Cuatro Sentidos


 


En estos días he trabajado con los alumnos mayores un anuncio que realizó una conocida marca de embutidos. El anuncio cuenta la historia de cómo dos hijos quieren regalar a sus padres un hermoso día con motivo de sus bodas de plata. El anuncio se titula “Cuatro sentidos”.
Invidente el padre y con una visión limitada al 30% la madre, ya sabemos cuál es el quinto sentido al que no hacen referencia en el anuncio. Aun con esa limitación o, precisamente por ella, este matrimonio ha sabido educar a los hijos en la perseverancia y la alegría de la superación.
Y sus hijos, agradecidos, quieren hacer un homenaje a la principal enseñanza que han recibido de sus padres: Hay dos maneras de tomarse la vida, vivir lamentándote de todo lo que te falta, quejándote por el sentido que la vida no te dio, o aprovechar al máximo lo que sí tienes.
De ahí el título del anuncio: Cuatro sentidos. Esos padres no se han quedado llorando ni auto-compadeciéndose por la desgracia de carecer de uno de los cinco sentidos, la vista, sino que han sabido valorar y explotar los otros cuatro.
¿Cuántos de nosotros poseemos plenas facultades en los cinco sentidos y vivimos como si estuviéramos impedidos por no saber aprovecharlos?
Hoy quiero hacer un llamamiento a VIVIR, en mayúsculas, y para vivir así hay que TRASCENDER, ir más allá. Ir más allá de lo que vemos, educando nuestra mirada, porque “Saber mirar es saber amar”. Ir más allá de lo que oímos, aprendiendo a escuchar, sacando esos ruidos de nuestras mentes que nos impiden prestar atención. Ir más allá con el gusto, saborear cada instante de la vida, cada cosa sencilla puede llegar a elevarnos, sublimarnos si sabemos apreciarla con buen paladar. Ir más allá de lo que olemos, aprovechar los olores que nos trasladan a recuerdos que nos llenan de luz y nos hacen esbozar una sonrisa. Ir más allá en el tacto, dejar de raspar, de arañar, a las personas que viven a nuestro alrededor.
En medio de la crisis, de tantas crisis económica, social, pero sobre todo, de valores, uno cae a menudo en la tentación de vivir anclado al dolor de lo que le falta sin aprovechar ni sacar el jugo de aquello que sí se tiene.
Es por eso que deseo elevar un canto de ALABANZA A DIOS.
Sí, de Alabanza y de GRATITUD. Porque son muchos e inmensos los regalos que recibo de Él. Y quiero que mi deseo se extienda a todas aquellas personas que se sientan identificadas con esta experiencia de Dios para que también manifiesten su gratitud con alegría al Dios que nos AMA y nos regala sus dones constantemente.
Este Dios que lo da todo, y no deja nada a medias se ha manifestado en Cristo, quien al ver a un necesitado, ya sea ciego, sordo o mudo, lo CURA POR COMPLETO. Ese Dios realiza con nuestras vidas una Nueva Creación, porque Él quita la ceguera con el NUEVO BARRO de la Eucaristía. Sana la sordera en el poder de su Palabra, y cura mudez con el ALIENTO DE SU ESPIRITU.
Señor, te doy gracias por la FE.
Sin duda, la fe es el centro sobre el que gira toda mi vida.
Vivo cada minuto del día sintiendo tu Presencia. La vivo de forma muy natural, está tan presente como presente está mi respiración o los latidos de mi corazón.
Tu presencia hace que viva cada acontecimiento: esperanzada, confiada, segura, motivada, protegida, fortalecida, refugiada, anonadada, amada, reconocida, dignificada, con ganas de vivir mirando cada día como el hermoso reto que es, como una gran oportunidad para crear y disfrutar, hace que viva respetando y amando a los demás.
Con humildad y sencillez debo reconocer que soy “una niña mimada de Dios”
Él me ha concedido y me concede cada día grandes dones y privilegios, cuya base es, como he dicho, el de la FE: la vivencia y experiencia real de Dios en mi vida, aún más durante los ratos de oración, que son momentos en los que siento cómo me habla y me ilumina, me abre el entendimiento, hacen que me quede anonadada ante su infinito AMOR.
Soy una privilegiada por haberme concedido el don de descubrirle en cada paso que doy, en cada sensación que experimento, detrás de cada mirada, alrededor de cada sonrisa, dentro de cada lágrima.
Soy una privilegiada por haber sido capaz de ver y de sentir, aunque sea un poquito, cerca de mí al Misterio, ese Misterio que sobrecoge y esponja el alma.
He experimentado momentos de “éxtasis” (sé muy bien que son insignificantes comparados con la experiencia vivida por los grandes santos, pero es un gran privilegio porque no he hecho nada excepcional para merecer esos momentos), momentos en los que su Presencia me deja sin aliento, me eleva el espíritu, me ensalza.
Soy una privilegiada porque siento realmente que en el dolor siempre me acompaña y me alivia. En el dolor me abraza y me hace sentir protegida y esperanzada.
Soy una privilegiada porque Él da sentido a mi vida, genera mi respeto a los demás y la consideración de que todos son importantes para Él.
Soy una privilegiada porque me ha enseñado a saber pedir, de tal manera que siempre me concede lo que le pido.
Soy una privilegiada porque Dios se ha revelado en mi vida a través del AMOR y siento un inmenso respeto y admiración al observar como mi vida resulta ser una especie de “reproducción” en miniatura de la GRAN HISTORIA DE LA SALVACIÓN.
Dios ha obrado su NUEVA CREACION EN MI. Y esta NUEVA CREACION es el COMIENZO de la HISTORIA DE SALVACION en mi VIDA, es decir, la NUEVA HISTORIA DE AMOR DE DIOS CONMIGO.

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Cargar la Cruz



Desde siempre, aunque parece que en los últimos tiempos sucede cada vez con mayor frecuencia, surgen conversaciones de personas con las que hablo en las que sale irremediablemente el tema de las dificultades y los dolores de la vida. ¡Las cruces!
En demasiadas ocasiones he oído a gente creyente justificar esos dolores como pruebas Dios nos envía.
Y yo no puedo dejar de cuestionarme: ¿Por qué Dios tiene que probarnos? Y, ¿Qué es lo que exactamente está probando: nuestra valía, nuestro aguante, nuestra paciencia, nuestra fuerza?
Si Él tiene “contados hasta los pelos de nuestra cabeza”, no entiendo que necesite hacer algo así para conocernos más o mejor. ¡Menos aún cuando parece, según qué circunstancias, que hasta debe de gozar ensañándose con nosotros!
¡No!, ¡Dios no puede hacer eso!, ¡Me niego a creer en un Dios así! De hecho considero que si a alguien que lo está pasando mal, y se le trata de “consolar” basándose en esa visión de Dios, podría, incluso, acabar renegando de Él, de ese dios sádico…
  Pero es que, el Dios que se nos revela desde Jesucristo ¡es un Dios AMOR! ¡Un Dios que se entrega por nuestra Salvación! Y la Salvación no es otra cosa que la Felicidad.
Precisamente la fe en Dios AMOR, es la motivación, el impulso para afrontar las cruces más o menos pesadas de la vida desde la esperanza y la determinación, desde la certeza de que la cruz no es el fin del camino.
Vivir los problemas desde el conocimiento de que el mismo Dios hecho hombre carga con su cruz y la vence, es fuente de fuerza y de luz para los que creemos en Dios AMOR.
Un Dios que nos dice que muramos a nuestras comodidades y egoísmos no es lo mismo que un dios que exija que nos “asesinemos” ahogándonos en una situación de la que Él mismo nos puede RESCATAR, SALVAR, si nos abandonamos a su AMOR y a su Voluntad, que no es otra que la de que seamos verdaderamente felices.
Ser feliz es tener una vida llena de sentido, es tener la respuesta de porqué y para qué estamos aquí.
Víctor Frank, psicoanalista judío que sufrió la experiencia de los campos de concentración, decía en su libro “El hombre en busca de sentido”: “Si tienes un porqué en la vida, podrás afrontar cualquier cómo”.
Precisamente, el AMOR de Dios es ese “porqué” en la vida. Dios nos ha creado por Amor y para que amemos. Dios que nos ama, quiere nuestra felicidad, quiere nuestra plenificación, nuestra realización personal, quiere que desarrollemos todas nuestras capacidades de amar y de ser amados desde la fuente de todo AMOR: Dios. Y quiere que cumplamos con el proyecto de vida para el que fuimos creados. Quiere que atendamos a nuestra llamada interior, a nuestra vocación de “ser en el mundo”.
Las cruces, dificultades o problemas, son, simplemente, la parte dolorosa de nuestra vida limitada. Y no una prueba que Dios nos pone porque aún no se fíe bien de nosotros. Las cruces esconden la posibilidad de que  descubramos la inmensa grandeza que tenemos guardada, la enorme capacidad de fuerza y de superación que poseemos, de la que hemos sido dotados por nuestro Creador. Una ocasión, al fin, de ser ejemplo para los demás.
El Dios Amor que se nos ha revelado en Jesucristo viene a decirnos que no estamos solos porque Él está con nosotros “todos los días, hasta el final de este mundo”.
Que Él nos conoce mejor que nosotros mismos y sabe que con su Presencia, seremos capaces de superar cualquier cruz, por muy dolorosa y pesada que sea su carga. Y no  sólo superarla, sino poder llegar a amarla, porque el Dios Amor que se nos ha revelado en Jesucristo viene a mostrarnos que en el camino hacia el calvario es una gran oportunidad para aprender, que la cruz bien llevada trae numerosos y buenos frutos, que puede sacar lo mejor de nosotros mismos. Porque ¡Él “hace nuevas todas las cosas”!
El artista Miguel Ángel, genio de la arquitectura, pintura y escultura, decía que él sólo quitaba a los bloques de mármol lo que les sobraba, nuestras cruces esculpen la roca de la que estamos hechos para sacar de nosotros una hermosa, única e irrepetible obra de arte.
Vivir el dolor de esta manera es llegar a amarlo, a amar la cruz y sentir que al final del camino siempre está la Victoria de la Resurrección. 



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