ULTREIA 4 etapa 2ª
ULTREIA 4
Rabanal del Camino - Cruz de Ferro – Molinaseca
24,5
km
PARTE 1
Ocho
de agosto. Cinco y media de la mañana, vibra el móvil, hora de levantarse.
Rutinas, preparo mis pies, recojo mis cosas y guardo también el saco de Quique,
agradece que lo haga porque me confiesa que es una de las rutinas que peor
llevaba durante su camino del año pasado.
En
este albergue de ambiente tan estupendo nos invitan a desayunar. El desayuno es
otra oportunidad para el encuentro entre los peregrinos.
Nos
calzamos las botas y salimos a la calle. El frío penetra en mi piel pero ya no
llueve. Aún no ha amanecido.
El
perfil de la etapa que nos toca es vertiginoso, un poco de subida para luego
bajar en picado. Casi mil metros de bajada en menos de 20 kilómetros.
El
camino no está solitario hoy, sentimos las voces de peregrinos que van detrás
de nosotros y por delante vemos otros grupos. Les vamos adelantando mientras
comenzamos a subir.
A
medida que subimos hacia el punto más alto y uno de los puntos emblemáticos del
Camino Francés: Cruz de Ferro (Cruz de hierro), la luz va haciendo su
aparición. El amanecer desde este día es aún más espectacular que el del
anterior. Tanto es así que alcanzamos a un grupo de peregrinos que se han
parado y se han dado la vuelta para fotografiarlo. Según nos acercamos me doy
cuenta de que son los peregrinos que anoche me invitaron a cenar los espaguetis.
Con ellos hay tres chicas. Es evidente que son del norte de Europa por la
claridad de sus cabellos.
Me
hace gracia la escena, todo el gran grupo mirando hacia el sol que nace pero,
tal y como estamos situados, parece que nos
miran y fotografían a nosotros. Me viene la imagen de una famosa ante el
grupo de fans y les digo: “¡No flash, no flash!” (Sin flash)
Una
chica me dice avergonzada: “¡Sorry!” (Perdona)
Opssss…¡Pobrecita!
¡No ha pillado mi chiste!
El
resto del grupo se ríe. Yo también me río mientras seguimos avanzando, los
vamos dejando atrás.
Al
preparar la mochila metí una piedrecita blanca redondeada que mi hijo Iván
recogió el mes pasado en la playa de Laredo con la ilusión de quien hace un
gran hallazgo. Por una cara de la piedra escribí su nombre y el de Clara, mis
dos fortalezas, por la otra aquello que considero que necesito desprenderme.
Hoy es el día de dejar esa piedra a los pies de Cruz de Ferro.
El
frío entumece mis manos, echo de menos unos guantes. Las nubes pasan
rozándonos, pero a medida que avanzamos empiezan a subir y parece que el cielo
comienza a despejarse frente a nosotros, hacia donde nos dirigimos.
Al
girar una curva ya veo el mástil de la
Cruz. ¿¡Tan pronto!? No creía que estuviéramos tan cerca. Siento
una ilusión tremenda al acercarme a este sitio tan significativo, tanto que
camino dando pequeños brincos. Quique y yo compartimos esa emoción. Pero al
llegar a los pies de la Cruz,
ambos nos quedamos en un respetuoso silencio
y nos damos espacio personal para vivir las intensas sensaciones internas que
experimentamos.
Dejo
la mochila en el suelo para buscar la piedrecita blanca de Iván, tiemblo de
emoción. Subo hasta el mástil poco a poco, sobrecogida, como quien se acerca a
un lugar sagrado y allí dejo esa piedra no sin antes dedicar mis pensamientos y
mis sentimientos a mis hijos y a todas esas personas que me han ayudado a
llevar la carga de mi mochila durante los últimos meses.
¡Están
presentes tantas personas! Me admiro por su presencia en mi vida y gracias a
Dios por todas y cada una de ellas.
Una
oración que conocí al ver la película “The Way” me ayuda a entender el sentido
de este lugar tan humilde y especial:
“Señor,
que esta piedra que arrojo a los pies de la Cruz Salvadora,
símbolo del esfuerzo de mi peregrinación, sea la que, llegado el instante en
que se juzguen los actos de mi vida, sirva para inclinar la balanza a favor de
mis buenas obras. Así sea. Amén”
Grabo
un video para capturar el instante al depositar mi piedrecita y lo comparto
inmediatamente con un grupo de amigos que siguen mis pasos en la distancia.
Luego grabo a Quique para compartir ese momento con toda la familia.
Quique
y yo nos estamos recreando en este lugar, pero tenemos que seguir, el frío
sigue atacando aunque el sol ya empieza a competir con él.
Retomamos
el camino sabiendo que no tardaremos en situaros ante el reto de la bajada al
valle del Bierzo.
En
esa bajada nos espera el encuentro con un personaje peculiar en un sitio igual
de peculiar. Quique ya me ha informado de que en pocos kilómetros llegaremos a
Manjarín, un pueblo abandonado en el que lleva más de 30 años viviendo el que
se denomina a sí mismo como “el último
templario”. Me intriga conocerlo. Debe de ser curioso.
Nada
más llegar veo unos carteles que marcan los kilómetros que hay desde allí hasta
Santiago y a Jerusalén y a Roma y a al Machu Pichu en Perú y a otros muchos
lugares del mundo. ¡Qué gracioso!
Decidimos
entrar en la cabaña que tiene montada para sellar nuestra credencial. Miro todo
con curiosidad y fascinación, reconozco que me resulta estrafalario pero guardo respeto. Jamás había
estado en un lugar así. Comprobamos que ya no hay un solo templario sino que
han creado una comunidad de varias personas organizadas con un horario muy
detallado.
Nos
invitan a té o café a cambio de la voluntad y mientras estoy bebiendo mi té
verde, un chico se me acerca con voz solemne para invitarnos a participar en la
“oración templaria” de las nueve de la mañana, le sonrío y le doy las gracias.
¡Oh,
Dios! ¿Dónde nos hemos metido? ¡Si ya son las nueve! Estamos “atrapados” en la
cabaña con un grupo de personas que cogen grandes espadas y las alzan para orar
ante un pendón con la Cruz Templaria.
Pero no contentos con su extraño rito ahora cargan con una imagen de la virgen
de Fátima que tiene al menos metro y medio de alta y salen con ella en
procesión a la calle. Allí hacen unas oraciones, renovación de juramentos y
finalmente una canción invocando la protección del arcángel Rafael. Al otro
lado de la carretera el resto de peregrinos se quedan mirando casi tan
incrédulos como nosotros el evento mezcla de cristianismo y new age, hablan de
ángeles y de extraterrestres, de seres de luz que se han puesto en contacto con
nosotros desde el año 1988 para protegernos.
Por
fin terminan los rituales de las nueve de la mañana. Me da vergüenza que los
peregrinos que pasan por el camino se piensen que Quique y yo estamos
participando de ese ritual. Prefiero no mirar a Quique, sé que si lo hago no
podré aguantar la risa. No nos hemos atrevido a sacar la cámara para grabarlo
pero nos sacamos una foto en la que aparece Tomás, el último templario, porque
se coloca a nuestro lado, aunque no hablamos con él.
Al
fin podemos salir de allí y regresar al camino, avanzamos con prisa porque…
¡necesitamos echarnos a reír!
¡¡¡Qué
situación más surrealista!!! No paramos de reír y de pronto, entonamos a la vez el himno de invocación al
Arcángel Rafael para luego volver a echar a reírnos.
Prevemos
que esa canción acabará estando muy presente como “himno motivacional” cuando
flaqueen las fuerzas para reírnos y seguir caminando en los momentos más duros.
PARTE 2
Avanzamos
y avanzamos, pero no llegamos a inicio de la tan temida bajada. Se me está
haciendo más largo este tramo que el de esta madrugada hasta Cruz de Ferro.
Al
fin empieza a calentar un poco, dejo de tener entumecidas las manos.
Llegamos
al punto más alto y nos paramos, abrocho bien mis zapatillas, me quito la
chaqueta, respiro hondo y miro ilusionada el sendero. Inicialmente es llano,
¿cuándo llega la tan temida bajada?
Poco
a poco el terreno comienza a descender. ¡Ya llega el momento de bajar!
Empiezo
con precaución, sujetando bien los bastones, pero poco a poco voy cogiendo
ritmo, no me apetece frenar a pesar de que Quique me advierte de que tenga
precaución. Le entiendo, asumo los riesgos y sigo adelante porque empiezo a
sentir algo especial y no quiero frenarme. Bajo, bajo, bajo, tropiezo en alguna
piedra pero no caigo gracias a los dos bastones, un pie un bastón, otro pie el
otro bastón y sigo, sigo, sigo.... empiezo a volar sobre las piedras, mis
piernas piden más ritmo, mi alma pide alzar el vuelo.
He
decidido escuchar música para completar mi momento de inspiración. Sigo avanzando
y alzo el vuelo aún más alto, siento abiertos a la vida cada uno de los poros
de mi piel. Sonrío, sonrío, sonrío abiertamente, yo sola en medio del Camino… ¡SONRÍO!
De
pronto viene una palabra a mí: LIBERTAD
Cuantas
más sean las cosas puedes desprenderte para aprender a vivir con lo
imprescindible, menos pesa la mochila y más libre estás para seguir caminando
sin que el cansancio gane la partida. En Cruz de Ferro he debido de
desprenderme de algo más que de una pequeña piedrecita blanca.
Durante
la bajada, con la música, con mis dos bastones y mis dos piernas que más que caminar, se deslizan,
el sol, la brisa y el aroma del lugar, me pongo a pensar en integrar todo lo
aprendido este año, en tomar posesión de mí misma.
De
pronto alzo mi mirada y veo sobrevolando por encima de mí un halcón que ha
aparecido de repente. Da dos vueltas justo encima de donde estoy pero alto, muy
alto y se va hacia el sur. Me he quedado fascinada, boquiabierta. Siento que ha
sido una señal, como si Dios me estuviera hablando también de LIBERTAD y
confirmando mis sensaciones. No dejo de avanzar y sonrío, aún sonrío más.
Poco
a poco empieza a aparecer en el horizonte una vista preciosa, es la privilegiada
panorámica del Valle del Bierzo.
La
bajada continúa y al final de una empinada cuesta aparece frente a mí un
letrero grande de madera: Bienvenidos al Bierzo.
Me
siento acogida.
Estoy en un pueblo precioso con casas de tejados de pizarra que se llama El Acebo. Espero a Quique mientras estiro las piernas, en el fondo me ha dado cierta pena que se acabara mi momento de “vuelo”. Sé que esta bajada va a suponer uno de los instantes claves en mi camino.
Estoy en un pueblo precioso con casas de tejados de pizarra que se llama El Acebo. Espero a Quique mientras estiro las piernas, en el fondo me ha dado cierta pena que se acabara mi momento de “vuelo”. Sé que esta bajada va a suponer uno de los instantes claves en mi camino.
Quique
tarda poco en llegar. Compartimos experiencias y nos damos un merecido descanso
para desayunar en una terracita con ambiente y vistas preciosas. Todos los
peregrinos nos hemos descalzado y disfruto de una parada hermosa.
Dado
lo bien que ha ido la etapa decidimos seguir avanzado hasta Molinaseca. Quedan
unos cuantos kilómetros más de bajada. Pero tras la experiencia de la primera
parte, estoy más que dispuesta.
Calzamos
las zapatillas, cargamos la mochila, cogemos bastones y seguimos. Volvemos a
entonar el himno a Rafael, hablamos de muchas cosas, nos reímos, reímos mucho y
por cosas muy variadas. Siento una compenetración tan bonita entre mi hermano y
yo que completa mis aires de libertad.
Poco
a poco la bajada se va volviendo más dura, empinada y llena de piedras. Quiero
repetir la experiencia y me pongo a brincar entre las piedras bajando, bajando,
volando. Pero esta vez el terreno es mucho más peligroso. Pienso en esas
piedras. Son una alegoría de las piedras
y dificultades de la vida. Vivir
feliz es una cuestión de actitud. Las piedras nos las encontramos todos. Cómo
caminar por ellas es lo que a cada uno le toca decidir.
Estoy
adelantado a muchos peregrinos que llevan uno o dos bastones. Pero me han
adelantado dos que no llevaban ningún bastón. Cada persona elige cómo hacer sus
etapas y en qué apoyarse.
Para
pasar por esas piedras es bueno que nos hagamos con instrumentos que nos
faciliten el camino, como son mis dos bastones, aunque haya gente que no los
necesite, para mí están siendo esenciales.
Estoy
tropezando cantidad de veces, pero no me he caído gracias a esos dos bastones.
Y
esos tropiezos sin caída, me han hecho avanzar más rápido.
Lo
que me lleva a meditar sobre los Bastones
en mi vida: Dios, mi fe, mi maternidad, mi familia y personas muy concretas.
Pensando en ellas me he dado cuenta de que soy una privilegiada porque son muy
numerosas.
Llegar
a Molinaseca es largo y duro. Hoy hay muchos peregrinos y disfruto
saludándoles, con algunos comparto algo más que un “Buen Camino”.
Al
fondo del camino de tierra por el que bajo ya veo la carretera y a una
peregrina que me impacta. Lleva rodilleras y cojea notablemente, camina muy
lentamente, me pregunto cómo será capaz de seguir andando si a penas puede
avanzar. Siento compasión. Al desearle “Buen Camino” con la mayor de mis
sonrisas me doy cuenta de que no es española. Quiero ofrecerle ayuda pero no sé
cómo ni cuál, siento impotencia por ello, agacho la cabeza y sigo caminando.
¿Cuántas veces en la vida hacemos lo mismo? ¿O quizá no es la ocasión precisa para
poder ayudarle?
¡La
entrada a Molinaseca es preciosa! Hay un río cristalino que atraviesa el pueblo
y una iglesia en la que me paro a descansar y estirar las piernas mientras
llega Quique. Aprovecho a llamar por teléfono a una amiga. Mientras hablo con
ella aparece Quique y me escucha decirle a mi amiga: “Ha sido una etapa
enriquecedora”.
Cuelgo
y Quique empieza a reírse de mí: “¿Cómo puedes ser tan cursi? ¿Enriquecedora?
Ha sido una etapa durísima pero bonita, he disfrutado a pesar de lo difícil del
camino…. Pero ¡¿enriquecedora?! Eso es como cuando hablas de Caricias para el
Alma”
Me
entra la risa, Quique lo dice con tanta gracia que me río de mí misma.
Reconozco que puedo resultar pedante pero es la palabra que mejor define mi
etapa… ¡ENRIQUECEDORA!
El
día es perfecto. El sol calienta, he logrado un reto fascinante, mientras lo
realizaba he aprendido a conocerme más y he absorbido vida, me siento llena.
Además hemos llegado a destino a buena hora y el fin de etapa es un pueblo
precioso. Un día, simplemente… ¡ENRIQUECEDOR!
PARTE 3
La
etapa de hoy ha sido muy completa y llena de contrastes:
- Frío
intenso la primera mitad y fuerte calor la última.
- Subida
y bajada.
- Encuentros
y soledad.
- Risas
y meditación.
- Sufrimiento
físico y gozo interior.
- He
disfrutado mucho de la naturaleza: colores, formas, luces y olores acompasando
mi ritmo a todo ello.
Cruzamos
todo el pueblo hasta llegar al albergue que Quique considera mejor. A medida
que nos acercamos comienzo a notar cómo los músculos de las piernas se recogen,
se agarrotan.
Llegamos
al albergue y tocan las rutinas: nos registramos y nos toca subir ¡a la tercera
planta!! ¡Oh, Mis pobres piernas al subir las escaleras! Descargamos y
preparamos las cosas, la ducha está abajo del todo, casi no puedo bajar
escaleras. Ahora me pregunto cómo podré llegar yo a Santiago caminado así, me
río, le digo a Quique que parezco un patito.
Qué
sorpresa al llegar a las duchas, está la peregrina que casi no podía caminar.
Me ha dado un vuelco el corazón al verla. Siento que ahora no puedo dejar pasar
la oportunidad para ofrecerle apoyo.
Tratamos
de comunicarnos pero ella es francesa y a penas sabe inglés, lo habla casi tan
mal como yo. Pero nos hacemos entender.
Tras
la ducha, lavar ropa. Ella se da cuenta de que le falta el jabón y tiene que
subir tres plantas para cogerlo cuando casi no puede caminar, así que le
ofrezco el mío. Al fin he encontrado la oportunidad de ofrecerle mi
consideración a su estado.
Tendemos
la ropa y salimos a buscar un lugar para comer. De regreso al centro del pueblo
aparecen los peregrinos de los espaguetis. No sé por qué, pero siento una gran
alegría ante el encuentro. Les aconsejamos que vayan a nuestro albergue, comentamos
nuestros planes para el resto de la jornada y continuamos nuestros rumbos.
Comemos
en la terraza de un restaurante frente al río. Se respira luz y vida. Nos
reímos al compartir las experiencias de la etapa “enriquecedora”.
Molinaseca
es un pueblo precioso con piscina fluvial. Así que vamos a aprovecharla
metiéndonos en el río hasta los muslos. El agua está muy fría, pero alivia la
carga de los músculos.
Quique
me dice que regresa al albergue para dormir un rato, pero yo decido quedarme en
la orilla del río, aunque me quede dormida allí, no quiero dejar pasar la
oportunidad de respirar vida en un lugar tan bonito.
Me
siento en la orilla del río, algo alejada de varios grupos de personas que
disfrutan del día veraniego.
Antes
de iniciar el camino decidí compartirlo desde la distancia con un buen grupo de
amigos. He dado varias vueltas a cómo poderles hacer partícipes de mis
experiencias y justo la etapa de hoy me ha dado la clave, voy a buscar cada día
“imágenes del camino” como
metáforas de la vida.
Hoy
tengo mucho que escribir y lo hago desde mi teléfono, con un teclado
chiquitito, pero mis palabras fluyen.
Escribo
sobre las piedras y dificultades, sobre los bastones, sobre la libertad y
también, sobre el ritmo:
Ayer
me dijo el sacerdote benedictino con quien me confesé: " Dios marca los
tiempos que necesitamos".
No
puedo pretender correr más de la cuenta si el calzado me hace daño o si las
piernas se resienten.
Dios
sabe cuál es el ritmo que necesitamos cada uno.
“Toda
nuestra ciencia consiste en Saber Esperar”
(S. Rafael Arnáiz) y CONFIARNOS a Dios.
Cada
peregrino tiene su propio ritmo.
¡¡No
podemos pretender cambiárselo porque podría lesionarse!!
En
la vida, tampoco podemos angustiarnos por querer cambiar el ritmo de los demás
y acelerar sus procesos personales por culpa de nuestra impaciencia porque
podrían no llegar a terminar bien su proceso.
Como
llevo un buen rato sentada en el suelo decido levantarme para tomar un té en
una terraza de un bar cercano y ponerme a pintar con las acuarelas.
Nada
más sentarme veo aparecer a los peregrinos de los espaguetis con algún
peregrino más. Martín se sienta en la hierba frente al río. Marcelo se acerca a
dónde estoy con Jesús y le dice: “Vamos a acompañar a esta chica”.
La
charla no tiene fin, se une a nosotros otra peregrina. Es un momento precioso
de encuentro, de compartir y de programar. Quique despierta de su siesta y
viene a nuestro encuentro. Se une a nuestra conversación. Marcelo y él llegan a
un acuerdo: acabar mañana la etapa en Cacabelos.
Finalmente
nos levantamos y nos despedimos de ellos, vamos a comprar algo para cenar y lo
tomamos en el patio del albergue junto a un matrimonio con el que tenemos una
conversación muy agradable compartiendo experiencias.
Al
terminar subimos a la entrada del albergue y aprovechamos la luz del atardecer
para hacernos fotos. Nos reímos porque nos cuesta salir bien en ellas.
Después
entramos de nuevo y allí nos encontramos con la peregrina francesa que se queja
del dolor en sus piernas. Subo corriendo a la habitación y bajo una crema para
darle un buen masaje. Ella lo agradece inmensamente. Y mientras le doy el
masaje llegan Marcelo, Jesús y Martín, alguno se apuntaría a un masaje, me río,
pero no se lo doy.
Charlamos
otro ratito pero ya se acerca la hora de descansar. Antes de ir a la cama llamo
a mis pequeños. Mi hijo Iván se pone al teléfono, se escuchan los grillos y me
pregunta si lo que oye son grillos, me pide que le lleve uno. Me echo a reír.
Me encanta verle tan alegre y cariñoso. ¡Mi pequeño! ¡Mi bastón!
Dormimos
con el ventanal abierto, acunada por el sonido de los grillos que tanto le han
gustado a Iván.
Doy
gracias a Dios por tantos dones.
1 comentarios:
Gracias Nines por este Maravilloso Compartir, por cada narración y reflexión que me hace Volver con las Botas y La Mochila hasta La Ruta de las Estrellas. Recorrer este sendero escuchando tu el Ritmo de Tu Caminar Hace que Comparta cada Energía especial que desprende el Peregrinaje hasta la Tumba del Mayor. Que Grande la Palabra LIBERTAD, cuanto peso dejamos cada día a nuestro paso y cuantas cosas Nuevas pueden entrar gracias al desapego. Buen Camino. Ultreia
www.tu-coach-personal.com
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