profesores de religión y uno de los temas que hemos tratado es el de la Iglesia.

Ante ciertos acontecimientos recientes que han sido bastante difundidos y otros menos conocidos pero demasiado habituales en la vida nuestra Iglesia, deseo hacer hoy una reflexión sobre una de las cuestiones que hemos visto en el curso: la "Espiritualidad de la Comunión".

San Pablo nos regaló una imagen preciosa de la Iglesia: ella es el Cuerpo de Cristo. Cristo es cabeza de la Iglesia y todos los que formamos parte de ese cuerpo, somos sus miembros.

Con esta imagen es fácil sacar conclusiones muy claras:

- Como en el cuerpo, cada miembro tiene una función muy concreta y diferente a la del resto de miembros.

- Todas las funciones son importantes, o ¿acaso no se resiente el cuerpo si falla cualquier función por insignificante que pueda parecernos?

Es por esto por lo que en la Iglesia debemos aprender a vivir la Espiritualidad de comunión, ya que la lucha interna de unos miembros contra otros sólo consigue hacer que se resienta todo el cuerpo.

Pero, ¿qué es exactamente la Espiritualidad de comunión?

La Espiritualidad de comunión es sentir en nuestro interior el misterio de la Trinidad, que es la unión amorosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y trasladar a nuestro vivir cotidiano y a nuestras relaciones con los demás ese amor que nos une de una forma auténtica, en la que cada uno mantenemos nuestra propia identidad pero, a su vez, hacemos de nuestra vida un reflejo de la misericordia de Dios, sufriendo con el hermano que sufre, gozando con el que goza, estando pendiente de sus necesidades para poder atenderlo desinteresadamente. Así es como Dios nos ama.

La espiritualidad de la comunión es, por tanto, vivir rechazando constantemente la tentación del individualismo, del egoísmo, del orgullo.

Respetar y apreciar la función de los otros miembros.

Olvidarnos de la competitividad en la que estamos inmersos, cambiar nuestro ritmo de “carrera” por el de “marcha” durante la cual se acompaña, se apoya, se dialoga, nos interesamos por el otro. Poniendo mucho cuidado y todo nuestro empeño por hacer las cosas lo mejor posible ya que van dirigidas a los demás, que son hermanos nuestros y a los que estamos unidos por una misma cabeza, un mismo Dios que nos ama y nos enseña a amar. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida”.

La espiritualidad de comunión debería ser el principio educativo en todos los lugares donde se forma al ser humano y, en concreto, al cristiano, tanto en la Iglesia (parroquia, seminarios, grupos de jóvenes...), como en la escuela y en la familia.

Es muy importante que se eduque en esta espiritualidad para poder empezar a vivirla en todos los ambientes.

El otro día, una amiga se quejaba de que estamos fomentando desde la escuela, desde las familias, desde los medios de comunicación, un estilo de vida pasivo en el que quien más se aprovecha del esfuerzo y del trabajo de los demás, más gana.

Frente a este estilo de vida, los cristianos debemos fomentar la espiritualidad de la comunión, para hacer de las nuevas generaciones gente responsable, que trabaja y se esfuerza y, también, que ayuda a los demás a alcanzar sus propias metas.

Poco antes de nacer mi hija hubo una persona que me dijo: “¡Pobrecita!¡A qué mundo va a venir!”. En un primer casi le doy la razón, sin embargo enseguida caí en la cuenta de que habría sido un error lamentarme con ella, así que le contesté: “Precisamente por eso debemos enseñarle a mejorarlo”.

Parece una utopía pero es bueno luchar por alcanzar esta espiritualidad para que los cristianos podamos seguir transformando el mundo, como así ha sido desde hace dos mil años.

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La Clase de Religión


Iniciamos un nuevo curso y a los profesores de religión nos ataca cada año por estas fechas la incertidumbre sobre el número de alumnos que habrán decidido matricularse en la asignatura que impartimos porque va a condicionar todo nuestro trabajo durante los próximos nueve meses.
Nos afecta muchísimo que haya alumnos que han decidido dejar la asignatura y nos llena de felicidad lograr que alguno haya optado por ella. Uno no deja de preguntarse a lo largo de todo el curso, pero más en estos momentos sobre sus aciertos o desatinos y sobre cómo hacer “encajes de bolillos” para conseguir aumentar el número de alumnos en sus aulas. Cada vez las cosas se nos ponen más difíciles. Este curso, incluso a la asignatura de religión, le está afectando la crisis. Curioso ¿verdad?, pues es así, ya que al decidir recortar al máximo posible el personal docente de religión, nos están privando de tiempo para dedicarles a nuestros alumnos, tanto dentro como fuera del aula, y eso supone una merma en la calidad de lo que hacemos, con lo que su previsible consecuencia será la bajada de matrícula el curso que viene. Y esto es “la pescadilla que se muerde la cola”.
Luchar porque nuestros chicos y chicas adquieran una formación religiosa cada vez está siendo más complicado, ofrecer una asignatura en la que tendrán muchas cosas positivas, pero también tendrán que trabajar frente a una optativa que es básicamente no hacer nada es todo un reto.
Sin embargo y, a pesar de todo, la providencia de Dios actúa y gracias a ella conseguimos atraer a los chavales que serán la clave nuestro futuro y el de nuestro mundo.
¿Por qué yo como alumno o yo como padre, haría bien en matricularme en la asignatura de Religión?
Son numerosísimas las razones que podemos esgrimir a favor de ello. Empezando por el hecho más que demostrado de que todos los seres humanos nos caracterizamos por una necesidad de trascendencia, una necesidad de ir más allá de nosotros mismos y de la realidad más cercana que tenemos para lograr dar respuesta a la pregunta por el sentido de nuestra vida. Sería imposible suprimir la cuestión religiosa en el ser humano sin cortar una parte importantísima de su propio ser y existir.
Además, la finalidad de la educación, está en el desarrollo integral, completo, de la persona para conseguir desplegar todas sus facultades y cualidades. Y para ello es necesario cultivar la dimensión religiosa como una pieza clave dentro de la educación.
A principios del s. XX, un socialista francés, Jean Jaurès, escribió y publicó una carta a su hijo exponiendo de forma muy acertada los razonamientos que muestran la necesidad de la formación religiosa para conseguir una educación completa de la persona.
Por su claridad y acierto he decidido trascribir parte del texto.

Cuando tengas la edad suficiente para juzgar, querido hijo, serás completamente libre para elegir; pero tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas, y no lo serían sin un estudio serio de la religión.
¿Cómo sería completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el mundo discute? ¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?
¿Qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? ¿Qué comprenderías del arte, de las letras, del derecho, de la filosofía o de la moral? La religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización.
Nada hay que reprochar a los que practican fielmente las leyes de la iglesia y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin nociones religiosas.
En cuanto a los que hablan de libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería. Muchos anti-católicos conocen por lo menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa y su conducta prueba que han conservado toda su libertad.
Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que pueden serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder elegir.

Ahora, ya sólo me queda pedir que todos nos esforcemos en apoyar la formación religiosa de nuestra gente más joven.

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