El milagro de la vida

Hace pocas semanas fui testigo privilegiada de un milagro maravilloso. Cada día suceden en el mundo muchos milagros, y el hecho de que se produzcan con bastante frecuencia no les resta ni una pizca de importancia. Me refiero al milagro del nacimiento de un bebé y a todo lo que ese acontecimiento genera a su alrededor.


Pertenezco a una asociación de ayuda a mujeres embarazadas, RedMadre. Y la Providencia quiso que tuviera que ser yo una de las voluntarias encargada de acompañar a una mujer que lo estaba pasando muy mal en el momento de su embarazo. Como otras muchas madres, esta chica estaba siendo fuertemente presionada para que no siguiera adelante con su gestación.


Inicialmente, sentí la tentación de juzgar con dureza la actitud totalmente reprochable e injusta de aquellos que se oponían al embarazo de esta joven. Esto, desgraciadamente, ocurre con frecuencia. Sin embargo, Dios ha querido darme una gran lección que me servirá a partir de ahora cada vez que tenga que volver a atender otros casos.


El Señor nos dijo “no juzguéis y no seréis juzgados”… Y ahora comprendo la importancia de estas palabras de Jesús. No hemos de juzgar nunca de nadie.


Es muy fácil emitir un veredicto inmediato sobre lo que hacen otras personas. Rápidamente nos colocamos en una posición de superioridad, nos elevamos por encima del otro, y nos atrevemos a descalificar a la persona sin detenernos a analizar las circunstancias que han rodeado y condicionado tales actuaciones. Pero si lo que pretendemos es acompañar, nuestra actitud debe ser necesariamente otra. Más evangélica y, por lo tanto, plenamente humana.

Ayudar a aquellas mujeres que están viviendo un embarazo complicado y lleno de dificultades es una tarea necesaria, pero es imprescindible que nos acerquemos a ellas y a su entorno con una actitud humilde. Conscientes de que también nosotros podríamos actuar de forma incorrecta ante determinados acontecimientos y empujados por fuertes presiones.


Reconozco que Dios puso en mis manos este primer caso para enseñarme que no debemos precipitarnos en nuestros juicios. Que debemos ser pacientes y mirar a quienes están implicados con ternura y con mucha, con muchísima comprensión, pues ésta nace del respeto y del amor hacia esos hermanos nuestros que están atravesando una noche oscura.

Inicialmente mi corazón cayó en el error de juzgar con precipitación. Aunque mi cabeza me pedía prudencia, me costaba controlar los sentimientos. Tras el paso de varias semanas, descubrí que aquella persona a la que había juzgado apresuradamente por su reacción ante el embarazo de su pareja, era un buen amigo mío. ¡Menudo impacto supuso aquello para mí!


Sin embargo, ese descubrimiento fue el que me dio luz a la hora de interpretar los sucesos y de actuar conforme a ellos. El acompañamiento a aquellas personas que nos necesitan sólo será válido desde un profundo respeto. Debemos esforzarnos por empatizar, por ponernos realmente en el lugar del otro, por comprender su situación, por entender sus sentimientos, sus temores, sus dudas, sus angustias, sus anhelos... Y eso sólo lo podremos conseguir si miramos al otro con verdadero amor: humilde, generoso, respetuoso, comprensivo.


Por otro lado, debemos tener claro que acercarnos de esta manera a aquellos que están viviendo situaciones complicadas, surgidas por embarazos inesperados, no supone que tengamos que renunciar a defender toda la verdad. Y la verdad es sencillamente que una nueva vida está dentro del vientre de una mujer que sufre por diversos motivos y que no puede disfrutar de ese acontecimiento tan hermoso como es la maternidad.

Aunque este caso al que me he referido ha supuesto una lección primordial para mí, sin embargo, el milagro al que me refería al inicio de mi reflexión no es éste. El verdadero milagro ha sido ver cómo un chiquitín de apenas tres kilos de peso ha transformado por completo la vida y el corazón de quienes inicialmente sintieron rechazo hacia él.


El verdadero milagro fue ver en el padre de ese bebé la mirada emocionada, agradecida y llena de un amor tan grande que es capaz de reconocer que, finalmente y a pesar de todo, ha sido lo mejor que le ha pasado en su vida. El verdadero milagro fue ver cómo se derrumbaron todas las barreras, todos los temores, todos los rencores… ante un bebé aparentemente indefenso pero que ha sido un gran luchador desde el primer instante de su vida.


¡Bienvenido al mundo, chiquitín! ¡Felicidades por lo todo que has logrado!



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