La invasión de Halloween


“Halloween invade los escaparates de la ciudad”. Ése es el titular que encabezaba un periódico local la pasada semana.

Y es que, ciertamente, Halloween se está convirtiendo en una fiesta que va adquiriendo mayor protagonismo cada año.

¿Qué es Halloween realmente? Es una fiesta que se celebra en los países anglosajones: Reino Unido, Irlanda, Canadá y Estados Unidos. A éste último llegó de la mano de inmigrantes irlandeses y, debido a la fuerza expansiva de su cultura, se ha ido popularizando en otros países occidentales.

El origen de la fiesta de Halloween viene de la tradición más antigua de Irlanda en la que se celebraba lo que podíamos llamar el Nuevo Año al finalizar el verano. Los antiguos irlandeses creían que la línea que une a este mundo con el otro mundo se estrechaba con la llegada de esta fecha, permitiendo a los espíritus (tanto benévolos como malévolos) pasar a través de ella. Los ancestros familiares eran invitados y homenajeados mientras que los espíritus dañinos eran alejados, por lo cual, algunos de los miembros de la familia se disfrazaban de seres monstruosos para asustarlos.

En los siglos VIII y IX, con el cristianismo, en esta fecha pasa a celebrarse la festividad de “Todos los santos”.

Halloween va desapareciendo hasta que vuelve a surgir a finales del s. XIX en EEUU, aunque su celebración masiva comienza en la primera mitad del s. XX.

Pero su internacionalización se producirá en las últimas décadas de este siglo debido a la promoción hecha a través de las películas y series de televisión que nos llegaban desde allí. Lo que ocurre es que, en estas películas, la fiesta de Halloween aparece con un marcado estilo “New age”, movimiento pseudo religioso que pretende crear una espiritualidad sin dogmas ni fronteras, es decir, una nueva religión que incluya creencias y elementos de todas las religiones y cultos. Halloween deja de lado su origen religioso y pasa a ser una fiesta carente de sentido donde el único protagonista es el miedo y los personajes de ficción y se olvida totalmente del mundo espiritual y de la Gracia de la Salvación en la vida que hay más allá de la muerte.

En España hemos visto en los últimos años cómo, poco a poco, esta fiesta iba ganando adeptos, seguramente por una cuestión de moda. Inocentemente disfrazamos a los más pequeños o, incluso lo hacemos nosotros mismos, de personajes salidos de un mundo de terror y así aprovechar la ocasión para tener otra fiesta en la que celebramos algo que nunca antes habíamos celebrado aquí hasta que nos invadió la cultura estadounidense.

El problema que veo en la proliferación de esta fiesta, al margen de tener un sentido meramente comercial (como sucede en el caso de S. Valentín), es que nos estamos olvidando de nuestra fiesta del 1 de noviembre y de su profundo significado.

El 1 de noviembre, festividad de Todos los Santos, es el día en el que recordamos a todas aquellas personas, conocidas o desconocidas, que han alcanzado la santidad, es decir, que están ya en presencia de Dios, y cuya vida debe ser ejemplo para todos nosotros.

Además es el día en el que se nos recuerda de manera especial una de las creencias más bonitas de nuestro credo: La comunión de los Santos.

Es decir, la “común unión” entre Jesucristo, cabeza de la Iglesia, con todos sus miembros que son los santos y los creyentes que aún estamos en la tierra, y de los miembros entre sí.

Esta unión especial implica que los santos del cielo interceden por nosotros y los que aún estamos en la tierra honramos a los del cielo y nos encomendamos a ellos.

Todo esto marca una notable diferencia entre la fiesta de Halloween que solo celebra el terror creado y festejado en las películas, y la Fiesta de Todos los Santos que festeja el triunfo de la Redención realizada por Jesucristo, nuestra unión con los Santos que supera las fronteras de la muerte y el amor de Dios que nos envuelve y nos convierte a todos en hermanos.

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