ULTREIA 12 ETAPA 10º
Arzúa- Monte del Gozo
16-08-13
35
km ¡Etapa interminable!
Vibra
el móvil, ¡Se me hace tan raro pensar que hoy es el último día que lo
programaré para madrugar tanto!
Salimos
de Arzúa con noche totalmente cerrada. Quedan 40 kilómetros para
llegar a Santiago, un patxi grino sería totalmente capaz de hacerlo.
El
amanecer de hoy es increíblemente hermoso, los rayos de luz pasan a través de
los troncos del bosque de eucaliptos por el que estamos pasando, tiñendo todo
de una capa dorada.
Siento
que es como la luz de Dios cuando se va abriendo paso entre nuestras tupidas
limitaciones y miserias, entre nuestras circunstancias adversas y problemas.
Es
como las flechas amarillas que
aparecen para disipar dudas en un cruce de caminos.
Durante
los 200 km
que llevamos andados, nuestra guía constante han sido las flechas. Y una
pregunta me asalta siempre que paso por algunos lugares remotos.
¿Quién
puso ahí las flechas? Amo a las personas que las pusieron, las amo aun sin
saber quienes hicieron esa labor ingente.
Las
amo porque orientan mi camino.
Gracias
a las flechas no te pierdes. Andar 100 m más porque te has equivocado, cuando ya
tus pies están agotados y magullados, es terrible. Por eso amo a quien me amó a
mi primero, sin conocerme ni saber si pasaría por allí alguna vez.
Entonces
me he puesto a reflexionar y a preguntarme: ¿quiénes han sido y son flecha amarilla
en mi vida?
Rezo
por ellos y agradezco a Dios la existencia de cada uno de ellos.
Y
me pregunto: yo, ¿soy flecha?
Una
determinación sale de lo más profundo de mis ser: ¡QUIERO SER FLECHA AMARILLA!
Me
siento muy bien físicamente, a penas siento molestias de la infección y todo lo
demás está ya adaptado, espalda, pies, deditos de los pies…
Comienzo
con mucha energía y ánimo, eso me está generando un "conflicto"
interno: me apetece mucho, muchísimo seguir hasta Santiago y empieza a
angustiarme no llegar por adaptarme a la decisión de mis dos compañeros de
camino que quieren que hoy terminemos en el Monte del Gozo y aguantar la
espera. De nuevo “Saber Esperar”. ¡Pero qué frágil es la naturaleza humana!
Acabo de determinar que quiero ser flecha amarilla y ahora me siento fatal
conmigo misma, me siento egoísta. No quiero frenarme por ellos, quiero poder
seguir hasta Santiago. Y me siento fatal porque ellos se han adaptado a mi
ritmo y circunstancias ayer, pero hoy me cuesta asumir las suyas, ¡Me cuesta
tanto!
Hago
un esfuerzo interior inmenso para sosegar mi inquietud y no precipitarme, para
pensar sólo en el paso que voy dando, uno tras otro.
Me
alejo de ellos porque voy más ágil pero tras unos 15 kilómetros paramos
a saludar a una señora que, por Facebook, le ha ofrecido a Marcelo invitarle a
un café en su hotel.
Yo
me desvío al hotel y les espero allí con un rico zumito de naranja. Quique se
pasa el desvío y Marcelo llega tras un buen rato de espera.
La
visita no es muy larga, pero noto que la parada me ha venido fatal. No logro
calentar motores. Los kilómetros empiezan a hacerse eternos y la infección de
orina comienza a atacar con fuerza. Es mi debilidad, mi infección, quien da la
respuesta a mis anhelos de esta madrugada.
Llegar
hasta el Monte del Gozo se empieza a convertir en todo un suplicio a medida que
avanza la jornada y el calor aprieta y la cistitis se intensifica.
Mi
falta de voluntad para "soportar" tener que esperar al día siguiente
para hacer los 5 km
que separan el Monte del Gozo de Santiago, está quedando disipada ante las
circunstancias que me dan de bruces contra la realidad de mis limitaciones: la
infección de orina y la primera ampolla del camino bajo el dedo meñique del pie
izquierdo que convierten cada paso con ese pie en una punzada de dolor.
Marcelo
no se separa de mí, se adapta a mi ritmo lento a pesar de que le pido que coja
el suyo. Me da una lección de vida y de generosidad impresionante después de lo
que había renegado unas horas antes por no poder llegar a Santiago por él y por
Quique.
Nuestras
paradas se multiplican, aunque me fuerzo, no puedo aguantar andando más de una
hora sin parar. Ir al baño es terrible, no ir es peor. Reiniciar el camino tras
la parada es mortal.
Comemos
en la terraza de un restaurante con un menú riquísimo. Noto que me voy
reponiendo, aunque no tanto como me gustaría. Nos refrescamos y preparamos para
los últimos kilómetros.
Cuando
ya tan solo 9 km
y me falta muy poco para rendirme. Encima los mojones han dejado de existir
desde el 12
Les
digo a mis compañeros, riéndome, que ya empiezo a hiperventilar de la angustia
que siento sin los mojones.
Lo
cierto es que si no me rindo es porque entiendo que no hay posibilidad para hacerlo.
No hay sombras a nuestro paso ni lugares donde poder sentarse, descansar y
refrescarse. En realidad sí hay opciones pero mi mente sabe reconocer que sus
consecuencias serían mucho más negativas.
Ese
análisis de la realidad impide a mi mente doblegarse ante lo que el cuerpo reclama
con fuerza: "¡Para ya, ríndete y tírate al suelo!"
Repito
en mi interior la frase del mojón 40: “Deja que el corazón te lleve cuando tus
piernas no puedan”
Lo
traslado a mi vida, ¡tantas veces he tirado hacia adelante a base de pura
"fuerza de voluntad" y determinación!
¿¿Dónde
está el límite?? ¿Hasta dónde puedo llegar sin "partirme"? Necesito
descubrir ese equilibrio para mi vida.
Tenemos
que hacer paradas cada menos tiempo, pero la subida al Monte del Gozo es eterna
y está desierta de lugares de descanso.
Una
cuesta sucedía a otra, y ésta a otra, y a otra y a otra más. Y Quique no dejaba
de asegurarme que esa cuesta era la última, pero no lo era, su recuerdo le
fallaba y yo sentía que la impaciencia me restaba energías. Entonces comencé a
despotricar, acumulé en dos minutos los improperios de toda una vida. ¡Nos
reímos tanto! ¡Me liberó tanto!
Comenzamos
a cantar: Gotas de lluvia sobre mi cabeza, Raindrops keep falling on my head,
de la película Dos hombres y un destino. Fue todo un descubrimiento que a
Marcelo le gustara también.
Hablamos
de la serie infantil latina, El Chavo del ocho y de El Chapulín Colorado.
“¡Pipipipipipi!” decíamos emulando a uno de los personajes de la serie para
lamentarnos de nuestro agotamiento.
El Buen humor en la lucha transforma todo
el Camino. Merece la pena, utilizar un poco de energía creativa para dar una
pincelada de humor y risa desintoxicante a las dificultades. Es esencial para
seguir adelante libre de amarguras y no fastidiar a los compañeros con una
actitud negativa y derrotista durante el Camino.
Nos
reíamos tanto que los kilómetros comenzaron a acortarse.
Ya
queda poco, ya menos, mucho menos… ¡El MONTE DEL GOZO! ¡Ya está ahí!
¡Llego
exhausta! ¡Casi rota! Pero... ¿y la llegada?
¡¡La
llegada es impresionante!!
Ahora
entiendo a la perfección porqué se le llama Monte del Gozo ¡Qué gozo da llegar!
Mi
conflicto interno al presuponer que sentiría impaciencia por llegar aquel mismo
día a Santiago cuando aún "presumía" de mis fuerzas, me hacía estar a
disgusto con lo que, yo creía que suponía un impedimiento para mis deseos, mis
compañeros. Rogué por tener claridad y fuerza interior suficiente para ganar
esa batalla desde el amor y sacrificio por los demás.
Pero
al venir mi bajón físico, han sido precisamente aquellos a quienes sentía al
inicio de la etapa como
"limitaciones externas", los que, finalmente, me han ayudado a llegar
al Monte del Gozo. Con sus cuidados y su comprensión. Con su sentido del humor
y sus risas. Con canciones y desahogos. Sin ellos yo no habría sido capaz. Imprimieron
un ritmo asequible para mí... y ¡¡HEMOS LLEGADO!!
El
dolor físico sigue presente pero queda disipado por la fuerza y la satisfacción
que me da la emoción del reto logrado y eso es fascinante.
Ya
no siento para nada esa ansiedad por la impaciencia de bajar a Santiago.
Asumo
que el momento aún no había llegado. De nuevo "Saber esperar" porque
el momento perfecto para llegar al Obradoiro será mañana.
A
pesar de estar exhausta antes de ir al albergue vamos a hacernos fotos, con
mochila y todo a las estatuas de los peregrinos que señalan Santiago. Rememoro
cuando vine aquí con mis padres, en coche, hace varios años. Y me coloco en con
la misma pose con la que me hice allí una foto, pero la expresión de mi rostro
es totalmente diferente. Ahora rezuma plenitud.
En
el albergue compartimos habitación con un joven sacerdote polaco y su madre. Me
da mucha pena no podernos comunicar. ¡Sus expresiones son tan bondadosas!
Y,
un día más, las rutinas, último día de rutinas, ducha y lavar ropa, por última
vez, la próxima se lavará en la lavadora de casa.
Vamos
a cenar a un restaurante que no está muy lejano pero mis pequeñas heridas en
los dedos de los pies y mi recién llegada ampolla, la única de mi camino,
dificultan cada paso.
Tardan
muchísimo en atendernos. La puesta de sol está siendo preciosa pero no podemos
ir a disfrutar de ella por esa tardanza.
Quique
hace el gran sacrificio de perdérsela desde las estatuas de los peregrinos.
Cuando
salimos del restaurante ya es de noche. Siento que no puedo dar un paso sin
sentir la laceración en mi pie izquierdo así que decido descalzarme. Caminar
descalza por el asfalto es también doloroso pero lo prefiero. Y cuando llegamos
a la hierba… ¡Oh! Maravillosa sensación de caminar descalza por la hierba
húmeda. Llena todos mis sentidos, disfruto, sonrío.
Vamos
a la habitación. Subo a mi litera y caigo rendida, completamente rendida, pero
feliz.
¡Cuántas
enseñanzas, cuántos retos alcanzados, cuántas gracias pones en mi vida, Dios
mío!
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