¡PERDÓN! ¡PERDONA!
Nada puede
pesarte tanto como tu incapacidad para perdonar. Y nada es tan trágico como
vivir día y noche con el corazón lleno de rencor y odio. Alguno o tal vez
muchos te han hecho daño y poco a poco te has desengañado. Ya no eres aquel de
antes. Te sorprendes. Ya no eres tan amable, generoso, bueno. Tu afecto se ha
convertido en frialdad. La simpatía en antipatía. Donde antes había un lazo hay un a rotura. Estás mal. La amistad
se ha convertido en enemistad. Tu amor se ha transformado lentamente en odio.
Sufres. Te has encarcelado. Tus ventanas están cerradas. El sol permanece
fuera. La vida se vuelve insoportable. En lo más profundo de ti mismo aspiras a
la liberación.
¡Créeme, hay
un solo camino!
¡PERDÓN!
¡Perdona! Cuesta mucho, lo sé, pero vale la pena.
PERDONAR es
una forma de creatividad; es generar “nueva vida” y “nuevas alegrías”. Es crear
nuevas posibilidades en ti mismo y en los demás.
PERDONAR,
debieras hacerlo a menudo; debes, de hecho, perdonar setenta veces siete, hasta
el infinito, porque también tú tienes ¡tanta necesidad de perdón!
Phil Bosmans
Hace unos días
me encontré con este texto del autor de las frases que aparecen en las famosas
postales de payasitos que conozco desde que era niña.
Casualmente,
el día que lo encontré, había estado hablando con mi pequeño Iván, sobre el
perdón. En su razonamiento infantil estaba plenamente convencido de que una
niña de su clase merecía la exclusión del grupo de trabajo por varias actitudes
negativas que estaba repitiendo constantemente.
Explicar la
importancia del perdón a un niño de cinco años parece tarea difícil, pero no es
imposible, ellos tienen una capacidad impresionante para simplificar esas cosas
que tanto nos empeñamos en complicar los adultos.
En su mente
sencilla y humilde les resulta más fácil reconocer que todos necesitamos ser
perdonados por unos u otros motivos. Porque todos cometemos errores, todos nos
“portamos mal” alguna vez y hacemos daño a los demás con nuestro
comportamiento.
Así que tras
una pequeña conversación muy interesante, acabó aceptando, un poco a regañadientes,
que había que perdonar, un poco peor llevó eso de que además, había que
perdonar siempre.
Luego, día a
día, hace falta refrescarle la memoria con esa enseñanza. Pero ¡No sólo a él!
Todos necesitamos recordárnoslo cada día.
Vivimos con
una tensión constante contenida a duras penas y en cuanto nos rozan lo más
mínimo saltamos disparados como un muelle.
Se nota
nuestra falta de paciencia y nuestra nula capacidad de ejercitar el mandato de
Jesús. “No juzguéis y no seréis juzgados”.
Quizá nuestro
interior está tan sediento de infinito, tan anhelante de dar sentido pleno a
nuestras existencias y se siente tan frustrado porque tratamos de cubrir esa
necesidad a base de cosas materiales, o de relaciones superficiales, o de
juicios de valor apresurados, o de tratar de que los demás vivan a nuestra
imagen y semejanza, que en cuanto otros van en contra de lo que consideramos
nuestros intereses, nos sentimos invadidos, atacados e incluso pensamos que
hemos sido ofendidos y entonces reaccionamos de forma acelerada y brusca.
Dar tiempo al
alma para no ceder al primer impulso de responder con dureza y orgullo, es más
que necesario.
Dar tiempo a
la mente para poder analizar lo sucedido y apaciguar nuestro corazón que se
siente ofendido, es indispensable para poder tomar el control de la situación.
Perdonar y dejarse perdonar es indispensable
para comenzar a transformar el mundo.
Ya lo dijo
Jesucristo: “Dichosos los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”
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