ACRISOLADOS
Hoy
inspira mi reflexión una frase del sacerdote Pablo Domínguez, aquél de quien se
hizo la película “La última cima”:
“Dios está
más empeñado en tu felicidad que tú mismo.”
Cuando uno
está atravesando una situación complicada en su vida por alguna circunstancia
que parece adversa, y en medio de todo eso llega otro problema y luego viene un
nuevo revés, y otra dificultad y después otra y otra, hasta que uno comienza a
sentirse coleccionista de calamidades e infortunios, recibes esas palabras como
un bofetón que te hace reaccionar y salir del enfrascamiento en el que te
encuentras ante la desesperación, el cansancio y la impaciencia.
¡Dios está
más empeñado en nuestra felicidad que nosotros mismos!
Entonces,
¿de dónde vienen tantos problemas?, ¿por qué no pone ante nosotros un escudo
que nos proteja de tantos apuros que se nos acumulan?
El segundo
capítulo del libro del Eclesiástico usa una imagen preciosa: el oro se prueba
en el fuego (Ecl. 2, 5), es decir, el oro es ACRISOLADO: puesto a prueba sale
mejorado.
Se inicia
el capítulo diciéndonos: “Hijo, si te decides a servir al Señor, prepárate para
la prueba”
Leído así,
uno puede caer en la tentación de pensar que si lo que Dios necesita es
probarnos, entonces, no merece la pena servir al Señor, creer en Él.
Si algo
tengo claro, es que Dios no necesita probarnos. Él nos conoce mejor que nadie:
“Antes de formarte en el vientre de tu madre te conocí” se nos dice en
Jeremías.
Sin
embargo, nosotros sí necesitamos probarnos y conocernos en la prueba. Cada
adversidad es una oportunidad, cada contrariedad es un reto, una ocasión para
crecer y conocer los dones y las capacidades que Dios puso en nosotros cuando
nos creó.
En el
capítulo citado de Eclesiástico se nos habla precisamente de la constancia en
medio de la prueba:
“Endereza
tu corazón, mantente firme y no te angusties”
“Sé
paciente”
“Pon tu
confianza en el Señor”
El Salmo
37 también nos invita a confiar: “Pon tu alegría en el Señor, él te dará lo que
ansió tu corazón”
Y San
Pablo nos exhorta en su carta a los Romanos: Que la esperanza os tenga alegres,
manteneos firmes en el sufrimiento, sed asiduos en la oración. (Rm. 12, 12)
¡Claro
que, decirlo es tan sencillo! Lo realmente difícil es vivirlo desde esa
convicción y sacar fuerzas desde esa certeza.
¿De dónde sacamos la firmeza ante el
sufrimiento, la esperanza en medio de lo desesperante?
San Pablo nos lo deja muy claro: Sed
asiduos en la oración.
Sólo desde el encuentro sosegado con
Dios a través de la oración y por medio del alimento de la Eucaristía, uno
puede fortalecer su espíritu de tal manera que sea capaz de ver brillar la Luz
de Dios en medio de la oscuridad,
Vivir desde la certeza de que Él nos
dará lo que ansía nuestro corazón no es quedarnos estancados, adormecidos,
esperando a que Dios resuelva nuestros males. Sino vivir confiados y confiando,
y trabajar día a día desde la seguridad de que Dios recompensará con un don
eterno nuestra fortaleza. Ese don es la alegría que no se pasa nunca, la
alegría de sabernos amados por Ese ser infinito que todo lo puede y que jamás
nos abandona. La alegría que nos mantendrá firmes y saldremos depurados y
renovados de la prueba, como el oro puesto al fuego.
Retomo la frase de Pablo Domínguez,
pero esta vez la completo ya al inicio no la dije entera:
“Dios está
más empeñado en tu felicidad que tú mismo.
Pero es
que Dios no es un amigo más, Dios es TODOPODEROSO”
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