POR FIN VEO LA LUZ




La luz se ha utilizado a lo largo de la historia como símbolo de vida, de alegría, de liberación, de salvación, de felicidad.
Y eso es porque la luz tiene el poder de guiarnos, de acompañarnos, de hacernos el camino más fácil. Cuando estamos en penumbra, podemos tropezar porque no vemos los obstáculos.
La luz es utilizada como símbolo en todas las religiones. Para los cristianos está muy presente. Desde el inicio, desde nuestro Bautismo en el que la vela representa la fe que debe estar siempre encendida para alumbrar el camino de nuestra vida.
Así mismo, la luz es la protagonista de la celebración litúrgica más importante del año, la Vigilia Pascual. La luz es bendecida al inicio de la celebración y permanece prendida en el Cirio Pascual durante los cincuenta días que dura la Pascua.
Con la pasión y muerte de Jesús, se nos dice que todo queda en tinieblas. La oscuridad sobreviene en el exterior pero también se hace presente en los corazones de aquellos que creían en Él.
Si nos asedian los problemas, o el desánimo puede con nuestras esperanzas, si sentimos que la vida o los acontecimientos que se suceden dejan de tener sentido, o si hay fisuras entre nosotros y aquellos que nos rodean, si el mal de una enfermedad o un fracaso nos envuelven, la sensación interior que experimentamos es la de oscuridad, sentimos que vivimos en el vacío. En el mismo relato de la creación se muestra que lo que había estaba vacío antes de que existiera la luz.
Cuando uno se encuentra en medio de la noche oscura del alma, que decía Sta. Teresa, anhela y busca la llegada de la luz.
El tema principal de una película de animación bien conocida por los más pequeños se titula “Por fin veo la luz”
En ella se describe lo que siente una persona que descubre la luz en su vida apagada:
“Y por fin ya veo la luz, ya la niebla se ha marchado y ahora el cielo es más azul”
“Es tan bello y tan real, para mí el mundo ha cambiado. Esta vez todo es tan distinto, veo en ti la luz”

¿Dónde está esa luz que buscamos hasta la desesperación? ¿Dónde está esa luz que no queremos que nos abandone ni que se nos apague porque nuestro alma no está hecha para las tinieblas?
¡Cristo es la Luz! Luz verdadera que alumbra a la humanidad, luz que brilla en la tiniebla, luz que sofoca la oscuridad, luz que vence al mal y a la muerte.
Precisamente, escuchábamos la semana pasada que en uno de los evangelios Jesús nos dice:
“Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no permanezca en tinieblas”. (Jn 12, 46)
Son muchos los textos en los que Jesús hace referencia a la luz y se proclama como Luz:
“Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8,12)
“La luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra la verdad, se acerca a la luz para que se vea que sus obras están hechas según Dios”. (Jn. 3, 19-21)
La luz es símbolo de la Verdad, y en el mismo evangelio del domingo pasado Jesús nos dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14, 6)
Él es esa verdad que nos hará libres, libres de andar en tinieblas. Libres de caer rendidos ante el mal y la oscuridad. Libres del desaliento o la desesperanza. Libres para vivir en la Luz del Señor.
Cuando uno ve su vida y los acontecimientos que en ella se van sucediendo desde la Luz de Cristo, todo adquiere una dimensión mucho mayor, más profunda, más auténtica, más revitalizante.
Pero la Luz no es algo estanco, que deba quedarse ahí, dentro de nosotros, sólo para uso y disfrute personal, Jesús va más allá: “Vosotros sois la luz del mundo. No se enciende una lámpara para meterla debajo de la mesa sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Brilla así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestra buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5, 14-15)
A todos aquellos que hemos tenido el privilegio de ver la luz, la Luz de Cristo, se nos compromete a ser reflejo de esa Luz, a ser luz para los demás, a brillar para los hombres en medio de las tinieblas.
Y sonreír, sonreír aunque llore en el alma como decía la canción, sonreír porque la oscuridad no tiene la última palabra, sonreír porque ¡Por fin ya veo la Luz!


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SABER ESPERAR




Cuando visitas la tumba del Hno. Rafael lo primero que encuentras nada más entrar a la derecha es un cuadro que reproduce uno de sus dibujos y en donde puede leerse una de sus frases más conocidas:

“¡SABER ESPERAR! ÉSA ES TODA NUESTRA CIENCIA”

Es muy difícil saber esperar cuando uno siente que tiene demasiados frentes abiertos en su vida, o cuando un problema o situación complicada trae consigo un dolor que lacera el alma. En esas circunstancias uno puede quedarse bloqueado o puede huir hacia adelante para salir cuanto antes de ese dolor que va poniendo a prueba su equilibrio personal.
La paciencia es una virtud. Cuesta mucho practicarla porque requiere un esfuerzo muy intenso y prolongado en el tiempo. Además, estamos inmersos en un mundo en el que vamos a la carrera todo el día, un mundo en el que solucionamos muchas gestiones con tan solo dar a un botón, un mundo donde lo que importa son los resultados inmediatos.
La paciencia es una virtud que descubre la fortaleza de espíritu de quien la posee. Ser paciente no es quedarse pasivamente mirando cómo se van sucediendo los acontecimientos y esperar a que se resuelvan solos. Ser paciente tampoco es aguantarse o resignarse.
Ser paciente es entender que cada cosa en la vida tiene su propio proceso y si uno intenta acelerar el ritmo de ese proceso puede llegar a equivocarse por la precipitación y las ansias de terminar cuanto antes. “Al mal paso dale prisa” dice nuestro sabio refranero castellano, pero hay muchas ocasiones en las que hay que SABER ESPERAR: esperar los resultados de una prueba, dar tiempo a la educación de nuestros hijos, al aprendizaje de nuestros alumnos, a la maduración de las personas, a la resolución de los problemas, y tantas otras cosas.
Saber esperar requiere un ejercicio impresionante de abandono y de confianza ciega en el Señor, es dejarse en sus brazos cuando uno no entiende nada o siente que ya no puede poner más de su parte, es aceptar el dolor con la serenidad y la certeza de que Dios colocará las cosas en su sitio a su debido momento. Es saber que tras las nubes aún están las estrellas, aunque no se las sienta, aunque no se las vea.
Saber esperar en las noches oscuras del alma, como las llamaba Sta. Teresa, es la virtud de un alma humilde que reconoce que no se basta a sí misma, es la virtud de un alma fuerte que no se deja vencer por la inquietud de la impaciencia ni por la tentación de salir huyendo del dolor sea como sea. Es la virtud de dejarse abrazar por Dios aun cuando uno no lo sienta, porque Él siempre está. Es la virtud de saber que Dios a través del tiempo dará forma y sentido a lo que es en apariencia un sinsentido.
Saber esperar es vivir confiado y confiando en Dios Amor, Dios que nos ama y que sólo desea nuestra felicidad. Porque, aunque no entendamos los caminos que debemos seguir hasta alcanzarla, Él sí sabe bien lo que necesitamos y cómo ir encajando las piezas para que, al final, todo esté donde debe estar.

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¡PERDÓN! ¡PERDONA!




Nada puede pesarte tanto como tu incapacidad para perdonar. Y nada es tan trágico como vivir día y noche con el corazón lleno de rencor y odio. Alguno o tal vez muchos te han hecho daño y poco a poco te has desengañado. Ya no eres aquel de antes. Te sorprendes. Ya no eres tan amable, generoso, bueno. Tu afecto se ha convertido en frialdad. La simpatía en antipatía. Donde antes había un  lazo hay un a rotura. Estás mal. La amistad se ha convertido en enemistad. Tu amor se ha transformado lentamente en odio. Sufres. Te has encarcelado. Tus ventanas están cerradas. El sol permanece fuera. La vida se vuelve insoportable. En lo más profundo de ti mismo aspiras a la liberación.
¡Créeme, hay un solo camino!
¡PERDÓN! ¡Perdona! Cuesta mucho, lo sé, pero vale la pena.
PERDONAR es una forma de creatividad; es generar “nueva vida” y “nuevas alegrías”. Es crear nuevas posibilidades en ti mismo y en los demás.
PERDONAR, debieras hacerlo a menudo; debes, de hecho, perdonar setenta veces siete, hasta el infinito, porque también tú tienes ¡tanta necesidad de perdón!
Phil Bosmans

Hace unos días me encontré con este texto del autor de las frases que aparecen en las famosas postales de payasitos que conozco desde que era niña.
Casualmente, el día que lo encontré, había estado hablando con mi pequeño Iván, sobre el perdón. En su razonamiento infantil estaba plenamente convencido de que una niña de su clase merecía la exclusión del grupo de trabajo por varias actitudes negativas que estaba repitiendo constantemente.
Explicar la importancia del perdón a un niño de cinco años parece tarea difícil, pero no es imposible, ellos tienen una capacidad impresionante para simplificar esas cosas que tanto nos empeñamos en complicar los adultos.
En su mente sencilla y humilde les resulta más fácil reconocer que todos necesitamos ser perdonados por unos u otros motivos. Porque todos cometemos errores, todos nos “portamos mal” alguna vez y hacemos daño a los demás con nuestro comportamiento.
Así que tras una pequeña conversación muy interesante, acabó aceptando, un poco a regañadientes, que había que perdonar, un poco peor llevó eso de que además, había que perdonar siempre.
Luego, día a día, hace falta refrescarle la memoria con esa enseñanza. Pero ¡No sólo a él! Todos necesitamos recordárnoslo cada día.
Vivimos con una tensión constante contenida a duras penas y en cuanto nos rozan lo más mínimo saltamos disparados como un muelle.
Se nota nuestra falta de paciencia y nuestra nula capacidad de ejercitar el mandato de Jesús. “No juzguéis y no seréis juzgados”.
Quizá nuestro interior está tan sediento de infinito, tan anhelante de dar sentido pleno a nuestras existencias y se siente tan frustrado porque tratamos de cubrir esa necesidad a base de cosas materiales, o de relaciones superficiales, o de juicios de valor apresurados, o de tratar de que los demás vivan a nuestra imagen y semejanza, que en cuanto otros van en contra de lo que consideramos nuestros intereses, nos sentimos invadidos, atacados e incluso pensamos que hemos sido ofendidos y entonces reaccionamos de forma acelerada y brusca.
Dar tiempo al alma para no ceder al primer impulso de responder con dureza y orgullo, es más que necesario.
Dar tiempo a la mente para poder analizar lo sucedido y apaciguar nuestro corazón que se siente ofendido, es indispensable para poder tomar el control de la situación.
 Perdonar y dejarse perdonar es indispensable para comenzar a transformar el mundo.
Ya lo dijo Jesucristo: “Dichosos los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios”

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PANGE LINGUA



 El misterio Eucarístico es uno de los pilares del cristianismo, lo que los sentidos no permiten entender, la fe lo siente, lo experimenta y lo vive de forma real y cierta. Que un trocito de pan y un poco de vino se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo es el medio más excelso de unirnos a Dios porque Él mismo se hace alimento para nosotros.
El pasado jueves, Jueves Santo celebramos litúrgicamente, como cada año,  la Última Cena de Jesús con sus apóstoles.
Fue durante esa celebración de la Pascua judía del Señor con los suyos cuando Él instituyó la Eucaristía. Sacramento del Amor, Amor de Dios hacia el hombre, y fuente de la unión entre todos los hombres en el Amor de Dios, sólo el Amor es capaz de crear la unidad que nos pidió Jesucristo y la Eucaristía es el alimento para esa unión.
Como cada Jueves Santo, se preparan monumentos que albergan el Cuerpo de Cristo hasta el momento de celebrar su Pasión y Muerte al día siguiente, en Viernes Santo.
Seguramente, en la mayoría de los lugares se habrá entonado ante el monumento uno de los himnos Eucarísticos más extendidos: Pange Lingua
Su autor fue Santo Tomás de Aquino, y es un himno que conozco desde que tengo uso de razón, incluso lo he cantado pero he de reconocer que no sabía lo que decía.
Hace varios meses redescubrí una versión que hicieron de este himno el conocido grupo de música Mocedades, entonces me entró la curiosidad de saber el significado de lo que  decimos en él.
Como mi conocimiento del latín es muy limitado, he buscado la traducción en Internet. 
Tiene una profundidad teológica y espiritual impresionante.Y dice así:

Canta, lengua, el misterio del cuerpo glorioso
y de la sangre preciosa
que el Rey de las naciones,
fruto de un vientre generoso,
que se derramó como rescate del mundo.
Nos fue dado, nos nació de una Virgen intacta;
y después de pasar su vida en el mundo,
una vez esparcida la semilla de su palabra,
terminó el tiempo de su destierro
y lo concluyó de modo admirable.
En la noche de la última cena,
recostado a la mesa con los hermanos,
después de observar plenamente la ley
en la comida de la Ley,
se entrega con sus propias manos
como alimento para los Doce.
El Verbo hecho carne, un pan verdadero
convierte con su palabra en su carne,
y el vino se vuelve sangre de Cristo;
y si los sentidos fallan, para reafirmar
el corazón sincero la sola fe basta.
Veneremos, pues, inclinados
a tan gran Sacramento;
y la antigua figura ceda el puesto al nuevo rito;
la fe preste auxilio
a la incapacidad de los sentidos.
Al Padre y al Hijo sean dadas alabanza y júbilo,
también salud, honor, poder y bendición;
una gloria igual sea dada al que procede de ambos. Amén.

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