Llega la Navidad


Estamos en el tramo final del tiempo de Adviento, tiempo de preparación y tiempo de espera. Pero ¿qué es lo que estamos esperando realmente?


¿Esperamos las vacaciones? ¿Esperamos los días de fiesta? ¿Esperamos las compras, las prisas, las aglomeraciones? ¿Esperamos los regalos? ¿Esperamos las buenas comidas? O... ¿Esperamos la llegada del Hijo de Dios?

Cada año se llenan más pronto las calles y los escaparates de luces y de colores. Nos avisan de que la Navidad se acerca. Nos inundan los sentidos con la decoración navideña, pero muchas veces esos estímulos, lejos de acercarnos al verdadero sentido de la Navidad, nos alejan de lo profundo y nos ponen una barrera para que no podamos hacer un viaje hacia nuestro interior.

Son demasiadas las ocasiones en las que felicitamos la Navidad de manera fría, automática, sin sentir verdaderamente la profundidad del misterio de la Encarnación. Eso, si no es peor y escogemos felicitar las Fiestas y evitar así toda referencia religiosa, o ir más lejos y felicitar el “solsticio de invierno”.
Pero, ¿por qué nos alejamos del Misterio?

Martín Descalzo, en su libro “Vida y Misterio de Jesús de Nazaret”, nos lo explicaba:
“Dios es como el sol: agradable mientras estamos lo suficientemente lejos de él para aprovechar su calorcillo y huir su quemadura. Pero ¿quién soportaría la proximidad del sol?

Por eso, hemos convertido la Navidad en una fiesta de confitería. Nos derretimos ante “el dulce Niño de cabellos rizados” porque esa falsa ternura nos evita pensar en esa idea vertiginosa de que sea Dios en verdad. Una Navidad frivolizada nos permite al mismo tiempo creernos creyentes y evitarnos el riesgo de tomar en serio lo que una visión realista de la Navidad nos exigiría. Hay que acercarse a esta página evangélica por la puerta de la sencillez, aniñándose”.

Observo en los ojos de mis hijos y en los ojos de otros muchos niños, cómo se les dilatan las pupilas al encontrarse en la plaza Mayor de Palencia con el portal del Belén, con sus figuras y las luces que lo adornan. Ellos me contagian su sorpresa y su entusiasmo, pero los mayores tenemos el deber de encauzar su admiración hacia la grandeza del misterio del Nacimiento del Hijo de Dios. Sin embargo, yo me pregunto, ¿qué estamos haciendo con nuestros hijos, nietos o sobrinos?

He estado preguntando en clase estos días a mis alumnos qué creen ellos que es lo verdaderamente importante de la Navidad. Casi todos se han apresurado a contestarme: ¡Los regalos!

Lo accesorio en la celebración de la Navidad ha pasado a convertirse en lo principal, de lo principal… ya nos hemos olvidado.

Cuando les contesto que el verdadero regalo es el que nos ha hecho Dios porque hubo un momento en la historia de la humanidad, hace ya más de dos mil años, en el que los hombres pudimos abrazar al mismo Dios ya que había decidido hacerse uno de nosotros, que prefirió venir como uno más, pasando nueve meses de gestación en el vientre de una mujer y naciendo como cualquiera de nosotros, sin ostentaciones ni alardes; muchos de mis chicos se quedan con la boca abierta.

Más aún cuando les hago caer en la cuenta de que el hecho de que Dios se hiciera como cada uno de nosotros, nos convierte en seres especiales, ¡Dios nos elige para ser como nosotros!

Pero su asombro no acaba ahí, va más allá al concluir que este acontecimiento que, por desgracia, hoy nos está pasando tan desapercibido, debería hacer que lleváramos pintada en la cara una sonrisa permanente. Como decía Ortega y Gasset: “Si Dios se ha hecho hombre, ser hombre es la cosa más grande que se puede ser”




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Historia de un letrero

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Ellos nos hacen más humanos

Recientemente leí con estupor la noticia de que ya es posible detectar a través de una simple muestra de sangre si un feto tiene Síndrome de Down. Afirman que la prueba, se realizaría en la décima semana de gestación (antes de concluir el primer trimestre de embarazo) y tiene un altísimo porcentaje de fiabilidad, un 98,6%.

Conocer esta noticia me impactó sobremanera porque puede que seamos nosotros quienes conozcamos a las últimas personas con síndrome de Down en el mundo. Si hasta ahora ya ha disminuido considerablemente el número de nacimientos de personas con síndrome de Down con los resultados de la amniocentesis, con una técnica costosa y de riesgo. ¡Esta nueva prueba podría constituir el fin del Síndrome de Down!

El Síndrome de Down es una anomalía ocasionada por la presencia de un cromosoma extra en el par 21 en las células del organismo. Esta anomalía origina alteraciones en el desarrollo y funcionamiento de diversos órganos de la persona que lo tiene, pero la intensidad con que se manifiestan estas alteraciones es altamente variable de una persona a otra.

La aplicación de buenos programas de salud ha conseguido aumentar la esperanza de vidade quienes tienen esta anomalía hasta, casi, los 60 años como media. Al mismo tiempo, se está demostrando que la esmerada atención psicoeducativa, que comienza desde el mismo instante del nacimiento, permite descubrir y desarrollar las múltiples capacidades que las personas con Síndrome de Down poseen en las distintas áreas de la actividad humana.

De este modo, en la actualidad son capaces de alcanzar la plena integración en todas las áreas de la vida: en la familia, la escuela ordinaria, el mundo del trabajo, el deporte, las artes y la vida social.

Las familias de personas con Síndrome de Down reconocen que ellos sólo les dieron un disgusto en su vida: cuando descubrieron su anomalía. Luego todo ha sido ternura, entusiasmo, pureza.

Se ha realizado recientemente un estudio en el que se asegura que el 99 % de los padres con niños Síndrome de Down afirman amar a su hijo con esa condición especial, los miembros de sus familias reconocen que son mejores personas gracias a su presencia entre ellos. Incluso, las personas con síndrome de Down respondieron al estudio que estaban felices con sus vidas y que se sentían agusto consigo mismos.
¿Cuántas personas, de las que nos consideramos « normales », podríamos hacer la misma afirmación?

Al hilo de la noticia, leí un artículo que escribía una madre cuyo hijo es síndrome de Down y en él asegura que Dios los pone en sus vidas para transformarlos en personas más tolerantes y menos egoístas, más espirituales y menos materialistas, más humildes y menos soberbias, más trabajadoras y menos cómodas, más enérgicas y menos conformistas. Es decir, ellos los hacen más humanos.

Por eso les dice a todas aquellas mujeres embarazadas que han recibido el diagnóstico que confirma que su bebé es síndrome de Down que van a ser las más orgullosas, que fueron seleccionadas para eso, que no le den la espalda a la posibilidad de ser una madre única, diferente, una mejor madre, la del corazón más grande. Que van a sentir por ellos un amor infinito. Su hijo será la prueba más valiosa de que Dios existe.

Nuestra sociedad está en una búsqueda desesperada por alcanzar al perfección y no nos damos cuenta de que para que el mundo sea realmente perfecto tiene que englobarnos a todos, incluidas también nuestras diferencias.
Podríamos definir, el síndrome de Down como una forma singular y determinada genéticamente, de ser y de estar en el mundo, de la que los que nos llamamos “normales” tenemos mucho que aprender, porque ellos tienen una manera diferente de ver la vida: sin agresión, sin egoísmos, sin maldad, una forma más elevada, más cercana al amor...

La persona con Síndrome de Down es un beneficio para todos porque aporta y promueve valores que hacen a la sociedad más digna de llamarse humana.
¡Su exclusión y, sobre todo, su eliminación es el fracaso de toda la humanidad!

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La importancia de permanecer unidos


Ya dediqué una de mis reflexiones a hablar de la unidad entre los católicos, pero deseo retomar ese tema porque me duele mucho ver cómo, entre nosotros, no obramos como Jesús nos pidió.
Escucho en los ataques externos a la Iglesia que estamos divididos y deseo creer que nuestra fe en Jesucristo prevalece por encima de nuestros propios intereses. Pero asisto en numerosas ocasiones a un hecho muy doloroso que es el de tener que escuchar cómo entre los nosotros nos lanzamos acusaciones y nos ponemos etiquetas llamando a unos “progresistas” y a otros “conservadores” con la clara intención de despreciarnos.
Nuestra Iglesia es Católica, y católico significa Universal, por eso considero que estamos haciendo lo contrario a la voluntad de universalidad de Dios, de su mensaje y de su salvación, al ponernos esas etiquetas y crear barreras entre nosotros.
Por desgracia, estas desavenencias y desencuentros no son nada nuevo en la historia de la Iglesia. San Pablo se esforzó en transmitirnos la importancia de permanecer unidos.
Parece que aún está en plena vigencia la exhortación que nos hace en su primera carta a los Corintios: “Yo, hermanos, no pude hablaros como a quienes poseen el Espíritu, sino como a gente inmadura, como a cristianos en edad infantil. Os di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podíais asimilar. Tampoco ahora podéis, pues seguís siendo inmaduros. Porque, mientras haya entre vosotros envidia y discordia ¿no es señal de inmadurez y de que actuáis con criterios puramente humanos? Cuando uno dice "Yo soy de Pablo", y otro "Yo soy de Apolo", ¿no procedéis al modo humano? Porque, ¿qué es Apolo y qué es Pablo?... ¡Servidores, por medio de los cuales llegasteis a la fe!, cada uno según el don que el Señor le concedió”. (1 Cor 3, 1 – 5)
En la carta a los Romanos, se utiliza una imagen muy pedagógica para describir a la Iglesia: somos el Cuerpo de Cristo. “Porque como en un cuerpo hay muchos miembros y no todos tienen la misma función, así también nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo al quedar unidos a Cristo”. (Rom. 12,4 - 5)
Cada uno de nosotros tenemos diferentes dones, diferentes cualidades, aptitudes o capacidades, según sea el don recibido así deberá ser nuestra función dentro de la Iglesia.
Vuelvo a la primera carta a los Corintios: “Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de actividades, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo. A cada uno se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos” (1 Cor 12, 4 - 7).
Y no debemos considerarnos superiores a los demás, porque nuestra cualidad es un regalo recibido de Dios para el servicio de todos los miembros del cuerpo, ni tampoco debemos criticarnos unos a otros por tener cualidades diferentes: “Aunque hay muchos miembros, el cuerpo es uno” (1 Cor 12,20). No podemos decirnos unos a los otros que no nos necesitamos. Ni andar con envidias o desavenencias.
Todos somos templos de Dios en los que habita el Espíritu Santo, por eso no tenemos que destruirnos unos a otros, porque el templo de Dios es sagrado y nosotros somos ese lugar en donde Él habita. Por eso se nos pide que hagamos lo posible por vivir en paz con todos los hombres. (Rom. 12, 18)
“No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence al mal con la fuerza del bien” (Rom. 12, 21)
Es triste que andemos enfrentados en nombre de la verdad porque solo hay una Verdad que es Cristo: Camino, Verdad y Vida. Y Él nos dejó como legado un mandato que nos serviría para que siempre estuviéramos unidos: “Amaos los unos a los otros”.

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La rebeldía de pensar con argumentos

Es el título de un artículo que he leído recientemente en Internet y, al hacerlo, me ha venido a la memoria una anécdota que sucedió en mi primer año como profesora de religión. Ocurrió cuando una compañera me preguntó con bastante sorna: “¿Y qué? ¿Qué haces en las clases de religión? ¿Les pones a rezar el Padre Nuestro?” Con gran sorpresa pero aún con mayor serenidad le respondí: “Les enseñamos a pensar por sí mismos, ¡que no es poca cosa!” No me contestó, bajó la mirada y salió de la sala de profesores. En numerosas ocasiones me han dicho mis chicos: “¡Vale ya Nines! No nos hagas pensar tanto, que es muy cansado!” Entonces es cuando me doy cuenta de que no vamos por mal camino. Ellos perciben que “pensar” cansa, pero acaban de descubrir una necesidad que ya no podrán acallar: la de entender la realidad. Deseo que quiten el miedo a pensar de manera diferente a la que nos dejan preestablecida los medios de comunicación o a través de los nuevos hábitos sociales. Nunca antes se nos había puesto al alcance de nuestras manos tanta cantidad de información como ahora. Sin embargo existe la urgente necesidad de enseñar a nuestros chicos a gestionar toda esa cantidad de datos que es tan grande y que nos estamos acostumbrando a dejar que pasen delante de nuestros ojos sin profundizar en ellos y así poder emitir un juicio de valor al respecto. Tenemos que crear en ellos la necesidad de encontrar la Verdad para que inicien el camino de su búsqueda. Ya he hecho referencia a ello en otra ocasión, pero deseo volver a recordar una de las frases más claras y directas de Jesús: “La Verdad os hará libres”. (Que no “La libertad os hará verdaderos”, como pretendió “vendernos” un dirigente político hace poco tiempo) Si se nos presentan ante nosotros varios caminos para elegir, seremos libres, no por el hecho de poder escoger el que queramos sino cuanta más información tengamos y cuanto mejor sea el análisis que hagamos de esa información. Un grave obstáculo para poder realizar ese análisis es la falta de preparación, se han ido eliminando los requisitos necesarios para construir nuestros propios argumentos. Inicialmente hemos suprimido el silencio, ruido de todo tipo llena nuestro mundo desde que nos levantamos, no nos gusta nada estar en silencio, ni siquiera cuando estamos solos. Incluso llegamos a temerlo porque el silencio nos sitúa frente a nosotros mismos tal cual somos, sin caretas ni disfraces. Luego, estamos anulando nuestra capacidad de autocontrol, dejarse llevar por los deseos más inmediatos parece que es lo realmente bueno, incluso sano. El artículo que he mencionado anteriormente nos dice: “Más emotivos que analíticos, los jóvenes de hoy han crecido en una cultura donde triunfan los eslóganes que apelan a los deseos y a los sentimientos”. Y también estamos anulando nuestra capacidad de discernimiento, lo que es bueno o malo porque ahora todo vale ya que no existe una Verdad universal. Vuelvo a mencionar el artículo en el que se dice que esta manera de pensar ha traído dos consecuencias. “Primera: la verdad ha llegado a personalizarse hasta límites insospechados. Dado que es ‘mi verdad’, yo me identifico con ella. No es algo distinto de mí. Y la segunda: puesto que hemos personalizado tanto la verdad, cualquier crítica a ‘mi verdad’ es en realidad una crítica contra mí, un ataque personal”. De esta manera, resulta francamente complicado establecer debates dialécticos que ayuden a formar razonamientos veraces y edificantes porque si tu verdad es diferente a mi verdad y ninguno estamos dispuestos a modificarla, convertimos el debate en una pelea. Por último, se está recortando la formación. Cada vez son menos apreciados los humanismos, estamos creando una sociedad en la que sólo tiene valor lo que se considera útil o productivo. Así, creamos “máquinas” para producir, no personas en búsqueda de la auténtica felicidad. “En este contexto cultural”, vuelvo a citar el artículo, “incentivar a los jóvenes a elaborar argumentos es una manera de enseñarles a ser rebeldes”. Ser rebelde implica ir en contra de lo que viene establecido, pensar y vivir con argumentos diferentes a los que nos están implantando es una forma de rebeldía. Ahora quien busca la Verdad es considerado un rebelde, pero sólo así podrá ser libre. Y sólo siendo libres conseguiremos transformar el mundo en un lugar mejor.

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¡No tengáis miedo!



La necesidad de seguridad está catalogada como una de las necesidades humanas.

Cualquier acontecimiento que suponga un cambio en nuestra vida produce una tensión o un miedo ante lo desconocido. ¡Es tan humano sentir miedo! ¡Es tan humano que nos duela el miedo!

Sentimos miedo, por supuesto, cuando suceden hechos imprevistos, cosas que llegan de golpe y sin avisar, más aún cuando apreciamos que son hechos negativos. Nos aterra tener que enfrentarnos a la enfermedad propia o de algún ser querido, quedarnos sin empleo, el fallecimiento o la desaparición de alguien a quien amamos. Cuando escucho en los informativos o me cuentan mis amigos las tristes noticias de este tipo de sucesos me encojo, siento miedo, miedo por ellos, me pregunto cómo serán capaces de sobreponerse a una situación tan complicada y miedo por mí, casi hasta huyo de pensar en que pueda sucederme algo similar. Son dramas a los que nadie deseamos tener que enfrentarnos.

Es más, aunque esos cambios los consideremos positivos en nuestras vidas o incluso los hayamos elegido nosotros mismos y sean la respuesta a una vocación concreta: un cambio de trabajo, un nuevo hogar, la llegada de una nueva vida…, Aunque la ilusión nos ayude a mirar hacia delante con optimismo y entusiasmo, también hay un espacio para el “vértigo”, miedo a que la nueva situación pueda superarnos en algún momento. Es una semilla de inseguridad que no debiéramos dejar crecer.

Al principio de curso hacemos en clase con los alumnos más pequeños una sencilla actividad en la que les pregunto qué cualidad consideran que no poseen y les gustaría alcanzar. Muchos de ellos me han respondido: la seguridad.

El miedo nos paraliza, nos hace sufrir, nos cambia el humor. El miedo hace que reaccionemos de forma dolorosamente defensiva. El miedo hace que nos enfademos, que nos rebelemos, que gritemos, que lloremos angustiados.

El temor ante lo desconocido es algo que me ha preocupado mucho a lo largo de mi vida. Creo que el miedo surge por el hecho de no considerarnos capaces de poder afrontar determinadas situaciones.

Por eso, uno de mis pasajes preferidos del evangelio de Lucas es éste:
“¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones.”

Es fascinante pensar que Dios nos acompaña cada segundo, que nada sucede sin que Él esté ahí, disfrutando con nosotros o llorando a nuestro lado. Sentir su presencia nos da esa seguridad que necesitamos, la seguridad de que Él nos dará la sabiduría necesaria para poder afrontar lo que venga, con serenidad y fortaleza.

"¡No tengáis miedo!" fueron también las primeras palabras que escogió Juan Pablo II cuando inauguró su pontificado el 22 de octubre de 1978 y las lanzó al mundo entero, sorprendiéndole, desde la Plaza de San Pedro en el Vaticano.
Benedicto XVI, a su llegada a Barajas el pasado verano nos dio otro mensaje que iba en la misma dirección: “Yo vuelvo a decir a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que nada ni nadie os quite la paz; no os avergoncéis del Señor. Él no ha tenido reparo en hacerse uno como nosotros y experimentar nuestras angustias para llevarlas a Dios, y así nos ha salvado”.
Jesús afrontó la realidad del mal a lo largo de toda su vida. Luchó contra el mal provocado por la injusticia de las personas, curó sufrimientos del cuerpo y del espíritu y, lo más importante, experimentó nuestro propio sufrimiento (cansancio, dolor, hambre, sed, malestar físico) al encarnarse y hacerse uno más de nosotros.

Pero también llegó a experimentar la injusticia en su propia carne, una condena injusta le llevó a la cruz donde compartió con nosotros la experiencia más radicalmente humana: la muerte.

En Jesús encontramos a un Dios que se hace hombre para compartir nuestra propia existencia, pero no se detiene ahí. Tras la muerte viene la resurrección, la victoria de Jesús sobre el mal y el dolor.

Los cristianos, cada vez que sufrimos debemos sentirnos acompañados por Jesús resucitado. También nosotros estamos llamados a la victoria final frente al mal y el dolor.


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Vocación de educar



Vocación es una palabra que proviene del latín y significa llamar. “Muchos son los llamados y pocos los elegidos” nos indicaba Jesús según el evangelio de S. Mateo.


Y, es que, el ser humano se siente llamado pero él es libre de responder a esa llamada de forma positiva o no.


Educar es una palabra que también proviene del latín y significa “guiar” o “sacar fuera las mejores potencialidades que tiene una persona”.


A penas llevo seis años dando clase y cuatro como madre, no he estudiado nunca psicología evolutiva ni pedagogía y a penas se me ha enseñado en algunos cursos la didáctica. Desde luego no soy ninguna voz autorizada en materia de educación.


Pero sí tengo claro que estoy llamada a educar. Cada nuevo curso reafirmo mi vocación de profesora, a cada instante reconozco mi vocación como madre.


Simplemente por ello, cometeré el atrevimiento de hablar hoy de educación.


Hay mucha polémica generada en torno a las medidas políticas que se han tomado en los últimos meses y afectan directamente al trabajo de profesores y maestros. En medio de esa polémica escuchamos con frecuencia el término “calidad de enseñanza”.


Yo me pregunto: ¿Qué implica realmente una educación de calidad?


Por supuesto no voy a entrar en batallas políticas ni debates ideológicos. Hoy deseo hablar de la educación desde el lugar del encuentro personal entre el educador y el educando.


Esa relación educador – educando ha variado mucho desde que yo estaba al otro lado, recibiendo la educación y no hace tanto de ello, tan sólo ha pasado una década. Es cierto que ahora, ni el respeto ni la autoridad es un valor intrínseco a quienes nos dedicamos a la enseñanza porque el concepto de autoridad se ha ido diluyendo. Se ha tenido tanto miedo a los abusos de una autoridad mal entendida que, en vez de corregir tales abusos, se la ha hecho desaparecer.


Así que ahora, los educadores debemos ganarnos a pulso el respeto a nuestras personas y a nuestra labor.


Estoy descubriendo que educar es todo un arte. No es válido para mis chicos que llegue imponiendo las cosas, hay normas y pautas que deben quedar claras desde el principio, deben ser muy precisas pero serán pocas, porque no aceptan demasiado número de órdenes.


El resto es algo que debemos conseguir a base de mucho esfuerzo y creatividad. Pero, sobre todo, de mucho humor.


Cuando nos ponemos delante de nuestros educandos no podemos permitirnos el lujo de bajar la guardia y dejar que el cansancio del ritmo diario o el malestar por los problemas cotidianos nos influyan. Merecen toda nuestra atención por muy complicado que parezca algunos días.


Y, sinceramente, la única “fórmula” que he encontrado para ser capaces de esto es el AMOR.


Los que profesamos una fe, vemos en cada uno de nuestros chicos el reflejo de Dios, sentimos que son hermosos a sus ojos, desde el más tímido hasta el más díscolo, y eso nos ayuda a poner una barrera a la rutina o inapetencia y dejar fluir la paciencia y la creatividad necesaria para llegar hasta ellos.


Además, las recompensas que recibo son increíbles. Sin lugar a dudas aprendo más de ellos de lo que se puedan imaginar y de vez en cuando recibo muestras de reconocimiento y de cariño que compensan todos los cansancios e inquietudes.


Amar a aquellos que educamos nos dará la capacidad necesaria para formar parte del proceso tan maravilloso en el que se encuentran que es, nada más y nada menos, hacer florecer lo mejor de cada uno, académica y, por supuesto, humanamente. Y esto sí, creo yo, que es la calidad en la enseñanza.


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Jóvenes en busca de sentido


He visto noticias sobre cómo distintos operadores turísticos preparan un paquete especial para que vengan hasta España jóvenes de otros países Europeos y pasar aquí unas cuantas horas para ir “de fiesta”. Su estancia es corta pero intensa. No tienen necesidad de buscar alojamiento porque pasarán esas horas nocturnas de bar en bar, de discoteca en discoteca, con un completo “todo incluido” en lo referente a las bebidas.


He visto en las noticias cómo jóvenes españoles o residentes en España pasan las noches de los fines de semana en las calles y plazas de nuestras ciudades celebrando lo que popularmente se ha llamado “botellón”.


Los jóvenes buscan el sentido a su vida y el camino que escogen se refleja también en sus diversiones, intentan sacar el jugo a su vida viviendo una fiesta de la que, por desgracia, sólo ellos participan, ya que sus actitudes acaban provocando graves molestias al resto de ciudadanos y lo que es aún peor, su forma de comportarse menoscaba en muchos casos su propia dignidad. Beben más de la cuenta porque sin alcohol parece que no es posible estar alegre, acaban sin poder controlarse a sí mismos, gritan hasta quedar afónicos, ensucian más de la cuenta y muchos terminan la fiesta inmersos en disputas con consecuencias más o menos graves. Las repercusiones de su forma de diversión son bastante negativas, no sólo para ellos mismos, aunque de eso se darán cuenta a largo plazo, sino también para los demás. Son muchos los padres que viven preocupados cada fin de semana por el estado de sus hijos. Además hay destrozos en las calles, suciedad y mal ambiente... Esto es lo que deja su fiesta particular. Muchos vecinos que viven por las zonas se quejan porque no pueden acceder a sus domicilios con serenidad durante esas fiestas, o porque no les dejan descansar o porque están hartos de tener que gastar dinero en los arreglos de sus inmuebles. Semanalmente buena parte de los presupuestos municipales van destinados a recomponer el estado natural de nuestras ciudades.


Conversando con diversos grupos de jóvenes acerca de sus formas de diversión, se reconocen cansados de hacer siempre lo mismo pero dicen carecer de otras alternativas o no son lo suficientemente valientes como para desmarcarse y hacer algo distinto. Se han acostumbrado a vivir los fines de semana de esa manera y si no lo hicieran se verían socialmente rechazados.


Este verano, en el mes de agosto, he visto jóvenes procedentes de todo el mundo llenar nuestros pueblos y ciudades.


He visto miles de jóvenes de más de 140 nacionalidades diferentes inundando las calles, las plazas, los parques, los autobuses y el metro de Madrid. Ellos también estaban de fiesta pero había una diferencia radical, porque estos jóvenes no provocaban molestias o malestar a su alrededor sino que transmitían su alegría por donde iban. Porque estos jóvenes hacían sonreír y participar de su fiesta al resto de ciudadanos. Las repercusiones de su diversión sí eran positivas. Cantaban y enarbolaban sus banderas como símbolos de identificación pero todos eran capaces de hablar el mismo idioma para conseguir el encuentro y la amistad entre ellos.


Y yo me pregunto ¿qué les diferencia?


Creo que todos, más aún los jóvenes, necesitamos buscar el sentido a nuestras existencias, intentar entender para qué estamos aquí y así poder alcanzar la felicidad que todo ser humano ansía. Sin embargo, muchos dejan pasar su vida sin atender a esa necesidad o buscan respuestas en lugares equivocados.

El Papa Benedicto XVI dijo en el discurso que pronunció a su llegada a Barajas el día 18 de agosto: “Vengo aquí a encontrarme con millares de jóvenes de todo el mundo, católicos, interesados por Cristo o en busca de la verdad que dé sentido genuino a su existencia”.


Los jóvenes de la JMJ nos han demostrados a todos que otra forma de diversión es posible. Que se puede estar alegre sin necesidad de utilizar el alcohol porque la alegría que viene de dentro es la que se contagia a los demás. Porque su interior, que aún está en busca de sentido ya está lleno, lleno de inquietudes y ansioso de respuestas, como todos, pero con una gran diferencia: tienen FE. Fe en que encontrarán a Alguien que dé respuestas a sus preguntas y que colmará sus anhelos. Se saben amados por ese Alguien y no se sienten vacíos y, por lo tanto, no necesitan llenarse a cualquier precio y eso, quieras que no, se refleja en su existencia y en los frutos que dan sus vidas.


Mil gracias a todos los jóvenes de España y a los que han venido de fuera, muchos desde tan lejos, para mostrarnos que sí podemos mirar al futuro con esperanza.


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Vidas que salvan vidas

Hoy es un día especial, no sólo por ser nuestro último programa de la temporada sino también porque es el cumpleaños del P. Raúl. ¡Muchísimas felicidades! Desde aquí le deseamos lo mejor en este día y que Dios siga bendiciéndote su vida todos los días de este nuevo año que hoy estrena.

Y además celebramos otro aniversario, porque ayer hizo un año de la inauguración en Tordesillas del Centro Internacional para Defensa de la Vida Humana (CIDEVIDA). Es el primer centro internacional creado por y para la vida.

El año 2009 fue un año difícil para el derecho a la vida en España porque se aprobó una ley que entraría en vigor en julio del año siguiente que convertía, de repente, en derecho lo que, hasta entonces, había sido considerado un delito. Fueron muchas las voces que se alzaron en contra de tal despropósito. Sin embargo aquellas voces no se quedaron en simples lamentos y fueron más allá. Surgieron multitud de proyectos y acciones en defensa del don más sagrado que tenemos: la vida.

En medio de todo ese ambiente, un grupo de amigos se unen bajo un mismo sentir. De ellos surge una hermosa idea: crear un centro que sirva para explicar el origen de la vida de manera clara y científica con todos los datos que hoy conocemos gracias a los avances técnicos de los últimos años en medicina, un centro en el que, también, se explicara la realidad del aborto y las consecuencias tan nefastas que conlleva tanto para la mujer como para toda nuestra sociedad. Y, por supuesto, un centro que sirviera también de atención y apoyo para todas aquellas mujeres, sin importar su nacionalidad, ideología o religión, que se encontraran ante un embarazo imprevisto o al que pudieran acudir en busca de ayuda si estaban sufriendo las secuelas de un aborto provocado.

Y este grupo de amigos están tan ilusionados y convencidos de la importancia de su proyecto que comienzan a trabajar y a entregar su esfuerzo y sus vidas para conseguir que salga adelante a pesar de las múltiples dificultades que sabían que tendrían, tanto de tipo económico como administrativo. Sin embargo, no podían quedarse indiferentes ante el milagro de la vida y la violencia que supone cada aborto. Y, con esa convicción, pusieron toda su confianza en Dios, sabían que Él les ayudaría a encontrar los cauces adecuados para llevar adelante su proyecto.

Gracias a su empeño y determinación, van superando los distintos problemas que van surgiendo y el día 27 de junio de 2010 por primera vez CIDEVIDA abre sus puertas en la Iglesia de San Juan Bautista de Tordesillas y lo hace gracias al apoyo del Arzobispado de Valladolid que cede esa preciosa iglesia del s. XVI que ya no estaba destinada al culto y que se iba a convertir en lugar de conciertos y terminó siendo un sitio para entonar un “canto a la Vida”.

Han recibido también el apoyo de varias Asociaciones Provida y de diferentes personalidades del mundo de la ciencia y de las artes. A todos ellos, asociaciones y particulares, debemos agradecer su entrega desinteresada.

Desde entonces CIDEVIDA ha tenido multitud de visitas, entre sus muros ya han estado varios grupos de estudiantes de secundaria y bachillerato que aseguraron quedar impactados por la información tan clara y precisa que habían recibido. Grupos de personas más o menos sensibles al valor de la vida humana pero que ya no han podido quedarse indiferentes tras la visita. Y grupos que vienen expresamente de otros países para ver la exposición.

Está siendo tan grande el interés por el centro que, incluso, han sacado un DVD explicativo que contiene, además de los videos con los distintos contenidos de la exposición, los paneles, las imágenes y fotografías de la misma, para que puedan ser utilizadas convirtiéndose en un excelente instrumento para la defensa de la vida humana.

Pero, lo mejor de todo, son las personas que están allí abriéndonos la puerta de la exposición y de su corazón, personas que nos guían y acompañan durante la visita, porque con sus explicaciones, su cercanía, su determinación, su entrega desinteresada, en una palabra: su vida… salvan vidas.

CIDEVIDA EN LA RED


Actualmente a CIDEVIDA podemos encontrarla en la Red a través de los
siguientes enlaces:


www.cidevida.org: Web oficial de la asociación. En ella además de
encontrar información acerca de los diferentes actos de la asociación
también pueden encontrar unas páginas formativas a cerca de lo que supone
la decisión de abortar en la sección titulada: “La decisión de Live”.
Cabe destacar que a esta página llegan visitas de 39 países destacando de
manera muy preeminente las visitas del continente americano. Todos los
países de este continente visitan esta web excepto Nicaragua y las
Guayanas.

Otra web es www.canalvida.eu

www.youtube.com/user/cidevida: En youtube hay colgado más de
veinte vídeos que abarcan desde la inauguración del museo hasta la
participación de conocidos deportistas en CIDEVIDA como también el último vídeo subido correspondiente al último preso cubano excarcelado por la dictadura comunista de los hermanos castro: Sr. Óscar Biscet.

Facebook: CIDEVIDA opera en esta red social a través de tres cuentas:

1.- Cidevida Centro Internacional:

www.facebook.com/home.php

2.-PormiDerecho Anacer:

www.facebook.com/home.php
3.-Anticonceptivos La Verdad Cid:

www.facebook.com/home.php


A través de ellas ya se han incorporado casi 3.000 amigos e igualmente colaboradores, cifra que se espera superar ampliamente a finales de año.


Próximamente CIDEVIDA también estará presente en Twiter.

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Yo he vencido al mundo


Durante la pasada Semana Santa hubo un intento de sacar por las calles de madrileño barrio de Lavapiés una “procesión atea” que tendría lugar, nada menos, el mismo jueves santo. Los organizadores tenían la declarada intención de faltarnos al respeto a los cristianos y atacar nuestras creencias de una forma tan vulgar como dañina. Reconozco que tengo que hacer un intenso ejercicio de autocontrol para no empezar a “echar sapos y culebras” por la boca cuando me entero de este tipo de ataques en los que, para colmo, ellos consideran que la prohibición de que se llevara a cabo ese espectáculo bochornoso implicó un retroceso en el derecho de manifestación de nuestro país. ¿Derechos? ¡Estoy tan cansada de escuchar la palabra “derechos”!, ¿para cuando se empezará a hablar de “responsabilidades”, de obligaciones?


Y para rizar aún más el rizo, encima nos acusan a los cristianos de organizar “agresivas actividades” durante la Semana Santa. ¿Se están refiriendo a las diversas procesiones y actos de piedad? Como dice un buen amigo mío, “para defender algo necesitamos conocerlo muy bien pero para atacarlo sólo ser un ignorante”.

Cada vez se me hace más difícil entender de dónde puede salir tanto odio, tanta obsesión contra nosotros, los cristianos.


Los profesores de religión conocemos de primera mano este tipo de posturas radicales contra el cristianismo, principalmente católico. Son demasiados los casos de profesores que sufren rechazos y ataques diarios.


Debo puntualizar que tengo que dar muchas gracias a Dios porque, en general, he tenido una muy buena acogida entre mis compañeros de trabajo pero también he experimentado en alguna ocasión cómo se nos falta al respeto y se nos discrimina por motivo de nuestras creencias mucho antes de habernos dado la oportunidad de conocernos.


Hace pocas semanas, una compañera se acercó a mí con mucha simpatía para presentarse, pero no me dio tiempo ni para despedirme de ella. En cuanto le dije que era la profesora de religión se borró la sonrisa de su cara, frunció el ceño y me dio la espalda.


Otros no quieren pedirme favores porque, literalmente, no quieren "mezclarse con curas ni monjas".


Y una, que es poco dada a enfrentarse a los conflictos, no sé si por sensatez o más por falta de valentía, se pregunta cómo debemos reaccionar y actuar los cristianos.


Jesús nos lo advirtió: "Ningún siervo es superior a su señor. Igual que me han perseguido a mí, os perseguirán a vosotros". Así que creo que el hecho de ser rechazados e incluso humillados, debe ser una muestra de que no estamos yendo por mal camino.


Soy de esas personas convencidas de que el tiempo va colocando cada cosa en su sitio, y de que es cuestión de paciencia ver cómo la Verdad se abre camino. Pero, sobre todo, tenemos que hacer un gran esfuerzo por intentar descubrir cómo mira Dios a esta gente que guarda tanto odio y actuar como Él lo haría, siempre siguiendo su consejo: "Sed astutos"

En esta tarea no debe faltarnos la confianza porque Jesús concluyó su aviso de persecuciones con una frase alentadora: "Animaos, yo he vencido al mundo"


El presidente de la Asociación de ateos y librepensadores de Madrid, que fue una de las asociaciones convocantes de esa esperpéntica “procesión atea” manifestó que consideran a los cristianos personas irracionales, que vivimos ajenos a la realidad.


Pues, ¿Qué queréis que os diga?


Sin lugar a dudas, prefiero vivir unas creencias que me hacen ver a Dios en el prójimo, que me llevan a admirarlo y respetarlo por encima de todo..., a tener unas ideas que cierran la puerta de golpe a todos los que no piensan como yo. Una mentalidad que conduce a actitudes primitivas y trasnochadas que se alejan totalmente de la auténtica construcción de la civilización del amor.




Escuchar audio: Yo he vencido al mundo

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Cartas a Dios


Me gusta regalarles a mis alumnos algún detalle con motivo de su cumpleaños, por haber ganado en algún juego o como despedida al final del curso. Suelen ser cosas sencillas: medallas y cruces traídas de Tierra Santa o de Roma, rosarios, pulseras con oraciones…


Ellos reciben el pequeño detalle con mucha ilusión. Suelen llevarlos en el cuello, en las muñecas e incluso en sus estuches. Alguna vez me lo enseñan entusiasmados y me dicen, convencidos, que mi pequeño regalo les ha ayudado durante los exámenes.


Entonces tengo que explicarles que estos objetos piadosos no son amuletos ni artilugios “arreglalotodo”. A veces veo en sus caritas la sorpresa e incluso la decepción ante mis palabras.


Descubro que necesitamos recibir una formación religiosa mejor para no caer en el error de vivir nuestras creencias de manera errónea. Debemos tener cuidado en no dejar que sentimientos supersticiosos o esotéricos contaminen nuestra fe.


Es un error tratar a Dios como a alguien que debiera darnos todos nuestros caprichos. Escucho con frecuencia a muchas personas que justifican su enfado con Dios e incluso su falta de fe en Él por no haber conseguido que se cumplieran sus deseos, y se sienten abandonados: malos resultados en los exámenes, un puesto de trabajo, el resultado de una relación, la evolución de una enfermedad, el fallecimiento de alguien querido.


Es muy humano que nos enfademos cuando vivimos situaciones de gran adversidad. Pero estas situaciones no deberían terminar con nuestra fe, sino al contrario, tendríamos que vivirlas como una oportunidad de crecimiento y superación. La fe no debería estar condicionada a que todo nos vaya bien en la vida, a que todo marche según nuestros deseos.


Siempre me ha parecido muy sabia aquella acción de gracias que dice: ”Te doy gracias, Dios mío, porque no siempre me has dado lo que yo quería pero sí lo que yo realmente necesitaba”.


Verdaderamente Dios tiene sabiduría infinita y sólo Él sabe lo que nos conviene.


Creo que esta oración encierra la clave de una buena relación con Dios.


Debemos ser humildes y aceptar que muchas veces no sabemos lo que nos conviene realmente. Tenemos que aprender a pedir y tenemos que aprender a confiar en la inmensa sabiduría de Dios. Que, como buen padre que es, siempre nos dará aquello que de verdad necesitamos.


Hace unas semanas, una buena amiga me regaló el libro “Cartas a Dios” de Eric Emmanuel Schmitt. De él han hecho recientemente una película que se está proyectando en muchas de las Semanas de Cine Espiritual que se organizan por las distintas diócesis de España. He leído con atención este libro y algo me ha llamado profundamente la atención sobre este tema que nos ocupa.


En todo el libro, el autor es capaz de darnos la clave con total sencillez de cómo dirigirnos a Dios y del poder de la oración.


El libro narra la historia de un niño que padece un cáncer terminal. Nunca ha tenido la suerte de que nadie le enseñara cómo es Dios y cómo debe ser nuestra relación con él, hasta que una voluntaria del hospital le muestra el camino. Esta voluntaria le aconseja escribir a Dios una carta cada día.


“- ¿Y qué le puedo escribir?

- Entrégale tus pensamientos. Los pensamientos no pronunciados son pensamientos que pesan, que se enquistan, que te vuelven torpe, que te inmovilizan, que no dejan sitio para los pensamientos nuevos y que te pudren. Si no hablas, te vas a convertir en un vertedero de viejos pensamientos apestosos.

A Dios le puedes pedir una cosa cada día, pero, atención ¡sólo una cosa!

- Entonces ¿Puedo pedirle cualquier cosa? Juguetes, caramelos, un coche…

- ¡No!, Dios no es Papá Noel, sólo puedes pedirle cosas del espíritu”.


“Cosas del Espíritu”, nuestro protagonista lo entiende tan bien que unos días más tarde, ante la inminente operación de una niña que también está hospitalizada, le escribe a Dios:

“Haz que la operación de Pegy Blue mañana salga bien, no como la mía, ya sabes a lo que me refiero.

PD: Ya sé que las operaciones no son cosas del espíritu, quizá no tengas a mano estos asuntos. Así que lo que te pido es que te las apañes de alguna manera para que, sea cual sea el resultado de la operación, Peggy Blue se lo tome bien. Cuento contigo”.


“Para que, sea cual sea el resultado de la operación, Peggy Blue se lo tome bien”, ésta es la clave. Ésta es la actualización de la oración de Jesús en el Huerto: “Que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Y añadiría: “Y que yo sepa aceptarla… aunque no logre entenderla del todo”.


Finalmente, nuestro protagonista termina: “Cuento contigo”, es decir, tengo plena fe en ti. Y creo que… con eso basta.

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"Calidad de Vida"


Se nos habla con frecuencia de la “calidad de vida”. El caso es que aún no tengo nada claro cuáles son los parámetros que determinan si una vida es de calidad. A la hora de dar un sentido a este término el relativismo a campado a sus anchas y cada persona decide lo que significa tener “calidad de vida”… o no, en realidad, creo que ni siquiera nos paramos a reflexionar sobre el alcance que damos a este concepto. Instalados en la comodidad de que me lo den todo hecho y de no tener que pensar por mí mismo, dejamos que nos inunden día a día con un lenguaje en el que preferimos no profundizar.


La Organización Mundial de la salud ha definido “calidad de vida” como "la percepción que un individuo tiene de su lugar en la existencia, en el contexto de la cultura y del sistema de valores en los que vive y en relación con sus expectativas, sus normas, sus inquietudes. Se trata de un concepto muy amplio que está influido de modo complejo por la salud física del sujeto, su estado psicológico, su nivel de independencia, sus relaciones sociales, así como su relación con los elementos esenciales de su entorno". Definición demasiado extensa que habría que analizar con calma porque implica cosas terribles ya que tanto la eutanasia como el suicidio asistido están siendo justificados por la supuesta pérdida de esta calidad de vida.


Hoy deseo compartir dos testimonios de personas que sufrido una grave enfermedad durante varios años antes de su muerte.


El primero es un extracto de una carta que escribió en 1995 Olga Bejano, una chica a la que a los 23 años comenzó a afectarle una rara enfermedad degenerativa que le fue paralizando todos los músculos hasta que falleció a finales de 2008, tenía ya 45 años.


“Soy una chica a la que la enfermedad le ha truncado la vida y quizá por eso la palabra vida me merece un gran respeto.


Hasta los veintitrés años pude realizar una vida normal: Pero en mayo de 1987 mi glotis se paralizó y tuve una parada cardiaca por asfixia; estuve por unos minutos clínicamente muerta, quedándome luego en coma. En ese momento, más de uno no apostaba por mí; pero yo, por llevar la contraria, salí del coma y seguí viva. Desde entonces vivo sin poder hablar ni comer.

Mi vida es, desde hace ocho largos años, malestar físico, obstáculos, limitaciones, problemas hospitalarios, familiares, burocráticos... En una palabra: sufrimiento. Pero este sufrimiento si uno llega, como yo, a entenderlo, es una lección constante que ayuda a madurar y a superarse.


Soy católica, siempre he creído en Dios, en la existencia del alma y en que cuando uno muere no termina ahí su vida, sino que sigue en otro lugar.


Todos tenemos un día marcado para nacer y otro para morir, y yo no soy quién para alterar el destino y mucho menos los planes de Dios.


Vivimos en una sociedad en la que priman el placer y lo material. Todos queremos gozar y ninguno sufrir; pero el sufrimiento y la muerte vienen incluidos en la vida, forman parte de ella. Soy partidaria de luchar, no de «huir». La eutanasia es una forma de huida y, por tanto, no deja de ser una cobardía. A mí no me parieron cobarde; por eso lucharé hasta el final. Respeto y entiendo a los que se dan por vencidos y no creen en nada; pero yo, cuando llegue al «otro lado», quiero tener la sensación de llevar mis deberes cumplidos. Si me practicasen la eutanasia, creo que, al llegar allí, tendría la sensación de no haber sabido llegar hasta el final, como si dejase en este mundo alguna asignatura pendiente. Para mí todo lo que te quita la paz interior no es bueno, y los médicos que han realizado eutanasias creen que hacen bien, pero confiesan sentirse mal. Todo anciano, minusválido o enfermo terminal tiene derecho a una atención digna, centros adecuados, ayudas familiares y económicas y grandes dosis de «cariñoterapia»; pero todo esto equivale a trabajo y a dinero, y es más fácil, cómodo y barato legalizar la eutanasia e, igual que hicieron los nazis, disfrazándola de ayuda y compasión, quitar a todos de en medio.


La mentalidad de que sólo lo biológicamente bueno vale la pena impide conocer grandes realidades humanas: Beethoven compuso sus maravillosos cuartetos hasta el último momento; Mozart siguió componiendo en el lecho de muerte su magnífico Requiem; Tiziano pintaba con casi noventa años, cuando apenas podía sujetar los pinceles. Los defensores de la eutanasia olvidan que cada vida es única e irrepetible y que cualquier vida tiene todo el valor posible. Si hubiese una vida sin importancia, ninguna sería importante”.


El segundo testimonio es de una enferma que murió habiendo estado más de cincuenta y cinco años paralizada en una silla de ruedas.


“Nosotros los enfermos, que tenemos fe en Jesucristo, sabemos que somos hijos predilectos de Dios por parecernos a Cristo en el sufrimiento. El Señor nos reveló en un acto supremo de amor la gran fecundidad del dolor. Para nosotros la enfermedad es la ofrenda diaria de nuestra vida, el don de nosotros mismos. Nos impulsa saber que al final tendremos el encuentro con Dios que nos acogerá con todo su amor”.


Precisamente son ellos, los enfermos, quienes mejor pueden enseñarnos el auténtico significado de “calidad de vida” y cómo nuestras vidas, desde el inicio hasta la muerte natural, tienen mucho que aportar al mundo.


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Apreciar el Misterio


Cuando llegan estos días me doy cuenta de que debo hacer un esfuerzo en mi interior para volver a redescubrir la hondura del misterio de la redención en la pasión y muerte de Jesucristo. Alguien me dijo una vez que estar cerca de un misterio puede hacer que acabemos viéndolo como algo cotidiano y dejemos de sentir el valor que tiene en sí mismo.


Creo que es lo que me pasa a mí cada vez que llega la Semana Santa. En estos días me empeño en vivir con intensidad lo celebrado porque lo que conmemoramos es la mayor prueba de Amor que ha existido en la historia del ser humano. Quizá no sea yo la única persona a la que le sucede esto. Desde bien pequeños hemos oído muchas veces frases como éstas: “Jesús murió crucificado por nosotros”, “Jesús nos ha salvado de la muerte y del pecado”, “Jesús nos ha redimido”... Y vemos tantas cruces, tantas escenificaciones de la Pasión… que nos hemos acostumbrado a mirar hasta el punto de no ser capaces de captar la profundidad del mensaje que nos transmiten.


He podido observar que esto mismo también les pasa a mis alumnos... A pesar de su juventud, ya no sienten admiración ante la entrega excepcional de Cristo. Han pasado por el misterio de puntillas, no se han sumergido en él.


Durante el curso, una de las épocas de las que más disfruto es con la llegada de la Semana Santa, porque en ella me esfuerzo por hacer que mis alumnos se zambullan, en la medida de lo posible y con mis numerosas limitaciones, en el misterio de la redención. Y me anima y reconforta sobre manera ver que en su interior sienten que algo les interpela y que logran verlo con ojos nuevos.


Otra experiencia que me está enriqueciendo enormemente estos días es compartir la vivencia que de la Semana Santa tiene mi pequeño hijo Iván. Me está ayudando a ver y sentir este misterio de otra manera.


¿Por qué? Pues porque es un pequeño que aún mantiene intacta su capacidad de sorpresa y admiración. Y ante la muerte y resurrección de Jesús él está fascinado.


Y me maravillo por sus inquietudes y las conclusiones a las que llega ante las explicaciones que le doy cada vez que me pide que le cuente la “historia de Jesús”. Algo que le trae de cabeza es el hecho de que Jesús se dejara apresar cuando podía haberse escapado o, si no, por lo menos haberse escondido...


Un día me dijo que cuando fuera mayor quería subir al micrófono de la Iglesia para decir a todos que Jesús murió porque quiso. Y yo, me quedé sin palabras. Porque, ciertamente, Cristo murió como murió porque vivió como había vivido. Él no buscó una muerte violenta pero la afrontó en la medida que formaba parte de la misión asumida, de su entrega en favor del ser humano. Jesús sufre porque una misión como la suya está expuesta a la reacción violenta de los hombres.


Y mi hijo, que aún no tiene cuatro años, no sólo ha entendido el misterio, sino que, además, se ha dejado maravillar por él.


Ante esta experiencia, adquiere pleno sentido para mí una de las oraciones de Jesús: “Yo te alabo, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos”.


¡Ojalá, en estos días, vivamos la pasión, la muerte y la resurrección del Señor con una capacidad de admiración renovada para que sintamos así, en lo más profundo de nuestro corazón, la grandeza del mayor don de Dios: la Redención!


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