ULTREIA 8 Etapa 6ª
Fonfría- Sarria
12-08-13
27
km
PARTE 1
Cinco
y media de la mañana, la familia nos ponemos en pie. Recojo todo, como siempre,
antes de bajarme de la litera. Cuando llega Quique ya tengo recogido también su
saco, me gusta darle esa sorpresa por las mañanas.
Desayuno
frugal y, ¡en marcha!
Un
día más salimos bajo la luz de las últimas estrellas de la noche, vamos los
cinco juntos, ilusionados ante esta etapa tan especial. Hoy Jesús y Martín
recorrerán sus últimos kilómetros con nosotros. Jesús porque irá desde nuestro
destino de hoy que es Sarria, hasta Santiago en bus para poder hacer caminando
desde Santiago hasta Finisterre. Martín porque ya no tiene más días disponibles
y regresa a Francia.
He
decidido no vivir esta última etapa juntos con la agonía de quien sabe que debe
despedirse, sino aprovechándola y con agradecimiento.
El
amanecer nos tiene preparada una sorpresa impresionante como despedida.
El
día apunta a caluroso pero, de pronto, comenzamos a ver desde el alto por el
que estamos bajando, un mar de nubes "de película". Ante tan
fascinante espectáculo paramos a hacernos fotos unos a otros. En los rostros
queda reflejado el impacto que ha causado en cada uno de nosotros la inmensa
belleza que estamos teniendo el privilegio de contemplar. Esa belleza que nos
invita a ir más allá (Ultreia), a sumergirnos en lo profundo de nuestros seres
a la vez que, a medida que avanzamos, nos sumergimos en el mar de nubes que hemos
contemplado desde lo alto.
En
algún momento Quique y yo le hablamos a Marcelo de los bicigrinos y se parte de
risa al escuchar ese término, así que propone que vayamos haciendo categorías
de peregrinos según los vayamos encontrando por el Camino.
El
primer pueblo que encontramos es Triacastela, lugar propicio para terminar la
etapa que hicimos el día anterior. En él deciden pararse a tomar algo más
contundente nuestra familia, pero Quique y yo decidimos seguir avanzando
mientras sea posible para que las nubes que nos cubren nos protejan del sol que
promete ser de justicia en la larga etapa que tenemos por delante.
En
esta parte, el camino se bifurca y hay que elegir si hacerlo más largo pero
llano por Samos, o más corto y empinado por el alto San Xil. Elegimos el camino
corto pero empinado.
A
medida que avanzamos la elección me va gustando más y más. El paisaje por esta
parte del camino es, simplemente, mágico. La mayor parte de la etapa transcurre
entre paredes de roca cubiertas de musgo y helechos. Vamos, ¡mi debilidad! Y luego
un bosque frondoso a un lado y prados verdes al otro lado.
Es,
sin lugar a dudas, una de las etapas más bonitas del camino. Según nos vamos
metiendo por medio de poblados perdidos y preciosos hacia una subida cubierta
por árboles a cada lado, encontramos una casa abierta, al mirar dentro vemos
que es un oratorio preparado para peregrinos. Me impacta tanto la delicadeza
con la que está colocado todo que ni siquiera me atrevo a entrar para no
alterar nada, sólo lo contemplo desde la puerta, como un niño que mira a un helado
de chocolate que no puede permitirse comer. Tras unos instantes de duda,
acabamos decidiendo no entrar y seguimos avanzando.
En
una parte solitaria, en medio de un frondoso bosque, mientras subimos una de
las primeras cuestas, ponemos en el móvil a Pavarotti cantando Nessun Norma de
Turandot y a grito pelado le emulamos: “Al alba vincero”. “Al alba venceré”,
muy bien traído a este momento en el que aún parece que no ha amanecido del
todo gracias a la protección de las nubes que nos siguen cubriendo. Nos reímos
sin dejar de subir, un paso tras otro.
Me
encanta ir viendo pasar los mojones que nos indican los kilómetros que vamos
haciendo. Hoy estamos subiendo nuestra marca de kilómetros por hora, bromeo con
Quique: “¡Se me desmelena el pelo a esta velocidad!”
Quique
y yo vamos hablando, cantando, animándonos, riendo y, también, callando. El
Camino da para todo.
Mi
pie derecho se va quejando pero no le escucho. Seguimos avanzando. Al llegar al
alto San Xil la incredulidad se apodera de nosotros ¡No hay ni un solo
establecimiento para poder parar a retomar energías! Así que no queda más
remedio que seguir.
A
lo largo de estos últimos kilómetros nos estamos reencontrando con grupos de
peregrinos con quienes ya habíamos coincidido en otras etapas. Nos alegra mucho
el encuentro mutuo y charlamos sin dejar de caminar. Compartimos experiencias y
previsiones o planes. Para algunos será su última etapa hasta el próximo año en
el que al fin, puedan llegar a Santiago durante sus siguientes vacaciones.
Todos
estos encuentros traen a mi mente la primera imagen del día: Humildad.
Pero
hoy dialogamos Quique y yo sobre esa imagen. El encuentro y la escucha con la
gente en el Camino ayudan a ampliar la mirada.
Eso
lo sumo a todo lo que este año de tanto dolor me ha enseñado: a no juzgar, porque desconozco las
circunstancias completas en las que vive cada persona y que la están
condicionando.
El
Camino te hace ser humilde y, a su vez, te enseña a valorarte a ti mismo, gracias a los retos
que vas superando, gracias a los triunfos que vas logrando. Quique me dice una
frase clave: “Ser humilde pero no
humillarse”.
Porque
a veces hemos entendido mal la humildad de la que nos habla el Señor y nos
hemos pasado llegando a humillarnos tanto que nos infravaloramos hasta extremos
insospechados, pero Dios nos ha creado como somos y así nos ama, por eso
tenemos que aprender a vivir en el punto medio exacto entre la vanidad y el
“auto-ultraje”, y ese punto es la humildad.
Las
nubes empiezan a desaparecer pero ya son las doce del mediodía y hemos caminado
casi 20 kilómetros sin parar así que tras cuatro horas y media de camino
decidimos tener un merecido descanso, pero prevemos que se nos va a hacer más
largo de lo deseado al ver la cantidad de gente que ha parado en el mismo
lugar. ¡Lógico, no hay otro desde Triacastela!
Tras
más de una hora de parada y cuando ya estamos decidiendo levantarnos, aparece
Martín solo, ha dejado atrás a Jesús y a Marcelo.
Quique
se ofrece a traerle un bocata y refresco, y yo a darle unas tiritas para sus
doloridos pies. Y cuando ya le tenemos atendido decidimos seguir avanzando.
Ahora
toca comenzar a caminar bajo un sol abrasador. En algún tramo disfrutamos de
las sombras de los árboles y de una brisa que nos devuelve el aire por
instantes.
PARTE 2
No
estoy haciendo sola ningún tramo del camino hoy, pero sí tengo momentos de
silencio y en ellos pienso en otra imagen del día, las Apariencias:
Desde
que comenzamos, Quique y yo tenemos que ir aclarando a los demás que somos
hermanos y no pareja, ya que es lo primero que piensan cuando nos ven.
La
combinación hermano-hermana no la han visto nunca, según nos han dicho en
varios albergues.
En
el Camino te das cuenta de la cantidad de equivocaciones que cometemos al
juzgar por las apariencias:
En
el albergue de hace dos días estuvieron tres franceses: un hombre, una mujer y
un chaval. Enseguida interpreté que eran una familia.
Pues
bien, al señor acababan de conocerlo y la mujer era la tía y madrina del chico
y nos lo contaron cuando les reencontramos en la subida a Cebreiro.
Nuestra
compañera de habitación de Vega de Valcarce, la chica coreana que estaba sola,
creí que vino para pasar una "aventura exótica", pero en realidad nos
contó que hace el Camino porque el año pasado falleció su padre y era tan
importante en su vida que ella quería aprender a vivir tras su muerte. Aquel
testimonio me conmocionó mucho.
Y
así voy viviendo uno y otro caso.
Cada
vida es una historia por descubrir. Cometemos un grave error si la
simplificamos en base a nuestros prejuicios.
Noto
cómo el pie derecho se va hinchando cada vez más, pero no centro en él mis
pensamientos. Seguimos avanzando con la ilusión de que Sarria ya está cerca. Pero
el final de etapa viene acompañado de un último reto. A la entrada del casco
antiguo nos está esperando una escalera que parece colocada a posta para mortificar
a quienes llevamos tantos kilómetros andados hoy y, encima, parece que no
llegamos nunca a nuestro albergue que está al final del pueblo. Las mochilas
nos pesan el doble por el cansancio y nuestro albergue no aparece nunca, los
minutos hasta llegar a él se nos hacen eternos. Cuando al fin llegamos vemos
que ha merecido la pena, es la casa de los Mercedarios en Sarria, es un macro
albergue que está totalmente reformado y muy cuidado. Avisamos a nuestra
familia del camino que ya hemos llegado y que deben ir hasta el final del
pueblo, estamos alojados justo frente al cementerio.
La
ducha de hoy es espectacularmente reparadora. Pero noto que debo hacer reposo
por mi pie. Hoy se hace nuevamente necesaria una buena siesta pero luego
tenemos que ir de compras, Martín ha prometido cocinar para todos nosotros como
cena de despedida y vamos a buscar un supermercado, y de paso, yo buscaré una
farmacia. Los chicos me ofrecen que me quede en el albergue para reposar, pero
me apetece ver el pueblo, aunque casi no pueda caminar.
Nos
disgregamos para abarcar más. Jesús y Marcelo van en busca de transporte para
que Jesús vaya hasta Santiago al día siguiente y Martín, Quique y yo nos vamos
al supermercado. Creo que estamos haciendo más kilómetros por el super que en
la etapa de hoy, primero por no conocer dónde están situados los productos y
luego hasta descubrir qué es lo que Martín necesita para su cena estrella.
Vamos y venimos por los pasillos mientras hacemos bromas y reímos.
Cuando
salimos del super me separo para buscar una farmacia y comprarme una crema
antiinflamatoria, la verdad es que mi pie no aconseja andar pero aquel paseíto
a solas, hablando por teléfono con mi madre que me cuenta lo bien que están los
peques, me hace sentir muy bien.
Sin
embargo, antes de llegar al albergue recibo noticias de esa vida que dejas
atrás cuando te pones en camino pero que se empeña en perseguirte cuando menos
quieres y que me alteran e inquietan tanto que surgen de pronto unas ganas
inmensas de llorar que tengo que reprimir para no amargar a los demás. Me
siento en el patio a darme la crema y, como si intuyeran que no debía estar
sola en esos momentos, llegan Jesús y Marcelo a sentarse conmigo. Alguien me
avisa de que Quique está afanado desde que llegó limpiando mi toalla de
microfibra que ha caído al suelo y se le han pegado hojas por todos lados, ¡es
imposible de limpiar! Y a mí me parece mentira que cueste tanto quitarle las
hojitas, hasta que Quique descubre que con agua caliente se van despegando,
pero antes de ver el resultado final y dada la hora que es, no se arriesga a
que me vaya sin toalla y va a comprarme una a la entrada del pueblo, quiero ir
yo pero no me deja ir a mí para que cuide mi pie. ¡Cuánto le agradezco ese
cuidado!
Al
albergue han llegado nuestras chicas del norte y con ellas celebraremos también
la cena.
Martín
se pone manos a la obra con la cena y yo me ofrezco de pinche, la verdad es que
supone un esfuerzo impresionante para mí, no sólo físico, sino también anímico,
tragar saliva para no echar a llorar. Pero siempre los esfuerzos son
recompensados y poco a poco, voy empezando a volar por encima del malestar.
Tinna y Astrid también colaboran con la preparación de la cena, eso ayuda a que
yo pueda establecer más comunicación con ellas porque con mi escaso inglés no
he podido hacerlo muy bien hasta ahora.
Descubro
que en la cocina del albergue hay un super tarro de Nutella y no me resisto a
fotografiarme con él. Encima, ¡está lleno de deliciosa crema de cacao! pero no
la pruebo por falta de tiempo, ya que estoy ejerciendo de pinche de Martín y
¡es un cocinero muy exigente! Aunque también agradecido.
Poco
a poco vamos dejando solo a Martín, primero las chicas y luego yo, que le digo
que necesito sentarme, pero antes dejo la mesa preparada. Agradezco haber hecho
el sacrificio inicial de estar allí porque el servicio siempre trae su
recompensa.
Cuando
al fin llega Quique con mi nueva toalla, todos nos sentamos a cenar, yo estoy
situado en zona angloparlante, por lo que participo poco de la conversación,
pero voy sintiendo mi corazón más sosegado y entregado al servicio a los demás.
Al
terminar la cena entono la canción de despedida “Algo se muere en el alma”.
Jesús se emociona en cuanto empiezo, Martín se sorprende a medida que va
escuchado la letra y todos los españoles la cantamos a la vez. Es muy bonito
ver en sus rostros el agradecimiento y el cariño que sienten.
Siento
que hoy no es día para acostarse pronto pero mi cuerpo lo pide, así que cuando
proponen ir a tomar algo por ahí rechazo la oferta y Quique y yo nos vamos a
descansar.
Mañana
comienza una nueva forma de caminar, sin Jesús y sin Martín pero con Marcelo
entre nosotros, hemos dejado de ser dos para ser tres. ¡Qué riqueza!
El
último aprendizaje del día viene con la despedida de Jesús y Martín, como en la
vida, hay personas que permanecen y otras que aparecen solo en momentos
puntuales para regalarlos una enseñanza o una felicidad. En vez de vivir
amargados por su ausencia, el camino te enseña a vivir agradeciendo su
presencia mientras duró.
Aprender
a disfrutar de ellos cuando están y agradecer lo vivido con ellos cuando ya se
van y no pueden estar, es otra gran enseñanza del Camino.
.
1 comentarios:
Este dia fue inolvidable también!!!! La cena, apelando al humor, podríamos llamarla la penúltima cena, -si teníamos hasta Jesús en la mesa -, porque luego tuvimos otra en Santiago, aunque claro... ya no estaba el francés.
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