Un nuevo amanecer


Si tuviera que escoger el día más feliz de mi vida, me resultaría bastante complicado. Dios me ha bendecido con una innumerable cantidad de momentos maravillosos.
Sin duda, uno de los mejores fue el del nacimiento de nuestro pequeño Iván.
Apenas habían comenzado a pasar las primeras horas del día cuando unas molestias extrañas me despertaron de un plácido sueño. Volví a quedarme dormida. No había pasado una hora cuando nuevamente me despertaron molestias similares pero más intensas. Mi falta de experiencia hizo que dudara durante un buen rato si aquello podría ser el aviso de que nuestro hijo ya quería ver el mundo.
El caso es que ya no pude dormir más y al poco tuve que levantarme, pues me encontraba más cómoda de esa manera.
Me asomé a la ventana. La claridad del nuevo día empezaba a apoderarse de la ciudad. Aquel nuevo amanecer tenía una gran relevancia para mí, sabía que antes de que el sol se pusiera aquel 24 de mayo, Iván ya estaría entre mis brazos.
Las molestias aumentaban de intensidad y cada vez se sucedían con mayor frecuencia. Sonreí, puse mis manos en la barriga y susurré: "Tranquilo campeón, juntos vamos a hacerlo muy bien". A las dos menos veinte de la tarde ponían a nuestro chiquitín sobre mí. Aquella fue la primera vez que los dos nos miramos a los ojos. En ese instante experimenté con gran intensidad lo que supone el milagro de la vida. Su pequeño cuerpo tembloroso me transmitió una calidez y una ternura desconocidas hasta entonces para mí. Cogí sus diminutos deditos que se agarraban con fuerza a la vida y poco a poco se fue tranquilizando.
En ese momento sentí que nada más debía existir en el mundo salvo la felicidad por esa nueva vida a la que yo estaba íntimamente unida desde hacía nueve meses.
Tagore decía: "Cada recién nacido viene a decirnos que Dios aún no se decepciona del hombre"
A través de nuestro hijo, Dios me estaba diciendo lo enamorado que sigue estando de la humanidad.
¡¿Cómo no estarlo?! Somos la mejor obra de su creación. Lo supe con certeza al tener a mi hijo en brazos. Porque él me pareció, simplemente, perfecto.
Aquella experiencia cambió mi manera de ver y de sentir al ser humano, y apreciar de manera más consciente la enorme riqueza que poseen todas las personas que Dios va poniendo en mi camino. Valorar la vida de mi pequeño como el mayor de los tesoros hizo que entendiera aún más que la vida de cada uno es un gran plan de Dios para amar y ser amados, para enriquecernos unos a otros, para dotar de color y de sentido a nuestras existencias.
Deberíamos aprender a celebrar mucho más el don de la vida. Deberíamos conmovernos con cada nuevo nacimiento, con cada nuevo amanecer, porque son un mensaje de esperanza.
De esa manera nadie creería ya que la opción de terminar voluntariamente con un embarazo es algo positivo, incluso beneficioso.
Ya lo he dicho en otras ocasiones: ¡cada vida es única e irrepetible! Si terminamos con ella... ¿qué será de toda la riqueza que viene a traer al mundo? ¿A dónde irá todo el amor que esa nueva vida ya no podrá dar ni recibir? Si terminamos con ella, todos salimos perdiendo, porque siempre quedará un proyecto de vida sin realizar, un enorme hueco sin cubrir.


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