ULTREIA 7 etapa 5ª
ULTREIA 7
11 agosto 2013 – Sta.
Clara de Asís
Vega de Valcarce-
Fonfría
24
km a 139 km de Santiago.
Un
día más vibra el móvil. Hoy es Santa Clara de Asís, el santo de mi hija. Sé que
voy a tenerla presente a lo largo de todo el día. Una nueva etapa espera, un
reto importante está aguardando nuestra llegada. Recogemos todo, nos preparamos
y desayunamos, sin hacer ruido para no despertar a quienes aún descansan, pero
compartiendo el inicio del día con quienes ya están en marcha. Dos voluntarias
se turnan cada día para servir el desayuno y hoy le tocaba a Rebeca,
precisamente. Agradezco y admiro su labor. Salimos de un albergue que se ha
convertido en un hogar y lo hacemos cargados del cariño y buenos deseos de
quienes le atienden. Abrazo a Rebeca y le aseguro que nos mantendremos en
contacto.
Y
comenzamos a caminar, junto a nuestro compañero Rafael. Como cada día, nuestra
marcha comienza bajo la luz de las estrellas más rezagadas.
Llegamos
enseguida a Ruitelán, el pueblo donde ayer preveíamos acabar etapa. Al pasar
frente al albergue donde ha debido de estar nuestra familia del Camino siento
añoranza y ganas de volver a reencontrarlos. Seguimos avanzando sin parar. La
orilla del Camino se va transformando y comenzamos a pasar por paisajes, que con
en la penumbra previa al amanecer, parecen mágicos. Al pasar por la última
aldea antes de comenzar la subida a Cebreiro vemos que anuncian el alquiler de
burros y caballos para hacer ese tramo de la etapa. Es una tentación, pero
reconozco en mi interior que no me sentiría igual de satisfecha si esta etapa
la hace un borriquillo por mí. Necesito demostrarme a mí misma que puedo
hacerla con mis propios recursos.
Aparece
el inicio de la subida, está muy bien indicado porque el Camino se bifurca, los
peregrinos a pie por un lado y los bicigrinos por otro. Antes de comenzar, me
preparo, quito el chaleco, coloco bien las zapatillas y, por supuesto,
entonamos el himno a “nuestro protector”: ¡Rafael! Nuestro pobre compañero se
muere de vergüenza. Quique graba el proceso y los tres nos reímos mucho.
Respiro
profundamente y ¡Vamos a por el Cebreiro!
Enseguida
el Camino queda cubierto por árboles frondosos, aún no ha salido el sol aunque
ya hay claridad, pero las tupidas ramas dejan pasar poca luz. La cuesta es
francamente empinada y el terreno muy pedregoso. El corazón se acelera por el
esfuerzo y la respiración cada vez es más intensa. Quique se para a grabar y a
hacer alguna foto, pero yo no puedo hablar, tan solo pronunciar
“Inconmensurable” cuando habla de la belleza del lugar.
En
medio de todo ese esfuerzo, llega la primera imagen del día: Distracciones: la subida está siendo durísima,
pero el paisaje es tan hermoso que me estoy quedando con ganas de fotografiar
la salida del sol, los árboles y las plantas, los contrastes de verdes en los prados...
Sin embargo, el camino requiere de mi total concentración para no perder el
ritmo, para evitar tropiezos en las enormes piedras y para controlar la
respiración, acompasarla con cada paso y así lograr llegar a la cima. Éste no
es el momento de poder disfrutar de las “pequeñas cosas”.
Hay
muchos momentos en la vida que requieren esa concentración sin distracciones
para llegar antes y mejor a la cima.
Tengo
que ir mirando el suelo constantemente y soy consciente de la hermosura del
paisaje que me estoy dejando a mi lado pero no puedo perder el ritmo ni
exponerme a un tropezón.
Mientras
miro el suelo veo Huellas, es la
segunda imagen de hoy: estoy pisando huellas de otros que han dejado al pasar delante
de mí. ¿Cuánto tiempo llevan allí esas huellas? Me animan. Si otros lo han
logrado ¿por qué yo no?
Esa
pregunta me la he repetido numerosas veces a lo largo de mi vida ante grandes
retos: estudiar y afrontar exámenes, terminar la carrera, encontrar trabajo,
dar a luz a mis hijos… ¡llegar hasta este punto del Camino!
Haber
logrado esos retos me infunde la confianza suficiente para confiar en que podré
afrontar los que vengan de ahora en adelante.
Quique
me dice que falta poco para llegar a La
Faba, la cuesta se empina aún más. El pueblo parece que está
en la punta más alta del mundo, pero no, aún queda más subida. Casi no me queda
aire. Admiro a los lugareños por vivir en un lugar así. Eso sí, el sitio es
precioso. Hemos subido justo la mitad, estamos a 921 metros de altitud y
aún nos quedan por subir casi 400 más hasta Cebreiro que está a 1296 metros sobre el
nivel del mar.
Rafael
se nos despista en la subida, se va quedando atrás. Nos cruzamos con los
franceses que han dormido en nuestro albergue, charlamos con ellos y nos
enteramos que son tía y sobrino (no madre e hijo como yo creí).
Llegamos
a una pequeña aldea llamada Laguna y allí es donde decidimos parar a reponer
fuerzas antes de afrontar lo que resta, será menos empinado según asegura
Quique. Mi té y mi chocolate derretido y enfriado varias veces desde que
salimos de Astorga, (está tan deformado que me causa risa y le hago una foto
para compartirla), suponen un impulso interior, pero sin duda, lo que hace que
mi espíritu se anime del todo es escuchar una voz familiar que exclama: ¡Los
hermanos “de la Torrecilla”!
¡Es
Martín! Viene sudoroso y sonriente con su inmenso bastón de madera. Le gusta
llamarnos así y a mí me resulta entrañable.
Nos
dice que Jesús y Marcelo vienen detrás, lo justifica porque el “abuelo Marcelo”
no puede ir más rápido, que está muy mayor. ¡Ya me gustaría a mí tener la
vitalidad y forma física de Marcelo dentro de 23 años!... ¡Y ahora también!
Terminamos
el descanso y seguimos el Camino hacia Cebreiro. Las peores cuestas ya han
pasado y ahora disfrutamos de toda la familia del Camino avanzando paso a paso
juntos.
Si
Quique no me avisa, me habría pasado el mojón que indica que llegamos a
Galicia, pero al mirarlo, abro la boca sorprendida y emocionada. ¡Galicia!
Quique
pone en su móvil el himno a Galicia y yo grabo la llegada del resto. Es
francamente conmovedor ese momento, con el sol radiante, un paisaje hermoso y
la satisfacción de haber logrado un nuevo reto. ¡Galicia! En todos nuestros
rostros se refleja la misma emoción. Siento como Santiago se nos antoja más cerca.
PARTE 2
Pedimos
a otros peregrinos que pasan por allí que nos hagan una fotografía a toda la
familia del Camino conmemorando nuestra entrada en Galicia. Jugueteo poniendo
un pie en Castilla y otro en Galicia, me encanta la singularidad de ese
sitio. A partir de ahora, me dice
Quique, tendremos un mojón cada medio kilómetro. ¡Genial! ¡Me gusta saber que
iremos tan informados!
Y
seguimos, aún quedan unos pocos kilómetros para llegar a Cebreiro. Mi cuerpo
está respondiendo mucho mejor que en los dos últimos días. Cebreiro parece
antes de lo que esperaba, tenía tanto miedo a esta etapa que me parece
increíble haberlo conseguido. A las diez y diez de la mañana tocamos el mojón
que indica que quedan 151 km
para Santiago.
En
abril vine con Quique, todo estaba cubierto de nieve, volver a Cebreiro ahora después de cuatro meses, pero esta vez,
andando, me fascina.
Entro
con el corazón anhelante por el encuentro, en la iglesia que es cuidada y
asistida por Franciscanos Menores. Tienen biblias en idiomas muy variados y en
ella hay un clima de recogimiento especial.
Siento
mucha paz. Me pongo ante el Sagrario. Aquí estoy, la misma persona de hace
cuatro meses: yo, humilde y pequeña ante Él, pero con sensaciones diferentes a
las de entonces. ¡No en vano he ido superando diversas y muy duras etapas desde
abril!
La
perspectiva que te da la distancia en el tiempo ayuda a ver la realidad con más
luz y sosiego. Amo dónde estoy, amo lo que me ha llevado hasta aquí por muy duro
que haya sido, ¡Amo lo que es! Siento un inmenso agradecimiento.
Soy
la última en salir de la
Iglesia, y luego pululamos por el pueblo, miro tiendas y
encuentro chapas con los nombres de Iván y Clara, me ilusiono como una niña al
verlas y luego al enseñarlas a nuestra familia del Camino.
Nos sentamos en una terraza tranquila, con una brisa maravillosa y un paisaje inigualable, un mar de nubes se extiende en el valle que queda a nuestros pies mientras el sol nos ilumina resplandeciente. Es un momento de sanación perfecto. ¡Siento tanta paz!
Nos sentamos en una terraza tranquila, con una brisa maravillosa y un paisaje inigualable, un mar de nubes se extiende en el valle que queda a nuestros pies mientras el sol nos ilumina resplandeciente. Es un momento de sanación perfecto. ¡Siento tanta paz!
Pero
me entero de que la etapa aún nos depara la subida a otros dos montes. ¡Oh,
nadie me había avisado de esto!
Sin
embargo no dejo que esa información me haga decaer. Salimos de Cebreiro y
continuamos nuestro camino. Jesús, Marcelo y yo vamos por detrás de Martín y
Quique.
Charlamos
con la confianza de quien se conoce desde hace años. Y es que el camino une de
una forma muy especial.
Entonces
llega a mí la tercera imagen del día, la Compañía:
Recuerdo
una frase que aparece en la película de La última cima: “Desde que Dios se ha hecho hombre, todo lo humano habla de Dios”.
Una
buena compañía con quien compartir risas y aprendizajes, conversaciones que reconfortan,
o los ánimos que me dan todos aquellos que siguen mi Camino en la distancia y me ayudan
a dar un nuevo paso.
Cada
encuentro con el otro lo vivo como un encuentro con Dios y me entusiasma
descubrir tantas nuevas cosas de Dios en ese encuentro con los demás. Siento
con intensidad la grandeza e infinitud de Dios
ante la riqueza de cada persona que tengo el privilegio de encontrar y de conocer.
Poco
a poco voy sintiendo que los dolores del cuello por el peso de la mochila, los
talones, la rodilla y dedo gordo derecho, quedan en segundo plano ante el
cansancio y el calor que va en aumento.
Bajamos
Cebreiro, subimos a San Roque, allí nos hacemos fotos, sopla el aire con más
fuerza. Me troncho con Marcelo que nos pregunta si es necesario bajar para
luego tener que subir de nuevo. Bajamos San Roque y subimos a Poio. ¡Oh, Poio
es terrible! La subida final parece una pared. Cojo impulso, me siento con
fuerzas, comienzo a acelerar el paso, dejo a Jesús y Marcelo y adelanto a
Quique y Martín, la frase de “Al mal paso dale prisa” me anima a afrontar esa subida
cuanto antes.
Al
dejar a Quique y a Martín atrás, escucho sus comentarios graciosos sobre mi
adelantamiento, sobre la subida, sobre el calor. Me gusta mucho ver cómo
afrontan los retos con sentido del humor y me ayuda a hacerlo de la misma
forma.
Llego
a la cima sin aliento y justo al llegar hay una terraza de un bar esperándonos
para reponer fuerzas. Pasamos un rato distendido, muy divertido. Pregunto
cuánto nos queda, siento que las fuerzas empiezan a flaquear. Quique me dice
que ya solo queda bajar.
El
calor va apretando con fuerza pero estar acompañada es fundamental para
atravesar los últimos kilómetros sin desfallecer. Gracias a quienes van conmigo
no me centro en mis molestias y cansancios, por eso logro seguir dando un nuevo
paso tras otro.
Atravesamos
varias aldeas, me encantan, sientes la tradición, la belleza de una vida
sencilla y sosegada, sin las prisas de las ciudades, casas de piedra que conviven
en armonía con la naturaleza, hermosas ermitas que te hacen sentir la unión en
la fe con aquellos que las han visitado desde que fueron construidas desde hace
varios siglos.
Aparece
ante nosotros una pequeña aldea con un gran albergue: Fonfría. Es muy curiosa
su decoración, parece que estamos de safari en vez de Galicia. Invito a todos a
un zumito de naranja tras registrarnos, brindamos por el reto conseguido y,
sobre todo, por mi niña, por Clara, que para eso es su santo.
Como
siempre, las rutinas, duchita, lavar y tender ropa y descansar, sobre todo hoy
se hace necesario descansar.
Sin embargo, un grupo numeroso de peregrinos que se han ido conociendo por el camino entra bullicioso en la habitación de literas corridas y ventanal inmenso. Es imposible volver a conciliar el sueño. Empiezan a recorrerme instintos asesinos. Pero, en el fondo, me lo tomo con humor.
La
tarde transcurre tranquila, disfrutando del encuentro, aparecen Tina, Astrid y
Kitty, Quique y Martín cogen una guitarra y cantan todos juntos mientras yo
tomo un té y aprovecho a escribir las imágenes del día, luego a pintar con
acuarelas durante una bonita charla con toda la familia del camino.
Para
cenar hay un restaurante que pertenece al albergue al otro lado de la
carretera, tiene una inmensa mesa semicircular corrida. La comida es muy
sencilla, pero es un buen sitio para unir lazos, aunque vivo también momentos
de silencio durante la cena. Tras la cena, los chicos encuentran un billar bajo
el comedor, yo me ofrezco a no jugar para que puedan hacerlo ellos por parejas.
Mientras ellos juegan yo recibo una bonita llamada de una amiga. Salgo del
restaurante para poder hablar mejor, se me regala un anochecer rosado, un aroma a hierba
que me envuelve y una extensa y cálida conversación que me reconforta y anima a seguir
adelante.
La
noche promete, hoy los roncogrinos es lo que menos perturba, los ventanales de
la habitación abiertos dejan pasar los mugidos de las vacas que duermen en el
edificio que está al lado. Es gracioso. En el fondo, me gusta. Y doy gracias a
Dios por lo maravillosa que es la vida.
4 comentarios:
Jajajaja... que el abuelo Marcelo venía entero....solo que camina a modo porque sabe que el camino es una carrera de fondo y no un sprint!
:D
El abuelo Marcelo es un crack!! Por eso es el GRAN MARCELO!!Aunque Martín le bautizara como "tío gruñón" también, pero bien sabe Marcelo que era con todo el cariño del mundo!! ;-)
Que gratos recuerdos escuchar esta etapa en la voz de Nines.La recuerdo como si fuese ayer.Gracias por este regalo.
¡Gracias a vosotros por formar parte esencial de aquellos días!
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