Apreciar el Misterio


Cuando llegan estos días me doy cuenta de que debo hacer un esfuerzo en mi interior para volver a redescubrir la hondura del misterio de la redención en la pasión y muerte de Jesucristo. Alguien me dijo una vez que estar cerca de un misterio puede hacer que acabemos viéndolo como algo cotidiano y dejemos de sentir el valor que tiene en sí mismo.


Creo que es lo que me pasa a mí cada vez que llega la Semana Santa. En estos días me empeño en vivir con intensidad lo celebrado porque lo que conmemoramos es la mayor prueba de Amor que ha existido en la historia del ser humano. Quizá no sea yo la única persona a la que le sucede esto. Desde bien pequeños hemos oído muchas veces frases como éstas: “Jesús murió crucificado por nosotros”, “Jesús nos ha salvado de la muerte y del pecado”, “Jesús nos ha redimido”... Y vemos tantas cruces, tantas escenificaciones de la Pasión… que nos hemos acostumbrado a mirar hasta el punto de no ser capaces de captar la profundidad del mensaje que nos transmiten.


He podido observar que esto mismo también les pasa a mis alumnos... A pesar de su juventud, ya no sienten admiración ante la entrega excepcional de Cristo. Han pasado por el misterio de puntillas, no se han sumergido en él.


Durante el curso, una de las épocas de las que más disfruto es con la llegada de la Semana Santa, porque en ella me esfuerzo por hacer que mis alumnos se zambullan, en la medida de lo posible y con mis numerosas limitaciones, en el misterio de la redención. Y me anima y reconforta sobre manera ver que en su interior sienten que algo les interpela y que logran verlo con ojos nuevos.


Otra experiencia que me está enriqueciendo enormemente estos días es compartir la vivencia que de la Semana Santa tiene mi pequeño hijo Iván. Me está ayudando a ver y sentir este misterio de otra manera.


¿Por qué? Pues porque es un pequeño que aún mantiene intacta su capacidad de sorpresa y admiración. Y ante la muerte y resurrección de Jesús él está fascinado.


Y me maravillo por sus inquietudes y las conclusiones a las que llega ante las explicaciones que le doy cada vez que me pide que le cuente la “historia de Jesús”. Algo que le trae de cabeza es el hecho de que Jesús se dejara apresar cuando podía haberse escapado o, si no, por lo menos haberse escondido...


Un día me dijo que cuando fuera mayor quería subir al micrófono de la Iglesia para decir a todos que Jesús murió porque quiso. Y yo, me quedé sin palabras. Porque, ciertamente, Cristo murió como murió porque vivió como había vivido. Él no buscó una muerte violenta pero la afrontó en la medida que formaba parte de la misión asumida, de su entrega en favor del ser humano. Jesús sufre porque una misión como la suya está expuesta a la reacción violenta de los hombres.


Y mi hijo, que aún no tiene cuatro años, no sólo ha entendido el misterio, sino que, además, se ha dejado maravillar por él.


Ante esta experiencia, adquiere pleno sentido para mí una de las oraciones de Jesús: “Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos”.


¡Ojalá, en estos días, vivamos la pasión, la muerte y la resurrección del Señor con una capacidad de admiración renovada para que sintamos así, en lo más profundo de nuestro corazón, la grandeza del mayor don de Dios: la Redención!


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