Tocar el Cielo

¿Cuántas veces nos hemos preguntado cómo será eso de la otra vida, aquello que llamamos “El Cielo”?


El Cielo será estar en Presencia de Dios. Sólo Dios puede colmar nuestras ansias de plenitud, nuestros anhelos de felicidad. Sólo Dios es ese algo infinito que lo llena todo.

La felicidad es plenitud, por eso, ser felices es tocar el cielo.

¡A lo largo de nuestra vida tocamos el cielo tantas veces!

Y sin embargo aumentan los cuadros de ansiedad y de depresión entre las personas. La crisis económica ha sacado a flote el vacío interior y la falta de recursos internos para afrontar las situaciones de tensión que hemos ido cultivando en una sociedad que ha puesto la escala de valores patas arriba.

Parémonos unos minutos a rememorar aquellas veces en las que “tocamos el cielo”. ¡Gocemos de ellas!

Dios se afana cada día en que seamos felices, pero somos nosotros los que vivimos bloqueamos tercamente por nuestras frustraciones y desencuentros. Vivimos rechazando el presente, y desesperados e impacientes nos revolvemos contra la “mala fortuna” de lo que nos sucede, en vez de deleitarnos con esos instantes en los que podemos tocar el cielo.

El sentimiento de insuficiencia e insatisfacción acampa en nosotros y nuestra alma lucha por salir de ahí, retorciéndose por las ansias de plenitud. Entonces llega el sufrimiento que es provocado por el hecho de no aceptar el presente, de no aceptar “lo que es”.

El dolor es una constante en la vida, en todas las vidas. Pero el origen de nuestro sufrimiento está en la no aceptación de ese dolor.

Al igual que no aceptamos el dolor y nos revelamos contra él en vez de buscar su sentido y fluir abandonándonos confiadamente en Dios, tampoco sabemos absorber y sacar el jugo a los instantes en los que tocamos el cielo para que sean fuerza y sostén en medio del abatimiento o de la desesperación.

Tocar el cielo es disfrutar de las pequeñas cosas que cada día se nos regalan, tocar el cielo es gozar de una sonrisa, una palabra amable, una mirada chispeante, una emoción compartida. Tocar el cielo es sentir la suavidad de todas aquellas cosas que son caricias para el alma.

Pero para saborear las pequeñas cosas y esponjarse con esos momentos en los que tocamos el cielo necesitamos desarrollar una gran capacidad de Amar. Amar el presente, que se llama así porque es un regalo.

En el libro del psicólogo Joan Garriga titulado “Vivir en el alma” nos explica que hay que amar la realidad y la vida tal como son, incluyendo, por supuesto, lo amable y lo difícil. La gran felicidad es la que existe porque sí, sin motivo y no depende del vaivén de la vida. La gran felicidad es la que experimentamos cuando logramos aceptar la realidad y lo que ella nos trae.

Esto no es fácil, requiere un proceso de intensos retos personales con avances y retrocesos. Pero no amar la realidad y oponernos a ella nos debilita absurdamente. Abrirse plenamente al dolor es lo que precede a la expansión súbita de la sonrisa natural que preside la vida. Aunque pueda parecer un contrasentido, vemos que en el dolor se asienta la alegría de vivir, que las personas genuinamente alegres no han estado exentas de tragedias pero que pudieron superarlas con sentido.

Como decía Nietzsche “Lo que no nos destruye nos hace más fuertes”.

Para llegar a amar lo que es, es decir, amar el presente, debemos aprovechar cada oportunidad para madurar y crecer que nos va trayendo la vida.

Tomar una actitud de agradecimiento por aquellas veces en las que se nos ha concedido el privilegio de poder tocar el cielo.

Y también, saber esperar con paciencia y confianza la llegada de un nuevo momento en el que volvamos a tocar el cielo.

Levantémonos cada mañana sonriendo ilusionados ante la expectativa de que en el día que se estrena quizá podamos, otra vez, ¡Tocar el cielo!







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INVOLUCIONANDO

Hitler escribió en el libro que fue publicado en 1925, Mein Kampf – Mi lucha: "El pueblo está obligado a cuidar de que SÓLO los individuos sanos tengan descendencia".


Casi un siglo después de esto, casi nadie duda en afirmar que Hitler ha sido uno de los hombres que mayores barbaridades ha cometido contra la humanidad y, por ello, se ha ganado el puesto de ser uno de los personajes más odiados de la historia.

Sin embargo, hace pocos días, me quedé estupefacta al leer en un medio de comunicación nacional la siguiente afirmación:

"Desde luego, los padres que decidan llevar a término el embarazo del feto defectuoso y que deseen sacrificar sus vidas por criarlo, merecen respeto y apoyo, aunque no suele ser eso lo que elige la mayoría de la gente razonable en ningún país del mundo".

Es cierto que se usa un lenguaje más comedido en las formas pero, en el fondo, es más de lo mismo: un fascismo radical, eso sí, disfrazado de progresismo y de lo que se han llamado "libertad reproductiva", como si el lenguaje “buenista” cambiara en algo el sentido profundo de esta ideología.

Ese mismo artículo arremete más adelante contra quienes defienden la vida como el bien más preciado y el mayor de los derechos, con independencia de sus condiciones externas, y se centra en ofender a quienes entendemos que ese valor de la vida es dado porque toda vida viene de Dios.

De nosotros dice que estamos "obsesionados por su oposición a la libertad reproductiva de las mujeres y por su celebración de la enfermedad y la malformación de los fetos como pruebas a las que Dios nos somete para hacernos sufrir en este valle de lágrimas".

Son palabras ofensivas para la dignidad de toda vida humana y palabras ofensivas para quienes trabajamos cada día porque esa vida sea valorada y cuidada.

Quien escribe ese artículo no tiene ni idea de la teología cristiana sobre el mal y el dolor. Nadie celebra una enfermedad o malformación. Lo que sí hacemos es respetar y cuidar con caridad a quienes son más débiles porque sabemos que la vida es un don, un regalo, y como tal hay que protegerlo y mimarlo.

Aquellas personas que logran superarse a pesar de las limitaciones con las que pudieran nacer, o que les hayan sobrevenido a lo largo de su vida, son un ejemplo para el resto, para no rendirnos cuando llegan las dificultades, y por ello hacen del mundo un lugar mucho mejor.

Si no, que se les pregunten a los padres y familiares de aquellos que nacen síndrome de Down si la vida de sus hijos merece ser vivida menos que la de otros a los que nos hemos empeñado en llamarnos "normales".

Podríamos fijarnos en la vida de Nick Vujicic, un hombre que nació sin extremidades, que ha actuado en películas, sabe nadar, hace surf, se tira en paracaídas, y que recorre el mundo dando charlas en las que anima a la gente a superarse, recientemente ha sido padre, de Tony Melendez, guitarrista sin brazos, de Jessica Coix, piloto de aviones sin brazos, Andrea Bocelli, cantante lírico profesional invidente y tantos otros que, a pesar de haber nacido con alguna discapacidad, han logrado llevar una vida con más libertad y menos limitaciones que las que los "normales" nos empeñamos en ponernos día a día.

Nadie con un poco de sensibilidad o empatía hacia el prójimo podría decir que la vida de estas personas no merece la pena ser vivida. ¡Al contrario! Sus vidas son motivación e inspiración para muchos otros.

¿Quién tiene derecho a decidir qué vidas merecen ser vividas?

He visitado recientemente el Museo de la Evolución Humana en Burgos. En Atapuerca se halló el cráneo de Benjamina, una niña de 10 años discapacitada que murió hace 530.000 años, su familia, su grupo social cuidó de ella, si no, habría sido imposible que llegara a cumplir esa edad.

La de Benjamina es la primera historia de solidaridad social de la que se tiene constancia. Sin embargo, en pleno siglo XXI estamos ensalzando el diagnóstico prenatal como un gran avance para la humanidad para poder “deshacernos” de aquellas personas que hemos decidido que no merecen vivir. Y yo me pregunto… ¿Será que estamos "involucionando"?



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