¿YO ELIJO?




Escucho asombrada a una de mis alumnas más pequeñas, que tan solo tiene 12 años, reconocer que está “enganchada” al móvil. Ha pasado toda la noche colgada de él, escribiendo a “gente”, según me dice, y la pobre tiene una cara de sueño que no puede con ella. Me ha confesado que en los encuentros personales no se ve capaz de comunicarse de la misma forma en la que lo hace a través del teléfono.
Vuelvo a preguntarme, y no me canso de hacerlo una y otra vez, ¿Qué estamos haciendo a nuestros jóvenes?
Estamos totalmente inmersos en una crisis económica que nos trae a todos de cabeza: políticos, dirigentes, directivos, empresarios, trabajadores por cuenta ajena, autónomos, pero, sobre todo, a quienes sufren la dura situación de estar sin trabajo y sin recursos.
En medio de tantas angustias y sufrimientos por los problemas económicos que tienen a nuestro país ahogado, uno debe pararse a preguntarse si el verdadero debate tenemos que centrarlo exclusivamente en la economía o si deberíamos ir más allá y analizar la situación desde un punto de vista más profundo porque la verdadera crisis que asola a nuestra sociedad es la Crisis de valores.
¿Qué es un valor? Valor es la cualidad que tienen tanto las personas, como las cosas y los acontecimientos, y que los hace importantes para alguien.
Evidentemente, todos tenemos valores. Nadie puede vivir sin ellos. Por lo tanto, cuando hablamos de crisis de valores no estamos diciendo que éstos hayan desaparecido, que ya no existan. El problema se centra en cuál es el orden jerárquico que hemos establecido para esos valores según la importancia que se les da. La crisis de valores está, por tanto, en cómo estamos gestionando nuestra ESCALA DE VALORES.
Valores como la autonomía, la responsabilidad,  el sentido del deber, la fuerza de voluntad, el autocontrol, están colocados en los puestos más bajos de nuestra escala de valores. De ahí el verdadero origen, no solo de la crisis económica, sino de auténticos dramas personales y familiares.
Sin embargo, nos llenamos la boca diciendo que estamos en la cultura de la “Libertad” como un valor que debe prevalecer por encima de cualquier otro valor, incluso en perjuicio de la Verdad, ¡Pero no sabemos dar buen uso a esa libertad que tanto nos gusta proclamar! Y mucho menos, sabemos enseñar a nuestros jóvenes a usarla adecuadamente.
Por ese motivo, nos estamos convirtiendo en esclavos. ¡Esclavos dependientes de tantas cosas! Esclavos incapaces de romper las cadenas del uso inadecuado y, muchas veces, exagerado de las nuevas tecnologías, del empleo de un tiempo excesivo dedicado al ocio, de la búsqueda del placer por el mero y simple placer.
Así que en nombre de la libertad, estamos más encadenados que nunca a cosas superfluas y pasajeras. En detrimento de los valores que toda sociedad necesita para prosperar.
Un claro ejemplo es el acceso libre al aborto, caldo de cultivo propicio para fomentar justamente ese descenso en los puestos en la escala de aquellos valores tradicionales que en su día llevaron a nuestros antepasados a una etapa de progreso positivo y avances al servicio del ser humano.
¿Por qué? Un planteamiento muy frecuente a favor del aborto en embarazos imprevistos de mujeres jóvenes es el siguiente: "Nunca ha sido capaz de responsabilizarse de nada, ahora tampoco podría hacerlo de su hijo."
¿Cómo vamos a lograr que esa mujer llegue a alcanzar el grado de madurez y de responsabilidad suficientes y necesarias en su vida si ante el hecho de tener que enfrentarse a una de las mayores responsabilidades que jamás tendrá le estamos empujando a eliminar a su hijo, y así, terminar de raíz con su oportunidad de lograr ser y hacerse responsable gracias a esa nueva vida?
¿Cómo podremos exigir algún día a esa mujer que se haga responsable de algo si le hemos mutilado su capacidad para comprometerse seriamente con algo? Eso sí, siempre lo justificamos argumentando que es por su propio bien. ¡Menuda hipocresía!
¡Debemos salir del encasillamiento en el que estamos metidos!, ¡Dejemos a un lado lo superficial!, ¡Vayamos a las entrañas del ser humano y profundicemos en él para descubrir y cubrir sus verdaderas necesidades! ¡Volvamos la mirada a Dios!, porque así, y sólo así, podremos superar ésta y cualquier otra crisis.


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Auténtico AMOR, AMOR Verdadero




Hay una película titulada “El quinto elemento”, pertenece al género de ciencia ficción y tiene un mensaje interesante. Como sabemos, ya en la antigüedad se hizo una clasificación de la materia en la que se establecían cuatro elementos básicos: Tierra, Fuego, Aire y Agua. En esta película el quinto elemento, aquel que aglutina a los otros cuatro, está representado por un personaje femenino que aparece de pronto en la Tierra y es considerado como el “ser perfecto”, ella personifica al AMOR.
Siempre me ha llamado la atención una de sus escenas. Es aquella en la que ella aparece viendo diferentes imágenes en televisión para ponerse al día en la historia de la humanidad. Lo que me impacta de esta escena es ver cómo reacciona ante las imágenes y cómo llora desolada cuando descubre el odio y la crueldad que existen entre los seres humanos.
Una persona muy especial me dijo una vez que deseaba recuperar el verdadero significado de la palabra “Amor”.
La determinación que mostró ante lo que me parecía una descomunal tarea, me resultó desconcertante, tanto que no he dejado de pensar en esa misión desde entonces.
Me planteo dos cuestiones: ¿Por qué es necesario recuperar el significado de la palabra “Amor”? Y, lo que es aún más complicado…, ¿cómo lograrlo?
Sobre la primera cuestión, por qué necesitamos restaurar el auténtico significado del Amor, comencé a caer en la cuenta sobre cómo a la palabra “Amor” la hemos lesionado, mutilado, amputado, deformado, es más, manchado y denigrado de múltiples formas.
Muchas personas se han aprovechado del que es el sentimiento más universal y noble, del sentimiento que nos hace más humanos y, a su vez, el que más nos asemeja a Dios, para traficar con él, convirtiéndose en mercaderes sin escrúpulos de un “Amor” muy mal entendido.
Es más fácil y lucrativo promover en nuestra sociedad el narcisismo, el amor egocéntrico, que dirige a la persona hacia sí misma, anhelando ser admirada y sentirse grandiosa pero que la incapacita totalmente para conectar emocionalmente con los demás.
Promover el hedonismo que considera al placer como el único objetivo de la vida, viviendo sólo para disfrutar de los placeres, intentando evitar el dolor y el esfuerzo a toda costa.
Promover el materialismo que pretende cubrir la insatisfacción del ser humano, que muere en sus egoísmos, pretendiendo cubrirlo con bienes materiales.
Promover la superficialidad, no sólo no facilitar sino, además, poner trabas a la búsqueda necesaria que debe hacer toda persona en su interior para poder conocer quién es realmente y quién está llamado a ser.
Promover el individualismo, en última instancia, porque sólo desde esta concepción del ser humano, como individuo alejado y ajeno al resto de individuos, es posible que fructifique y se desarrolle todo lo anterior.
Y todo ello lo justificamos…. ¡¡¿EN NOMBRE DEL AMOR?!!
Cuando veo tales ataques al Amor me siento como el personaje de la película  de la que hablaba al inicio, que sufre en lo más profundo de sus entrañas por el escándalo del ultraje que estamos cometiendo al plan de Amor de Dios.
Y ¿cómo podremos lograr tan ingente tarea? Pues primero tendremos que vivir y reconocer qué es el verdadero AMOR para poder transmitirlo, y Dios es nuestro mejor maestro.
Jesucristo nos dijo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.
El Amor es, por tanto, ENTREGA DESINTERESADA. Entrega que no busca otra cosa que no sea el verdadero Bien de la persona amada. Más aún, si estamos hablando del amor conyugal en el que esa entrega debe ser recíproca ya que sólo así se puede alcanzar la UNION con la totalidad del ser amado, una unión que construye un NOSOTROS que es la suma del “tú” y del “yo” sin que ninguno de los dos quede diluido, sino al contrario, ambos se potencian y se ayudan mutuamente para alcanzar ser aquello a lo que están llamados a ser. Este Amor, por supuesto, reclama la exclusividad del otro.
El verdadero Amor es fiel. Está basado en la VERDAD que ilumina y alimenta la CONFIANZA, es auténtico y no disimula ni presenta al otro una máscara de mentiras que hieren su dignidad llegando a poder anularle por completo.
Es PACIENTE y COMPRENSIVO. Como decía San Pablo: “Espera siempre”
Y es FUERTE y está FIRME y DETERMINADO para afrontar las dificultades de cada día.
El Amor es la mayor manifestación de Dios en nuestras vidas, pero al deformarlo y trasgredirlo no estamos dejando que Él se nos muestre en toda su grandeza y esplendor.
Por el escándalo que me produce ver cómo estamos disfrazando de “Amor”  al narcisismo, al hedonismo, al materialismo, al individualismo, y distorsionamos de manera aberrante, he decidido adoptar como mía la tarea de recuperar para el mundo el auténtico significado de la palabra Amor, porque en nombre de él hemos tratado de justificar auténticas barbaridades. Por culpa de esa manipulación tan repugnante del “Amor” resulta casi imposible que entiendan en clase, nuestras generaciones futuras, el verdadero sentido y alcance de la frase de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”.


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