NECESIDAD DE SANTIDAD






Recientemente, el papa Francisco, ha retomado las palabras que, durante la Jornada Mundial de la Juventud de Roma del año 2000, Juan Pablo II nos dirigió a los jóvenes a quienes llamó “Santos del nuevo milenio”:

Necesitamos santos sin velo, sin sotana.
Necesitamos santos de vaqueros y zapatillas.
Necesitamos santos que vayan al cine, escuchen música y paseen con sus amigos.
Necesitamos santos que coloquen a Dios en primer lugar y que sobresalgan en la Universidad.
Necesitamos santos que busquen tiempo cada día para rezar y que sepan enamorar en la pureza y castidad, o que consagren su castidad.
Necesitamos santos modernos, santos del siglo XXI con una espiritualidad insertada en nuestro tiempo.
Necesitamos santos comprometidos con los pobres y los necesarios cambios sociales.
Necesitamos santos que vivan en el mundo, se santifiquen en el mundo y que no tengan miedo de vivir en el mundo.
Necesitamos santos que tomen Coca Cola y coman perritos calientes, que sean internautas, que escuchen sus iPod.
Necesitamos santos que amen la Eucaristía y que no tengan vergüenza de tomar una cerveza o comer pizza el fin de semana con los amigos.
Necesitamos santos a los que les guste el cine, el teatro, la música, la danza, el deporte.
Necesitamos santos sociables, abiertos, normales, amigos, alegres, compañeros.
Necesitamos santos que estén en el mundo y que sepan saborear las cosas puras y buenas del mundo, pero sin ser mundanos.

Medio siglo antes, ya en el Concilio Vaticano II se reconocía que una de las principales causas del ateísmo creciente en los países occidentales era la falta de coherencia en la vida que tenemos quienes nos hacemos llamar creyentes.
Los creyentes tenemos una enorme responsabilidad. La responsabilidad de ser santos de nuestra época, santos en el mundo que nos ha tocado vivir, con las circunstancias y las modas en las que estamos inmersos.
Porque Dios está en todo y todos estamos llamados a ser santos, seguramente santos anónimos, pero igualmente colaboradores de Dios en la construcción del Reino.
Dios no nos pide nada extraordinario ni nada que no seamos capaces de dar. Dios nos necesita desde lo que realmente somos, tal y como fuimos pensados por él antes de que existiéramos.
Cada uno desde su vocación personal, dentro de su grupo social, en el trabajo y en el tiempo de descanso, desde sus aficiones e intereses, está llamado a ser santo en la cotidianidad del día a día. No se necesitan realizar grandes hazañas, porque, ¿qué mayor proeza que ser reflejo de la Luz de Dios en las vicisitudes de cada día? ¿Qué mayor proeza que la de estar en el mundo sin dejarse arrastrar por aquello que es banal y efímero, mostrando la coherencia de tu fe? Y vivir todo ello con la alegría de quien se siente abrazado por Dios en todo momento.
Ser santo es dar ejemplo de que Dios es Amor con tu vida. Y dar ejemplo de que el verdadero amor es el que enriquece, el que engrandece, el que libera y salva porque te lleva a ser tal y como Dios te ha concebido.
En definitiva, ser santo podría resumirse en tan sólo una palabra: AMAR.
El pasado fin de semana falleció tristemente el padre de un muy buen amigo mío y durante el velatorio hablaba con un familiar de la importancia de crear lazos de afecto entre las personas. Y es que al final, lo único que permanece tras la muerte, la mejor herencia que dejamos y lo único que nos llevamos como bagaje es todo lo que hemos amado.

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Platos Cayendo

LA MAYOR HISTORIA DE AMOR

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Sed de sonrisas




Hoy deseo compartir una tierna y dulce anécdota. La pasada semana estuve con mis hijos en una tienda de cosméticos y mi hijo Iván se quedó prendado de unas bolitas trasparentes que usaban para adornar algunos expositores de productos de belleza. Pidió permiso para llevarse unas poquitas y las guardó como si fuera el mayor de los tesoros. Las envolvió en papel y cuidó de ellas con mimo toda la tarde.
A la mañana siguiente, yo ya no recordaba aquellas bolitas. Fuimos en coche al centro de la ciudad y tras aparcar, según le bajaba de su asiento, me comentó: “Voy a regalar estas bolitas a las personas que más me gustan”.
A penas hice caso de su curioso comentario, interpreté que se las daría a alguien de la familia o a algún amigo. Mi sorpresa fue mayúscula cuando le veo correr detrás de la gente que pasaba por la acera y luego venir a mí, para decirme, con cierta desolación, que nadie quería sus bolitas.
Sin embargo, no se rendía. La siguiente persona en pasar fue una abuela que paseaba a su  nieta en una sillita. Iván se acercó a ella y sin pudor alguno puso en su mano una bolita. La abuela la miró con sorpresa y desconcierto. Entonces yo le expliqué: “Me ha dicho que quiere regalárselas a las personas que más le gustan”. La sonrisa de aquella mujer fue instantánea y maravillosa. Atendió a Iván con un cariño impresionante. Iván le dijo que guardara esa bolita en un joyero porque era una joya.
Tras una conversación muy amena y cordial, nos despedimos de ella. Iván iba feliz, y la señora no dejaba de sonreír.
Inmediatamente Iván salió corriendo hacia otra persona que venía por la calle, alargó su mano y le regaló una nueva bolita. Y así lo hizo una y otra vez hasta que llegamos a nuestro destino. Nos cruzamos con más de media docena de personas y todas ellas tuvieron la misma reacción: inicialmente el asombro que les dejaba paralizados sin saber cómo reaccionar, y tras mi explicación de que Iván había decidido regalárselas a quienes más le gustaban, se dibujaba en su rostro una sonrisa y le dedicaban a Iván palabras de cariño. Todos se despedían de nosotros sonriendo.
Verdaderamente, aquellas minúsculas bolitas de plástico transparente eran una joya. La joya que había logrado llevar un poquito de luz al día de aquellas personas que se cruzaron con Iván.
Esa experiencia me ha dejado fascinada. ¡Estamos sedientos de sonrisas! Las personas vamos por la calle absortos en nuestros pensamientos, planificando la jornada, imbuidos en nuestros problemas, machacándonos la imaginación con ideas absurdas y mil cosas más. Pero si un desconocido, de pronto irrumpe en nuestro ensimismamiento y nos regala la joya de una sonrisa y sabemos apreciar su valor, esa joya puede transformar definitivamente nuestro día.
Esa anécdota me recuerda también a la de aquellas personas que iban durante la Jornada Mundial de la Juventud con un cartel que ponía: “Regalo abrazos”.
Necesitamos sonrisas, necesitamos signos de afecto sincero entre nosotros, necesitamos sentir que no somos individuos aislados. El mundo puede ser transformado a base de pequeños gestos  de gratuidad y de amor.
Ya lo decía José Luis Perales en una de sus canciones:
“Con una sonrisa puedo comprar todas esas cosas que no se venden.”





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Brindo por ti - Macaco


¡BRINDEMOS POR LA VIDA!
Aprendamos a descubrir esos "pequeños" dones que recibimos cada día.... Y NUESTRO DÍA SERÁ LUZ

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