Vocación de educar



Vocación es una palabra que proviene del latín y significa llamar. “Muchos son los llamados y pocos los elegidos” nos indicaba Jesús según el evangelio de S. Mateo.


Y, es que, el ser humano se siente llamado pero él es libre de responder a esa llamada de forma positiva o no.


Educar es una palabra que también proviene del latín y significa “guiar” o “sacar fuera las mejores potencialidades que tiene una persona”.


A penas llevo seis años dando clase y cuatro como madre, no he estudiado nunca psicología evolutiva ni pedagogía y a penas se me ha enseñado en algunos cursos la didáctica. Desde luego no soy ninguna voz autorizada en materia de educación.


Pero sí tengo claro que estoy llamada a educar. Cada nuevo curso reafirmo mi vocación de profesora, a cada instante reconozco mi vocación como madre.


Simplemente por ello, cometeré el atrevimiento de hablar hoy de educación.


Hay mucha polémica generada en torno a las medidas políticas que se han tomado en los últimos meses y afectan directamente al trabajo de profesores y maestros. En medio de esa polémica escuchamos con frecuencia el término “calidad de enseñanza”.


Yo me pregunto: ¿Qué implica realmente una educación de calidad?


Por supuesto no voy a entrar en batallas políticas ni debates ideológicos. Hoy deseo hablar de la educación desde el lugar del encuentro personal entre el educador y el educando.


Esa relación educador – educando ha variado mucho desde que yo estaba al otro lado, recibiendo la educación y no hace tanto de ello, tan sólo ha pasado una década. Es cierto que ahora, ni el respeto ni la autoridad es un valor intrínseco a quienes nos dedicamos a la enseñanza porque el concepto de autoridad se ha ido diluyendo. Se ha tenido tanto miedo a los abusos de una autoridad mal entendida que, en vez de corregir tales abusos, se la ha hecho desaparecer.


Así que ahora, los educadores debemos ganarnos a pulso el respeto a nuestras personas y a nuestra labor.


Estoy descubriendo que educar es todo un arte. No es válido para mis chicos que llegue imponiendo las cosas, hay normas y pautas que deben quedar claras desde el principio, deben ser muy precisas pero serán pocas, porque no aceptan demasiado número de órdenes.


El resto es algo que debemos conseguir a base de mucho esfuerzo y creatividad. Pero, sobre todo, de mucho humor.


Cuando nos ponemos delante de nuestros educandos no podemos permitirnos el lujo de bajar la guardia y dejar que el cansancio del ritmo diario o el malestar por los problemas cotidianos nos influyan. Merecen toda nuestra atención por muy complicado que parezca algunos días.


Y, sinceramente, la única “fórmula” que he encontrado para ser capaces de esto es el AMOR.


Los que profesamos una fe, vemos en cada uno de nuestros chicos el reflejo de Dios, sentimos que son hermosos a sus ojos, desde el más tímido hasta el más díscolo, y eso nos ayuda a poner una barrera a la rutina o inapetencia y dejar fluir la paciencia y la creatividad necesaria para llegar hasta ellos.


Además, las recompensas que recibo son increíbles. Sin lugar a dudas aprendo más de ellos de lo que se puedan imaginar y de vez en cuando recibo muestras de reconocimiento y de cariño que compensan todos los cansancios e inquietudes.


Amar a aquellos que educamos nos dará la capacidad necesaria para formar parte del proceso tan maravilloso en el que se encuentran que es, nada más y nada menos, hacer florecer lo mejor de cada uno, académica y, por supuesto, humanamente. Y esto sí, creo yo, que es la calidad en la enseñanza.


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