Paisajes del Camino
Unos minutos para relajarse y "esponjar el alma".
Con la melodía que me ha acompañado en los momentos de mayor "inspiración".
Unos minutos para relajarse y "esponjar el alma".
Con la melodía que me ha acompañado en los momentos de mayor "inspiración".
Con una música que nos a acompañado durante los momentos en los que nos sentíamos exhaustos... ¡¡Exhausto-grinos!!
¡GRACIAS a todos los que habéis logrado que hiciera una excelente RISOTERAPIA a pesar de la dureza física del Camino!
De Astorga a Santiago de Compostela
Una visita por los lugares más emblemáticos del Camino pero, sobre todo, por las emociones vividas.
¡Gracias a mi hermano mayor, Quique, que me propuso hacer el Camino, lo impulsó, me acompañó y lo hizo todo mucho más fácil!
Durante la pasada Semana Santa hubo un intento de sacar por las calles de madrileño barrio de Lavapiés una “procesión atea” que tendría lugar, nada menos, el mismo jueves santo. Los organizadores tenían la declarada intención de faltarnos al respeto a los cristianos y atacar nuestras creencias de una forma tan vulgar como dañina. Reconozco que tengo que hacer un intenso ejercicio de autocontrol para no empezar a “echar sapos y culebras” por la boca cuando me entero de este tipo de ataques en los que, para colmo, ellos consideran que la prohibición de que se llevara a cabo ese espectáculo bochornoso implicó un retroceso en el derecho de manifestación de nuestro país. ¿Derechos? ¡Estoy tan cansada de escuchar la palabra “derechos”!, ¿para cuando se empezará a hablar de “responsabilidades”, de obligaciones?
Y para rizar aún más el rizo, encima nos acusan a los cristianos de organizar “agresivas actividades” durante la Semana Santa. ¿Se están refiriendo a las diversas procesiones y actos de piedad? Como dice un buen amigo mío, “para defender algo necesitamos conocerlo muy bien pero para atacarlo sólo ser un ignorante”.
Cada vez se me hace más difícil entender de dónde puede salir tanto odio, tanta obsesión contra nosotros, los cristianos.
Los profesores de religión conocemos de primera mano este tipo de posturas radicales contra el cristianismo, principalmente católico. Son demasiados los casos de profesores que sufren rechazos y ataques diarios.
Debo puntualizar que tengo que dar muchas gracias a Dios porque, en general, he tenido una muy buena acogida entre mis compañeros de trabajo pero también he experimentado en alguna ocasión cómo se nos falta al respeto y se nos discrimina por motivo de nuestras creencias mucho antes de habernos dado la oportunidad de conocernos.
Hace pocas semanas, una compañera se acercó a mí con mucha simpatía para presentarse, pero no me dio tiempo ni para despedirme de ella. En cuanto le dije que era la profesora de religión se borró la sonrisa de su cara, frunció el ceño y me dio la espalda.
Otros no quieren pedirme favores porque, literalmente, no quieren "mezclarse con curas ni monjas".
Y una, que es poco dada a enfrentarse a los conflictos, no sé si por sensatez o más por falta de valentía, se pregunta cómo debemos reaccionar y actuar los cristianos.
Jesús nos lo advirtió: "Ningún siervo es superior a su señor. Igual que me han perseguido a mí, os perseguirán a vosotros". Así que creo que el hecho de ser rechazados e incluso humillados, debe ser una muestra de que no estamos yendo por mal camino.
Soy de esas personas convencidas de que el tiempo va colocando cada cosa en su sitio, y de que es cuestión de paciencia ver cómo la Verdad se abre camino. Pero, sobre todo, tenemos que hacer un gran esfuerzo por intentar descubrir cómo mira Dios a esta gente que guarda tanto odio y actuar como Él lo haría, siempre siguiendo su consejo: "Sed astutos"
En esta tarea no debe faltarnos la confianza porque Jesús concluyó su aviso de persecuciones con una frase alentadora: "Animaos, yo he vencido al mundo"
El presidente de la Asociación de ateos y librepensadores de Madrid, que fue una de las asociaciones convocantes de esa esperpéntica “procesión atea” manifestó que consideran a los cristianos personas irracionales, que vivimos ajenos a la realidad.
Pues, ¿Qué queréis que os diga?
Sin lugar a dudas, prefiero vivir unas creencias que me hacen ver a Dios en el prójimo, que me llevan a admirarlo y respetarlo por encima de todo..., a tener unas ideas que cierran la puerta de golpe a todos los que no piensan como yo. Una mentalidad que conduce a actitudes primitivas y trasnochadas que se alejan totalmente de la auténtica construcción de la civilización del amor.
Escuchar audio: Yo he vencido al mundo
Me gusta regalarles a mis alumnos algún detalle con motivo de su cumpleaños, por haber ganado en algún juego o como despedida al final del curso. Suelen ser cosas sencillas: medallas y cruces traídas de Tierra Santa o de Roma, rosarios, pulseras con oraciones…
Ellos reciben el pequeño detalle con mucha ilusión. Suelen llevarlos en el cuello, en las muñecas e incluso en sus estuches. Alguna vez me lo enseñan entusiasmados y me dicen, convencidos, que mi pequeño regalo les ha ayudado durante los exámenes.
Entonces tengo que explicarles que estos objetos piadosos no son amuletos ni artilugios “arreglalotodo”. A veces veo en sus caritas la sorpresa e incluso la decepción ante mis palabras.
Descubro que necesitamos recibir una formación religiosa mejor para no caer en el error de vivir nuestras creencias de manera errónea. Debemos tener cuidado en no dejar que sentimientos supersticiosos o esotéricos contaminen nuestra fe.
Es un error tratar a Dios como a alguien que debiera darnos todos nuestros caprichos. Escucho con frecuencia a muchas personas que justifican su enfado con Dios e incluso su falta de fe en Él por no haber conseguido que se cumplieran sus deseos, y se sienten abandonados: malos resultados en los exámenes, un puesto de trabajo, el resultado de una relación, la evolución de una enfermedad, el fallecimiento de alguien querido.
Es muy humano que nos enfademos cuando vivimos situaciones de gran adversidad. Pero estas situaciones no deberían terminar con nuestra fe, sino al contrario, tendríamos que vivirlas como una oportunidad de crecimiento y superación. La fe no debería estar condicionada a que todo nos vaya bien en la vida, a que todo marche según nuestros deseos.
Siempre me ha parecido muy sabia aquella acción de gracias que dice: ”Te doy gracias, Dios mío, porque no siempre me has dado lo que yo quería pero sí lo que yo realmente necesitaba”.
Verdaderamente Dios tiene sabiduría infinita y sólo Él sabe lo que nos conviene.
Creo que esta oración encierra la clave de una buena relación con Dios.
Debemos ser humildes y aceptar que muchas veces no sabemos lo que nos conviene realmente. Tenemos que aprender a pedir y tenemos que aprender a confiar en la inmensa sabiduría de Dios. Que, como buen padre que es, siempre nos dará aquello que de verdad necesitamos.
Hace unas semanas, una buena amiga me regaló el libro “Cartas a Dios” de Eric Emmanuel Schmitt. De él han hecho recientemente una película que se está proyectando en muchas de las Semanas de Cine Espiritual que se organizan por las distintas diócesis de España. He leído con atención este libro y algo me ha llamado profundamente la atención sobre este tema que nos ocupa.
En todo el libro, el autor es capaz de darnos la clave con total sencillez de cómo dirigirnos a Dios y del poder de la oración.
El libro narra la historia de un niño que padece un cáncer terminal. Nunca ha tenido la suerte de que nadie le enseñara cómo es Dios y cómo debe ser nuestra relación con él, hasta que una voluntaria del hospital le muestra el camino. Esta voluntaria le aconseja escribir a Dios una carta cada día.
“- ¿Y qué le puedo escribir?
- Entrégale tus pensamientos. Los pensamientos no pronunciados son pensamientos que pesan, que se enquistan, que te vuelven torpe, que te inmovilizan, que no dejan sitio para los pensamientos nuevos y que te pudren. Si no hablas, te vas a convertir en un vertedero de viejos pensamientos apestosos.
A Dios le puedes pedir una cosa cada día, pero, atención ¡sólo una cosa!
- Entonces ¿Puedo pedirle cualquier cosa? Juguetes, caramelos, un coche…
- ¡No!, Dios no es Papá Noel, sólo puedes pedirle cosas del espíritu”.
“Cosas del Espíritu”, nuestro protagonista lo entiende tan bien que unos días más tarde, ante la inminente operación de una niña que también está hospitalizada, le escribe a Dios:
“Haz que la operación de Pegy Blue mañana salga bien, no como la mía, ya sabes a lo que me refiero.
PD: Ya sé que las operaciones no son cosas del espíritu, quizá no tengas a mano estos asuntos. Así que lo que te pido es que te las apañes de alguna manera para que, sea cual sea el resultado de la operación, Peggy Blue se lo tome bien. Cuento contigo”.
“Para que, sea cual sea el resultado de la operación, Peggy Blue se lo tome bien”, ésta es la clave. Ésta es la actualización de la oración de Jesús en el Huerto: “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Y añadiría: “Y que yo sepa aceptarla… aunque no logre entenderla del todo”.
Finalmente, nuestro protagonista termina: “Cuento contigo”, es decir, tengo plena fe en ti. Y creo que… con eso basta.
Ir a descargar Read more...En realidad, considero que somos nosotros mismos quienes podemos influir en nuestra buena o mala suerte en función de la actitud que tomemos ante las distintas circunstancias de la vida.
Es propio y natural en el ser humano sentir inquietud e, incluso, miedo ante un futuro que nos esforzamos minuciosamente en planificar pero que, en último término, no podemos dominar.
Sin embargo, debemos tener en cuenta que la actitud que adoptamos ante la vida va a condicionar en gran medida lo que nos suceda.
Para tener lo que llamamos “buena suerte en la vida” alguien aconsejaba dos cosas: la primera, estar atento a las oportunidades que la vida nos va ofreciendo, y la segunda, valorar lo que nos sucede con optimismo.
Sin duda alguna, para aquellos que tenemos fe en un Dios misericordioso, es decir, un Dios que sufre con nuestro sufrimiento y que goza con nuestras alegrías, resulta mucho más fácil encontrar el lado positivo de las cosas porque les encontramos un sentido que va más allá de lo que podemos captar a simple vista.
Por eso, una persona creyente debería saber enfrentarse al dolor con mayor entereza. Un denominador común en todos nosotros es la vivencia de experiencias dolorosas. Nadie puede conseguir que no haya situaciones de sufrimiento a lo largo de su vida pero lo que sí podemos es decidir cómo enfrentarnos a él.
La aceptación del dolor, ya sea físico o psíquico, es diferente en cada persona, porque depende de una cuestión fisiológica, de la autodisciplina de cada uno y del sentido que demos a ese dolor.
Precisamente, el nacimiento de nuestra pequeña Clara ha supuesto para mí una experiencia profunda sobre cómo enfrentarse al dolor, físico en este caso, con optimismo y sobre cómo ver que todo dolor da sus frutos. En un parto, esos frutos son inmediatos, por eso es más fácil dar un sentido a ese dolor. Pero debemos ser conscientes de que ningún dolor es estéril porque todos los sufrimientos antes o después, dan muchos y buenos frutos.
El día 7 de octubre, de madrugada (¡nuevamente de madrugada! Tengo unos hijos muy tempraneros) “rompí aguas”, el mar en el que había estado flotando mi pequeña comenzaba a desaparecer.
Lo que sientes cuando eso sucede es muy contradictorio, por un lado tienes una gran ilusión porque al fin llega el momento en el que podrás abrazar a tu hija, por otro lado tienes una gran inquietud sobre cómo saldrán las cosas. Confías en que todo vaya bien pero… siempre hay algún hueco por el que se cuelan las dudas y los temores.
Sabía que hacía falta algo más que romper la bolsa del líquido amniótico para que el parto siguiera adelante, y ésas eran las tan “temidas” contracciones. Es curioso ver en las clases de preparación al parto a muchas madres que aún no han pasado por el momento del nacimiento de sus hijos, que afirman que prefieren que les practiquen una cesárea para no tener que enfrentarse a ese dolor del que tantas veces han oído hablar.
Nos hemos ido debilitando tanto que nos negamos a afrontar cualquier tipo de dolor, ni siquiera uno tan natural e inherente a la mujer como es el de dar a luz.
Cuando comenzaron las contracciones, las recibí con bastante ilusión ya que, con la bolsa rota y sin contracciones, la niña podía acabar sufriendo algún tipo de complicación.
A medida que aumentaban en intensidad, también aumentaba mi alegría porque sabía que cuanto más dolorosas fueran, más me acercaba al gran momento. Ese dolor tan profundo traía consigo el mejor de los frutos: una nueva vida. A primera hora de la tarde nació Clara.
(Desde aquí deseo agradecer su acompañamiento y atención a todo el equipo sanitario que me atendió. Especialmente a mi matrona, Rebeca)
Seguramente, todos hemos pasado o estamos pasando por la experiencia de estar alejados físicamente de alguien a quien amamos: padres, hijos, nietos, amigos, incluso algún amor.
Precisamente esa experiencia es la que un día hizo que me diera cuenta de la grandeza de
Si nos ponemos en el lugar de Cristo, en la última Cena, uno se maravilla ante la fascinante solución que ideó para que nunca estuviéramos separados de Él a pesar de su partida. Ni siquiera inventos tan extraordinarios para facilitar la comunicación entre personas que están distanciadas como son los teléfonos móviles o incluso, Internet, han podido superar a la institución de
¡Cuánto debe de amarnos Cristo para idear algo así!
Con dos alimentos básicos y cotidianos en la vida del pueblo, pan y vino, Él hizo el milagro de quedarse con nosotros, de una forma íntima y permanente, tan íntima que entra en nuestro interior como un alimento, y tan permanente que con ello Él estará con nosotros "Todos los días, hasta el fin del mundo".
Ésa es una de mis citas preferidas de los Evangelios. Saber que no quedamos desamparados ni en soledad tras la partida de Jesús hacia el Padre, reconforta y da sentido a nuestra vida cristiana.
Nuestra fe no es en un Dios muerto sino en un Dios vivo que, además, ha decidido quedarse a vivir dentro de nosotros.
Los cristianos debiéramos considerarnos privilegiados por disfrutar de
Recuerdo el momento de mi primera comunión, en un primer instante sufrí una gran decepción, creía que el pan consagrado debía saber de una manera diferente, ser más dulce, porque si se había convertido en el cuerpo de Cristo eso tenía que darle un sabor especial. Pero no era así, Dios actúa con formas más sutiles y profundas. Inmediatamente me di cuenta de ello porque comencé a llorar de emoción ante la presencia de Jesús dentro de mí.
Cada vez que me acerco al sacramento de
El ser humano, desde siempre, se ha esforzado por acercarse lo máximo posible a la divinidad con todo tipo de ritos y cultos. En el caso de los cristianos, sabemos que ha sido el mismo Dios quien ha querido acercarse a nosotros y lo ha hecho de una forma tan íntima y extraordinaria que podemos hasta comerlo.
Por todo ello debemos agradecer a Dios su gran generosidad y amor. Cuando Jesús decidió entregarse no lo hizo de una sola vez en
Él mismo se hace don, se nos entrega, una y otra vez. Sin tener en cuenta nuestros desprecios, ni rechazos, ni abandonos.
El Beato Manuel González, quien fuera obispo de Palencia, nos invitaba con insistencia a visitar el Sagrario y al Santísimo: “Ahí está Jesús, ahí está. ¡No dejadlo abandonado!” Él supo entender y sentir muy bien la presencia de Jesús en
Una presencia a la que deberíamos sentirnos fuertemente unidos. Sólo así seremos capaces de mantener encendida nuestra luz de cristianos, de hacer que nuestra sal no se vuelva sosa.
Escuchar audio: El sacramento del amor
En mi última reflexión hacía referencia a que el amor es un sentimiento trascendente capaz de superar las fronteras de la muerte. Esa misma noche a mi abuela le daba un neurisma cerebral y cuatro días más tarde nos dejaba, también, en medio de la noche.
Es una sensación dolorosamente extraña observar el cuerpo una persona que ha estado presente en tu vida desde tus primeros recuerdos, inerme, sin el más leve movimiento, sin el más mínimo aliento tras varias horas de lucha, de despedida. Es sorprendente cómo nos hemos acostumbrado tanto a la vida que ya no la apreciamos ni valoramos en toda su grandeza… hasta que se va.
Un buen amigo a quien recientemente le falleció su madre decía que la grandeza de una persona no se mide por su tamaño sino por el vacío que deja cuando se va. No le falta razón.
Mi abuela era una mujer de gran envergadura, pero el vacío que deja al marcharse es mucho mayor. ¡Cómo cuesta despedirse de un ser amado y afrontar el inmenso vacío que deja tras su marcha! Tantos recuerdos, tantos momentos importantes en tu vida, tantas experiencias, tantos gestos de cariño y de preocupación, tantas enseñanzas…
En momentos así, humanamente sólo cabe una desesperación apenas contenida gracias a tantas muestras de cariño y de apoyo por parte de todos aquellos que te aprecian y desean ser un consuelo en medio del desconsuelo. Indudablemente, el acompañamiento de tantos amigos y familiares que, con su presencia, te transmiten su afecto, ayuda y reconforta enormemente.
Pero no es suficiente, porque el vacío que deja la muerte de alguien al que siempre has querido y que siempre ha estado ahí es tan inmenso que no caben soluciones humanas.
Ante la muerte, ante la despedida de un ser querido sólo una cosa hace que sigamos respirando sin que nos duela a cada rato y ésa es la Fe.
Fe en que esto no es el final, porque volveremos a verlos, a disfrutar con ellos, y esa vez será sin las limitaciones que nuestra vida aquí nos impone… o dejamos que nos imponga.
Fe en que todo queda arreglado, ya no existen los malentendidos porque desde el mismo instante en que ellos terminan su vida en el mundo que conocemos, ya pueden entender como nunca nuestro interior, nuestras angustias y luchas, nuestras limitaciones y grandezas, y todo eso, podremos compartirlo algún día con ellos nuevamente. Porque una de las cosas que más desesperan ante la muerte de un ser querido es pensar que hay ciertos puntos que no han quedado aclarados, que no hemos podido demostrarlos cuánto nos importaban o cuánto los necesitamos, pero la fe nos da la confianza en que todo se resolverá cuando volvamos a encontrarnos, juntos ante la presencia de Dios. Esa seguridad da una serenidad y una paz imprescindible para afrontar el dolor de la despedida.
Fe en que ellos, los que se han ido, están en un lugar mejor, sin duda, disfrutando una felicidad plena gracias a la contemplación maravillosa de Aquel que los ha creado y amado con locura.
Fe, también, en que, tras su partida, podemos mantener con ellos una unión que supera las fronteras entre muerte y vida, porque sentimos su presencia y su acompañamiento desde otra dimensión más auténtica, más profunda, más espiritual. Porque no se han ido del todo, si aún pensamos en ellos y los mantenemos en nuestro corazón.
Siento que debe ser terrible afrontar esta experiencia tan inevitable como dolorosa sin fe, sin la esperanza de que volveremos a encontrarnos, sin la serenidad que da el saber que aquellos que se han ido han cumplido ya su misión y ahora están disfrutando de la resurrección que Cristo nos prometió.
Gracias a esta fe, uno es capaz de “dar la vuelta a la tortilla” y pensar, no en aquello que ahora nos falta sino en todo lo que pudimos tener mientras estas personas vivieron a nuestro lado. Gracias a esta fe nos sentimos privilegiados por haber compartido nuestra vida con esas personas, haber podido aprender tanto de ellas y haber recibido tanto amor por su parte.
Gracias a esta fe, uno puede mirar el cuerpo inerme de la persona a la que quiere, con lágrimas en los ojos pero una sonrisa serena en el alma que se llena de luz ante la presencia de alguien que ya alcanzó “el paraíso”.
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