DIARIO: UNO DE TANTOS POSITIVOS (13 Y FINAL)

 Día 13 y final del diario






El bichito este ha decidido que en casa sigamos empatados y en paridad, Iván ha vuelto a tener PCR positivo y con Clara ya son dos, ante mi marido (que aguanta como un campeón) y yo que ya me he "negativizado" (nunca creí en la bondad de esa palabra y ahora me parece fabulosa).

Así que seguimos caminando con serenidad y abandono en el Señor. Buen humor y mucha creatividad. Cuidando unos de otros. Aprendiendo, buscando bajo las bendiciones disfrazadas y sobre todo, CONFIANDO.


Ángeles y duendes cuidando de nosotros

(me encanta cada vez que Evelio -sacerdote misionero Trinitario- nos habla de ellos)


A las seis de la mañana de mi primera noche de hospital, entró todo un equipo de sanitarios en mi habitación 17, celadores, auxiliares de enfermería y enfermera junto con una cama. En ella venía Araceli, mi primera compañera de las tres que tuve durante esos 5 días.

Agitada por el susto de la entrada repentina en mi cuarto el trato de la enfermera a Araceli me conmovió muchísimo, le hablaba con voz potente pero sin perder ni un ápice de ternura, así se aseguraba que Araceli le escuchara bien. 

Vi que quería comprobar que Araceli estaba lo suficientemente consciente y centrada. Le preguntó su nombre, si tenía hijos, si sabía donde estaba... todo mientras hacía su labor con una coordinación fascinante dentro de su equipo de protección. 

Después de atender entre todos a Araceli nos dejaron solas, no hablé con Araceli, se le notaba cansada. Ambas nos quedamos dormidas. 
Sabía que en ese encuentro me correspondía a mí tomar la iniciativa pero por la mañana vería cómo gestionar mi inmensa timidez.

El día siguiente Araceli solo parecía estar despierta cuando le daban de comer, recibía medicación o le hacían alguna prueba. Empezar a hablar con ella fue un proceso lento pero muy natural, mi timidez fue vencida por los sentimientos que la docilidad de Araceli me generaba. 

Desde que llegó supe que tenía 10 hijos, contó que uno había fallecido recientemente. Esa maternidad me abrió el corazón y la imaginación. Percibía en Araceli a una mujer firme y fuerte, una mujer luchadora. Cuando venían a darle la comida y hablaban con ella yo les informaba con admiración de que tenía 10 hijos y eso le servía para que Araceli se animara a seguir hablando y seguramente a sentirse atendida no solo en lo físico sino también en lo profundo.

Después de comer volvía a quedarse dormida. Por la tarde llegó Teodora y Araceli no mostró en ningún momento ningún tipo de malestar ni queja en las tres horas siguientes durante las cuales Teodora no dejó de hablar descentrada como estaba. 

Araceli estaba entre Teodora y yo y alguna vez la desperté asustada cuando trataba de hablar a Teodora para calmarla. Y después, Araceli seguía su sueño.

La noche prometía con Teodora pero nos sorprendió con un sueño profundo y el coro a dos voces de algún ronquido que otro de ambas (igual también hubo alguno mío pero... de eso no puedo ser testigo).

Al día siguiente Araceli mostró una notable mejoría, estuvo prácticamente despierta todo el tiempo. Así que pudo contarme muchas de aquellos a quienes más quería, su familia. Decía con mucho orgullo que había dado una educación a todos sus hijos. 
Le daba pena no haber podido estar más tiempo con uno de ellos que había venido de otra ciudad estos días por haber tenido que ingresar ella.
No sabía contar la cantidad de nietos que tenía y me dijo que ya era bisabuela. 
Insistía en que esto del coronavirus nos había puesto en una situación peor que la que hubo durante la guerra civil porque durante la guerra te podías juntar con los tuyos y ahora no. De hecho lamentaba no haber podido ir ni siquiera a la tumba de su hijo aún por las restricciones para entrar en el cementerio.

Y en su tono y en sus explicaciones, nunca noté reproches ni protestas, había una serenidad que me tenía atrapada. 

Desde que llegó no dejaba de pensar en sus hijos y el resto de su familia. Deseaba conocer algún teléfono para haberles podido hacer una videollamada con su madre, pero Araceli no recordaba los números. 
Mi cabeza no dejaba de pensar en cómo desearían estar en mi lugar, allí, al lado de ella. Pero sin embargo ellos no podían... y yo sí. Ese era mi privilegio, un privilegio no buscado, pero un privilegio.

Reflexioné mucho sobre la situación de tantos enfermos que viven su ingreso sin poder tener la compañía de ninguno de sus seres queridos, y pensé mucho en lo duro que debía de ser para los familiares no poder estar ahí, al lado, viendo y viviendo esas horas con ellos.

Desde que empezó todo esto lo he pensado y ahora me reafirmo, lo más cruel de esta enfermedad es la soledad a la que deja abocada a quien la padece, más aún si son mayores y no disponen de un móvil que les acerque a sus seres queridos.

Teodora insistía en que estaba tardando mucho su familia en regresar y se preguntaba en qué se estaban entreteniendo. Pero fue capaz de darse cuenta de que a mí tampoco me venía nadie a ver y creo que eso le aliviaba. Muchas veces le repetí que no podían y eso era bueno porque así les cuidábamos y protegíamos, pero le repetía que seguro que estaban informados y pendientes, y con muchas ganas de volver a verla.

¿Cómo se puede cuidar el alma a la vez que cuidan tu cuerpo cuando estás ingresado e indefenso? De ahí la gran labor de todos los sanitarios, pero es materialmente imposible que lleguen a poder dar todo lo que necesitan en este sentido a los enfermos ingresados.

Araceli ya no pasó una segunda noche con nosotras, le trasladaron a otra planta. Me llenó de ternura y de melancolía ver cómo cuando le dijeron que le cambiaban de planta expresó su pena por nuestra separación, y aún así, continuó siendo dócil.

La última vez que la vi fue cuando se la llevaron en su cama y ya casi en la puerta levantó su mano por encima de la cabeza exclamando con el tono de voz más potente que había tenido en todo ese tiempo: "¡Adiós, compañera!"

Le pedí que se pusiera buena pronto... y se la llevaron.

Aquella enfermera que la atendió al llegar era Almu, como ya he contado en otra ocasión, ella me presentó a Araceli y ella me dio la noticia hace dos días de su partida a la Casa del Padre. Nadie mejor que ella para contármelo.

Después de saberlo me costó quedarme dormida, en mi mente empezaron a visualizarse los detalles más mínimos de mi breve estancia con Araceli. Y di gracias por el privilegio de haber estado con ella en su últimos días aquí en la tierra porque seguro que a sus hijos y a sus nietos les habría encantado estar en mi lugar.

Ahora Araceli ya está con su marido y con su hijo, sin necesitar ir a verlo al cementerio.
Ahora Araceli está entre los ángeles y los duendes que velan nuestro descanso.


A quien lea esto, le hago una propuesta y es la de rendir un minuto de oración, meditación, silencio... aquello con lo que se sienta más identificado, por todos aquellos que se han ido sin poder pasar de este mundo al otro sin la compañía de sus seres queridos.

¡Adiós, compañera! 


0 comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tu comentario, será publicado en unos minutos

  ©Template by Dicas Blogger.