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Sed de sonrisas




Hoy deseo compartir una tierna y dulce anécdota. La pasada semana estuve con mis hijos en una tienda de cosméticos y mi hijo Iván se quedó prendado de unas bolitas trasparentes que usaban para adornar algunos expositores de productos de belleza. Pidió permiso para llevarse unas poquitas y las guardó como si fuera el mayor de los tesoros. Las envolvió en papel y cuidó de ellas con mimo toda la tarde.
A la mañana siguiente, yo ya no recordaba aquellas bolitas. Fuimos en coche al centro de la ciudad y tras aparcar, según le bajaba de su asiento, me comentó: “Voy a regalar estas bolitas a las personas que más me gustan”.
A penas hice caso de su curioso comentario, interpreté que se las daría a alguien de la familia o a algún amigo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando le veo correr detrás de la gente que pasaba por la acera y luego venir a mí, para decirme, con cierta desolación, que nadie quería sus bolitas.
Sin embargo, no se rendía. La siguiente persona en pasar fue una abuela que paseaba a su  nieta en una sillita. Iván se acercó a ella y sin pudor alguno puso en su mano una bolita. La abuela la miró con sorpresa y desconcierto. Entonces yo le expliqué: “Me ha dicho que quiere regalárselas a las personas que más le gustan”. La sonrisa de aquella mujer fue instantánea y maravillosa. Atendió a Iván con un cariño impresionante. Iván le dijo que guardara esa bolita en un joyero porque era una joya.
Tras una conversación muy amena y cordial, nos despedimos de ella. Iván iba feliz, y la señora no dejaba de sonreír.
Inmediatamente Iván salió corriendo hacia otra persona que venía por la calle, alargó su mano y le regaló una nueva bolita. Y así lo hizo una y otra vez hasta que llegamos a nuestro destino. Nos cruzamos con más de media docena de personas y todas ellas tuvieron la misma reacción: inicialmente el asombro que les dejaba paralizados sin saber cómo reaccionar, y tras mi explicación de que Iván había decidido regalárselas a quienes más le gustaban, se dibujaba en su rostro una sonrisa y le dedicaban a Iván palabras de cariño. Todos se despedían de nosotros sonriendo.
Verdaderamente, aquellas minúsculas bolitas de plástico transparente eran una joya. La joya que había logrado llevar un poquito de luz al día de aquellas personas que se cruzaron con Iván.
Esa experiencia me ha dejado fascinada. ¡Estamos sedientos de sonrisas! Las personas vamos por la calle absortos en nuestros pensamientos, planificando la jornada, imbuidos en nuestros problemas, machacándonos la imaginación con ideas absurdas y mil cosas más. Pero si un desconocido, de pronto irrumpe en nuestro ensimismamiento y nos regala la joya de una sonrisa y sabemos apreciar su valor, esa joya puede transformar definitivamente nuestro día.
Esa anécdota me recuerda también a la de aquellas personas que iban durante la Jornada Mundial de la Juventud con un cartel que ponía: “Regalo abrazos”.
Necesitamos sonrisas, necesitamos signos de afecto sincero entre nosotros, necesitamos sentir que no somos individuos aislados. El mundo puede ser transformado a base de pequeños gestos  de gratuidad y de amor.
Ya lo decía José Luis Perales en una de sus canciones:
“Con una sonrisa puedo comprar todas esas cosas que no se venden.”





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Por sus frutos los conoceréis


En los últimos días, no sé si será con la llegada del buen tiempo, o porque las hormonas andan revueltas, me he encontrado con varios enfrentamientos entre los alumnos en las clases.
Los chicos han entrado casi sin darse cuenta en una espiral de faltas de respeto e insultos de las que ahora no quieren o no saben salir. ¡Y me da tanta pena y tanta rabia verlos hacerse tanto daño!
La única forma de romper con ese mal ambiente es que alguien corte la espiral. Y para eso, hacen falta muchas dosis de paciencia, de humildad y de perdón.
Me esfuerzo, no por mediar entre ellos ya que les cuesta escuchar, sino por hacerles caer en la cuenta de que así, no llegarán a ningún sitio en donde encuentren la felicidad. Pero, sólo el paso del tiempo mostrará si todo ese esfuerzo sirve para algo positivo o no.
Como ya he comentado en otras ocasiones, no es a nosotros, a los que nos dedicamos a la enseñanza, a quienes nos corresponde recoger los frutos de lo que sembramos día a día, con constancia y tesón.
Continuamente debo hacer un ejercicio interno para asumir que es así y no llegar a desesperar o dejarme vencer por el desánimo.
En la vida, todo aquello por lo que nos esforzamos y por lo que luchamos, todo por lo que sufrimos, termina dando sus frutos si nos enfrentamos con serenidad y determinación a la cruz que nos toca llevar. Si lo hacemos con la confianza puesta en el amor de nuestro Dios Padre, que nos cuida y protege por encima de todo, los frutos serán muy buenos y serán abundantes. Y ya nos dijo Jesús: “¡Por sus frutos los conoceréis!”
El problema está cuando nos impacientamos y queremos recoger esos frutos de forma inmediata, sin dejar que la plantita surja de la tierra, que se eleve del suelo y que acabe floreciendo.
Una vez aceptado que el papel del educador es el de sembrar y no el de recoger, mi trabajo se aligera, mi paciencia se multiplica y mi determinación se fortalece. Solo así podemos afrontar cada nuevo día nuestra tarea como un reto y no como una carga.
A pesar de eso, en ocasiones tengo incluso el inmenso privilegio de recibir alguna “cosecha”, que, por pequeña que sea, la acojo como un regalo enorme.
Siempre dije que me bastaba con saber que una sola frase, un detalle o una atención en mis clases, podía haber servido para iluminar la vida de alguno de mis alumnos para saberme recompensada por todo mi trabajo. Sin embargo, cada curso compruebo que ¡recibo de ellos muchísimo más que eso!
Mirar a los ojos de mis chicos, descubrir en ellos algo de lo que ni siquiera son aún conscientes, y pedirles que luchen, que saquen fuera lo mejor de sí mismos, que no se conformen con cualquier cosa porque han nacido para SER FELICES, ya que ése es el deseo de Dios, es para mí, vivir en una posición muy privilegiada. Mi vocación como profesora me regala esa posición.
Pero si, además, con el paso del tiempo, compruebo cómo alguno de los chicos que más quebraderos de cabeza dieron en su día, va madurando y aprendiendo a dar sentido a su vida… ¡Eso sí es para mí como el “sueldo” de todos estos años! ¡Eso sí es poder recoger los frutos, los frutos de mis chicos!… ¡Los frutos de tantos chicos que sólo necesitan que alguien vea en ellos su valía y confíe en sus capacidades!
Porque “todo árbol bueno, da frutos buenos”, el mundo está sediento de frutos buenos y ellos tienen mucho que dar al mundo.


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¿Dónde está la juventud?


Conocí una canción en mis años de adolescente que se titulaba “¿Dónde está la juventud?”, con ella nos preguntábamos a dónde se había ido el afán de lucha de los jóvenes por hacer de éste un mundo mejor.


Recuerdo que, ya entonces, la gente adulta decía que nuestra juventud estaba perdida, y se preguntaban retóricamente: ¿A dónde vamos llegar?


Los jóvenes de entonces, adultos ahora, caemos también en la tentación de continuar preguntándonos lo mismo sobre de las generaciones que nos suceden.


Con esos planteamientos lo que estamos haciendo es “echar balones fuera” y no reconocer que todo lo que son ellos es el resultado de lo que les estamos enseñando. Les hemos encaminado a vivir y sentir como lo hacen. No son peores que las generaciones precedentes, tienen las mismas necesidades de cariño, de comprensión, de entender la realidad que les rodea, de hacer realidad sus sueños y proyectos.


Tienen preguntas pero no les hemos dado las respuestas adecuadas. Tienen mucha fuerza pero no les hemos enseñado a usarla. Tienen necesidad de orientar sus inquietudes pero no les hemos proporcionado referentes válidos para su vida.


A pesar de ello, considero que son unos supervivientes y muchos nos demuestran la grandeza de un interior que han cultivado a pesar de todas las barreras que les hemos colocado.


A raíz de ver una película en clase, mis alumnos mayores hicieron un trabajo de reflexión sobre el sentido de la vida, del sufrimiento, de la muerte y de la fe. He hecho la recopilación de las que más me han gustado:


Andrés: Soy voluntario y para mí eso es una forma de vida, ayudas a los demás de manera altruista pero siempre recibes recompensa. Te aporta una satisfacción personal.


Carla: para que tu vida tenga sentido tienes que aferrarte a las pequeñas cosas, quedarte con los pequeños gestos, los pequeños detalles, pero también tienes que apoyar y preocuparte por los demás.


Débora: Las personas que sufren alguna enfermedad consiguen encontrar la felicidad en menos tiempo que los que están sanos porque saben que su vida será menos duradera y tienen que aprovecharla. Los que tienen todo no lo aprecian. La fe es un apoyo muy importante para estas personas.


Jesús: El sufrimiento y la muerte son grandes cuestiones en la vida de un ser humano.


Ken: mucha gente ha perdido la fe pensando que todo lo malo que nos ocurre es culpa de Dios, y están equivocados. Dios no tiene nada que ver ya que nos ha hecho libres para tomar nuestras porpias decisiones. No podemos echar la culpa a Dios de nuestros propios errores.

La búsqueda de dios sólo es posible si le hablas a tu corazón porque ahí te estará escuchando Él.


Marcos: A veces, el sacrificio trae esperanza para el futuro.


María: A quien más valoramos es a quien ha estado con nosotros en los momentos más difíciles.


Pilar: Debemos aprender a valorar esos pequeños detalles que se presentan en nuestra vida y no solemos darles importancia, como hacer sonreír a una persona, porque transmitiendo nuestra felicidad a los demás es como mejor se puede disfrutar de lo bonito que es la vida.


Sergio: Nosotros decidimos cómo hacer que nuestra vida tenga sentido. Debemos vivir cada día con intensidad, si dejamos que pase el tiempo sin haber hecho nada que valga la pena nuestra vida no va a tener sentido. La oportunidad que se te ha dado para vivir y no hay que desperdiciarlo porque, al fin y al cabo, es lo único que tienes.


Clara: En muchos momentos, me paro a pensar en qué será de mi vida y de la de aquellos que viven cerca de mí, de mi familia, compañeros, amigos, etc. Pero nunca acabo llegando a nada, es el futuro, no lo conoces, pero sí puedes esa sensación de vulnerabilidad.

Creo sinceramente que desde nuestra edad, puedes empezar a llevar ritmos de vida, realizar actividades que te lleven a dar sentido a tu vida con formas de vida que no se acaban. Hay que dar un sentido más profundo a la vida porque, aunque en esta sociedad te preparan para que actúes como un robot, no te dejes absorber por esto.

La verdad es que la vida es mucho más, mucho más que ese individualismo que hay hoy en día, la vida es vivir con otros, para otros, sabiendo que tú eres especial, pero que el que está a tu lado también lo es para que podamos completarnos unos a otros.

Hay que vivir sonriendo a la vida, fijándonos en pequeños detalles que nos pueden hacer descubrir grandes cosas.

Yo quiero vivir así, sé que cuesta, sé que es difícil, pero merece la pena. Es increíble saber que nunca estás sola, que Jesús también vivió así, y creo que nos olvidamos de que el Evangelio nos invita a vivir así. No estoy sola, Dios está ahí, lo siento por medio de muchas personas y de pequeños detalles.


Lorena: “No puedo”, “esto es demasiado para mí”, “me rindo”. ¿Cuántas veces a lo largo del día repetimos esto? Nos quejamos todo el tiempo y no nos damos cuenta de la cantidad de cosas buenas que tenemos alrededor. Y es que estamos aquí, ESTAMOS VIVOS y debemos disfrutar de esto.

Nosotros tenemos por costumbre ahogarnos en un vaso de agua y rendirnos antes de haberlo intentado.

Yo creo verdaderamente que la fe nos ayuda a seguir adelante, pero pienso también que hay que saber cómo creer. Y es que no podemos considerar a Dios como un mago que cumple deseos y que hace milagros en todo momento, al igual que no podemos decir que las cosas malas que pasan es por su culpa.

No podemos saber lo que nos deparará el destino, por lo que tenemos que disfrutar del día a día. Aunque no lo parezca, todo tiene un lado positivo, solo tenemos que buscarlo y disfrutar de los bellos momentos que nos da la vida.


Encuentro en estas reflexiones un motivo para justificar nuestra esperanza ante el futuro que construirán nuestros jóvenes, y una llamada para que nosotros, los adultos, nos esforcemos en brindarles mejores alternativas de las que, hasta ahora, les hemos ofrecido.


¿Dónde está la juventud? Preguntaba la canción, pues está ahí, esperando a que nosotros les mostremos el Camino.


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Historia de un letrero

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La Clase de Religión


Iniciamos un nuevo curso y a los profesores de religión nos ataca cada año por estas fechas la incertidumbre sobre el número de alumnos que habrán decidido matricularse en la asignatura que impartimos porque va a condicionar todo nuestro trabajo durante los próximos nueve meses.
Nos afecta muchísimo que haya alumnos que han decidido dejar la asignatura y nos llena de felicidad lograr que alguno haya optado por ella. Uno no deja de preguntarse a lo largo de todo el curso, pero más en estos momentos sobre sus aciertos o desatinos y sobre cómo hacer “encajes de bolillos” para conseguir aumentar el número de alumnos en sus aulas. Cada vez las cosas se nos ponen más difíciles. Este curso, incluso a la asignatura de religión, le está afectando la crisis. Curioso ¿verdad?, pues es así, ya que al decidir recortar al máximo posible el personal docente de religión, nos están privando de tiempo para dedicarles a nuestros alumnos, tanto dentro como fuera del aula, y eso supone una merma en la calidad de lo que hacemos, con lo que su previsible consecuencia será la bajada de matrícula el curso que viene. Y esto es “la pescadilla que se muerde la cola”.
Luchar porque nuestros chicos y chicas adquieran una formación religiosa cada vez está siendo más complicado, ofrecer una asignatura en la que tendrán muchas cosas positivas, pero también tendrán que trabajar frente a una optativa que es básicamente no hacer nada es todo un reto.
Sin embargo y, a pesar de todo, la providencia de Dios actúa y gracias a ella conseguimos atraer a los chavales que serán la clave nuestro futuro y el de nuestro mundo.
¿Por qué yo como alumno o yo como padre, haría bien en matricularme en la asignatura de Religión?
Son numerosísimas las razones que podemos esgrimir a favor de ello. Empezando por el hecho más que demostrado de que todos los seres humanos nos caracterizamos por una necesidad de trascendencia, una necesidad de ir más allá de nosotros mismos y de la realidad más cercana que tenemos para lograr dar respuesta a la pregunta por el sentido de nuestra vida. Sería imposible suprimir la cuestión religiosa en el ser humano sin cortar una parte importantísima de su propio ser y existir.
Además, la finalidad de la educación, está en el desarrollo integral, completo, de la persona para conseguir desplegar todas sus facultades y cualidades. Y para ello es necesario cultivar la dimensión religiosa como una pieza clave dentro de la educación.
A principios del s. XX, un socialista francés, Jean Jaurès, escribió y publicó una carta a su hijo exponiendo de forma muy acertada los razonamientos que muestran la necesidad de la formación religiosa para conseguir una educación completa de la persona.
Por su claridad y acierto he decidido trascribir parte del texto.

Cuando tengas la edad suficiente para juzgar, querido hijo, serás completamente libre para elegir; pero tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas, y no lo serían sin un estudio serio de la religión.
¿Cómo sería completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el mundo discute? ¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?
¿Qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? ¿Qué comprenderías del arte, de las letras, del derecho, de la filosofía o de la moral? La religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización.
Nada hay que reprochar a los que practican fielmente las leyes de la iglesia y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin nociones religiosas.
En cuanto a los que hablan de libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería. Muchos anti-católicos conocen por lo menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa y su conducta prueba que han conservado toda su libertad.
Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que pueden serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder elegir.

Ahora, ya sólo me queda pedir que todos nos esforcemos en apoyar la formación religiosa de nuestra gente más joven.

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Al final del curso

Se acerca el final de un ciclo que dura, como cada año, nueve meses, y ése es el final del curso escolar.
Los alumnos están deseando terminar, que lleguen ya las ansiadas vacaciones de verano, al fin y al cabo, llevan soñando con ellas desde septiembre. Los profesores también estamos necesitando recobrar fuerzas, son muchas las horas dedicadas a la atención y cuidado de tantos chicos y chicas, cada uno con su propia historia personal, que sentimos que ha llegado el momento de poder desconectar un poco y atender otros asuntos.
Como cada año, no niego que también reciba con agrado la llegada de las vacaciones, pero soy consciente de que echaré de menos a mis chicos, porque son muchos los momentos que hemos compartido. Sobre todo a todos aquellos a los que ya no veré el próximo curso, a mis alumnos mayores que terminan un ciclo de su vida, a mis dos “Juanes” y a “Alba” y a todos aquellos que comenzarán a estudiar en ciclos superiores o en la universidad. Echaré de menos sus visitas, sus preguntas, sus desahogos…
Soy muy consciente de que todos y cada unos de los alumnos que he tenido han ido dejando una huella imborrable en mi vida y en mi corazón, porque ellos son la razón de mi trabajo como profesora de religión.
Y llegado este momento, no puedo evitar cuestionarme hasta qué punto he podido ser guía, apoyo y educadora de ellos.
Nuestra labor docente es fundamental en sus vidas, un traspiés puede llegar a hacerles mucho daño, o un acierto marcar un punto de inflexión positivo en su rumbo. Nuestra tarea requiere de una gran responsabilidad pero, sobre todo, de mucho amor. Sólo por amor podremos ser capaces de atender pacientemente sus “locuras” de adolescentes. Sólo con amor podremos dar el toque de humor imprescindible en todo proceso educativo. Sólo viendo en ellos el reflejo de Dios seguiremos adelante con mucha ilusión.
Cuando comienza el curso, uno ve en sus caritas y en sus miradas las ansias de conocer mejor su mundo y dar un sentido a su vida. Aunque no sean conscientes de ello, sé que ansían encontrar el camino a la felicidad.
El gran problema lo encontramos a la hora de escoger ese camino. Nuestros pobres chicos están siendo bombardeados con multitud de propaganda, en series de televisión, anuncios, revistas, canciones, Internet, que va en contra su felicidad, al contrario de lo que pueda parecer. ¿Qué mundo les estamos ofreciendo? ¿Qué estamos haciendo con sus vidas?
Ellos no son peores que las generaciones pasadas. Ellos tienen los mismos problemas, las mismas inquietudes, los mismos deseos de amar que tuvimos cualquiera de nosotros a su edad. Pero… ¿qué les estamos ofreciendo? ¿Estamos ayudándoles a encontrar la auténtica felicidad?
Encuentro un problema de base en toda esta búsqueda, y es la ausencia de valores. No considero que ellos sean los responsables de esa falta de valores que, por llamarlos tradicionales, muchos los ven como algo negativo. Los auténticos responsables somos los mayores.
Debemos mostrarles con claridad que el camino del esfuerzo lleva a la satisfacción por la superación conseguida.
Debemos hacerles entender que el respeto a todos los que les rodean es el eje básico y fundamental de toda relación. Y que la existencia de una autoridad que está por encima de ellos no es sinónimo de frustración ni limitación de sus libertades, si no de guía en el camino de su formación personal.
La libertad, valor que se ensalza por encima de todos ahora mismo, no existe si no tenemos una formación personal, vivencial y académica que nos enseñe a discernir, a saber elegir. Porque ahora, somos libres de escoger lo que queramos, ¡sí!, pero no de hacer que eso que escogemos sea bueno. El control de los impulsos, de los instintos, no suponen ninguna frustración, aunque muchos pensadores quieran convencernos de lo contrario. El autocontrol y la disciplina, nos concede una libertad interior que nadie podrá robarnos.
Y todo eso sólo se consigue con una buena formación en la que todos debemos estar implicados, alumnos, padres, profesores, periodistas, publicistas, políticos… en resumen: toda la sociedad.
Y sólo con esa buena formación, nuestros chicos y chicas, nuestro futuro más inmediato que son ellos, encontrarán la felicidad. Por que, ya nos lo dijo Jesucristo: “La verdad os hará libres”


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El arte de elegir


Saber elegir es todo un arte, pero seguramente lo es mucho más el ser coherente y consecuente con las decisiones que tomamos.
No estamos en un ambiente que favorezca ni el compromiso ni la renuncia.
En un anuncio publicitario de una compañía de teléfonos móviles nos lanzaban el mensaje: “¡Lo quiero todo y lo quiero ya!”
No sé qué parte del mensaje me parece más sospechosa, si el hecho de quererlo todo o la inmediatez con la que exige tenerlo.
Respecto a la inmediatez; debemos reconocer que vivimos en la cultura de lo inmediato: que nadie se esfuerce por conseguir nada porque eso ya está trasnochado. ¿Quién no quiere tener todo sin hacer nada, o como muestran en otro anuncio, esta vez de un perfume, con un chasquido de dedos?
Pero, en realidad todo lo que vale la pena, cuesta y no hay nada más satisfactorio que lograr una meta tras una larga lucha, tras poner en ese proyecto todo nuestro afán y toda nuestra entrega.
Respecto a tenerlo todo es, simplemente, imposible. Debemos aprender a vivir con la finitud, con las limitaciones. Dice un sabio refrán castellano “No podemos estar en misa y repicar a la vez”
Preparando una de mis clases me encontré un día con un texto de un escritor y monje benedictino de Argentina, Mamerto Menapace, que decía: “Elegir es renunciar. Un “sí” en la vida trae consigo una innumerable cantidad de “noes”. Decir que no a algo nos deja en libertad para decirle todavía que sí a todo lo demás. Mientras que decir a algo que sí, nos compromete a decirle que no a todo el resto”. “Contiene muchos más “noes” un sí, que un no”.
Y aunque pueda parecer un trabalenguas, que a mis alumnos les cuesta muchas veces comprender, finalmente te das cuenta de la gran verdad que encierra esta afirmación. En este texto se nos habla de compromiso y de renuncia.
Cuando decimos Sí a algo, nos comprometemos con ello en cuerpo y alma, y eso implica una gran responsabilidad y coherencia de vida. Quizá a lo largo de nuestro camino haya momentos en los que dejemos de ver la razón que daba sentido a aquel compromiso, pero no por ello debemos dejar de ser consecuentes con él. Debemos ser fuertes y aprender a renunciar, no sin dolor, en ocasiones, al resto de opciones a las que un día dijimos NO indirectamente al dar aquel primer SÍ. Y, sinceramente, no sé hasta que punto somos capaces de realizar ese tipo de renuncias. No porque no podamos, si no porque nos han vendido el mensaje de que podemos tenerlo todo, sin tener que renunciar a absolutamente nada, y al creérnoslo nos vamos convirtiendo en personas débiles e inmaduras, incapaces de afrontar la más mínima dificultad.
Renunciar en favor de un compromiso anterior, es renunciar en favor de un valor superior. Duele, a veces demasiado, porque implica renunciar a una parte de nosotros mismos, renunciar a una parte egoísta, renunciar a nuestras soberbias. Duele porque, finalmente, implica negarse a uno mismo y eso supone un tremendo sacrificio y esfuerzo.
Pero también nos hace mucho más fuertes, nos enriquece y nos eleva como seres humanos por encima del resto de la creación que se guía por meros instintos. Cuando logras dominar esos instintos y te superas a ti mismo, ganas la batalla y te sientes realmente LIBRE y, por lo tanto, en PAZ.
Hace pocos días, contemplando la Cruz descubrí otro de los grandes mensajes que Cristo nos lanza desde ella: la LIBERTAD. Él escogió libremente ese calvario para gritarnos que fue plenamente libre para estar allí, colgado. Con sus brazos abiertos de par en par nos está diciendo: “¡Soy libre! ¡Sí! ¡Libre! Por eso estoy aquí, ésta es la mejor manera que tengo para mostrarte lo mucho que te amo, con mi entrega absoluta”.
Fue entonces cuando encontré pleno sentido a sus palabras: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.

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