¿Blanca Navidad?

En estos días uno no deja de escuchar mensajes en los que se nos desean unos días entrañables cerca de los seres queridos, días en los que reine la paz y la felicidad.

Sin embargo ¡oigo a tanta gente decir que quisieran que estas fechas pasaran cuanto antes! Siempre me ha causado mucha tristeza escuchar ese lamento.


Confieso que la Navidad es uno de mis momentos favoritos en el año desde bien pequeña. Mucha gente dice que la Navidad es para los niños, pero ¿por qué no lo es también para los mayores? A medida que vamos creciendo, se va perdiendo la ilusión por celebrar el gran acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios Dios. ¡Dios se enamora del hombre y decide convertirse en uno más entre nosotros! ¿No debiéramos estar saltando de alegría?


Por algo nos dijo Jesucristo: “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos”


Quizá una de las principales causas del desencanto por estas fechas está en cómo hemos ido complicando las cosas. Vamos corriendo de acá para allá comprando, comprando y comprando: comidas, bebidas, regalos, regalos y… más regalos. Al final no disfrutamos de lo esencial porque estamos estresados y agobiados.

Otro de los motivos es sentir como una carga el hecho de tener que festejar las celebraciones navideñas en familia. Escucho a demasiadas personas quejarse de tener que juntarse con la familia. Parece que estamos obligados a olvidar los desencuentros que hemos tenido durante el año y eso no nos agrada, porque requiere muchas dosis de humildad y de perdón.


Estamos asistiendo a una época en la que la familia está siendo menospreciada, sobre todo aquella que ahora se ha pasado a llamar “familia tradicional”. Parece que la familia es el origen de demasiadas obligaciones, de demasiadas limitaciones, de demasiadas renuncias, la familia pone a prueba nuestra paciencia y nuestra resistencia.


Sin embargo ¿qué sería de cada uno de nosotros sin la familia? Nuestras familias han marcado y siguen marcando nuestra historia personal. Son el lugar de acogida por excelencia. La familia es el mayor tesoro que tenemos. Si comprendiéramos su verdadero valor el encuentro de estos días lo festejaríamos con entusiasmo y no supondría una carga sino un regalo.


Es en la familia donde somos amados por el simple hecho de ser, sin más. Es el lugar en el que podemos ser más auténticos, donde no necesitamos disimular ni ocultar nuestros defectos porque es donde se nos quiere sin condiciones. La familia es el sitio en el que podemos aprender a vivir en comunidad, respetándonos, aceptándonos, perdonándonos.

Por eso debemos disfrutar del encuentro. Gracias a la Navidad, al menos, una vez al año muchas familias se unen en torno a la mesa. Y eso hay que vivirlo con alegría, la entrega de regalos debe ser una muestra de nuestro cariño e interés por el otro.


Las ausencias de los seres queridos que han fallecido es otro de los motivos por los que desaparece la ilusión por la Navidad. Parece que en estos días se hace más dura su pérdida. ¡Cuántas veces nos quejamos de cosas sin importancia de los miembros de la familia y nos olvidamos de valorar su presencia entre nosotros!

Hace poco me encontré con una amiga que me contó la triste pérdida que habían sufrido en su familia, unos días antes. El padre de su marido había sido arroyado por un autobús urbano. Las pasadas navidades las pudieron vivir juntos, éstas ya no.


El día de Navidad un sacerdote hizo una hermosa reflexión: Hoy más que nunca debemos estar alegres porque gracias a la Navidad, al nacimiento del Hijo de Dios que vino a salvarnos del pecado y de la muerte, sabemos que algún día podremos volver a encontrarnos con aquellos que ya han partido al Padre.

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El sentido de lo esencial


Recuerdo con claridad la anécdota que nos contaba un chico, Pablo, que había pasado un año de misiones en Perú. Nos dijo que tuvo una sensación muy extraña cuando volvió a pasear por primera vez tras su vuelta por las calles de su ciudad, Burgos. “Me paré, miré a todos los que pasaban a mi alrededor – dijo - y yo me preguntaba: ¿Por qué corréis?” Él se había adaptado tanto a un ritmo y un estilo de vida tan diferente al nuestro que tras un año fuera pudo ver con claridad lo que nosotros hemos dejado de ver: vivimos inmersos en una carrera constante.

Si nos parásemos por unos instantes a observar el ritmo que llevamos seguramente nos quedaríamos pasmados.

¿Cuántas veces a lo largo del día nos decimos “Tengo que hacer esto, tengo que hacer lo otro”? Personalmente, reconozco que me paso el día recordándome: “Tengo que…” “Tengo que…”

La experiencia de Pablo trajo a mi memoria lo que Jesús le contestó a Marta un día que fue a visitarle a ella y a su hermana María:

«Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no se la quitarán».

Jesús amaba la vida con plenitud y con la respuesta que le da a Marta nos descubre el sentido de lo esencial.

Se nos pasa la vida inmersos en una carrera loca de innumerables quehaceres y, tras la noche… ¡Vuelta a empezar!

Pero ¿cuándo disfrutamos de la esencia de la vida, de aquello que hace que todo adquiera sentido, aquello por lo que merece la pena vivir?

Si todo nuestro tiempo lo empleamos en actuar, no nos quedará tiempo para CONTEMPLAR.

Con la llegada de mi hija (Clara) a nuestra vida he vuelto a recordar una lección que ya aprendí con mi hijo (Iván): la importancia de dedicar tiempo a la contemplación. Un recién nacido requiere muchos cuidados y atenciones, también debemos atender la casa cuando el peque nos lo permite… ¡Se nos pasan los días, los niños crecen demasiado pronto sin haberlos sabido disfrutar!

Tenemos que aprender a frenar y pararnos a contemplar. Contemplar los pequeños gestos, las sonrisas, las miradas, las expresiones, los sentimientos, las necesidades de aquellos que viven a nuestro lado. Y saborearlos, no dejarlos pasar sin más, saborearlos para que, cuando uno llegue al final de su vida pueda afirmar que realmente HA VIVIDO.

Con el ritmo acelerado de vida que llevamos cada vez estamos descuidando más las relaciones personales. Y todos necesitamos ser atendidos con cariño y dedicación.

Cuando estamos escuchando a una persona debiéramos olvidarnos de lo que tenemos pendiente para más tarde, porque nada hay más importante que ese instante que ya no volverá a pasar.

Por supuesto, estas prisas también nos han robado el tiempo que debiéramos dedicar a Dios.

Es imposible actuar por Dios y en su nombre si previamente no nos hemos dado tiempo para la oración y la contemplación.

Pasan y pasan los días, los meses, los años… y de pronto podemos llegar a darnos cuenta de que estamos desfondados, de que ya no podemos seguir tirando con nada. Y eso nos sucede porque nos hemos olvidado de llenarnos de Dios.

Tenemos que encontrar el equilibrio justo entre contemplación y acción. Y saber escoger la mejor parte porque sólo una cosa es necesaria: Dios, ¿lo demás? Él nos lo dará por añadidura.



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La llegada de Dios



El pasado domingo 28 comenzamos un nuevo año litúrgico con el inicio del Adviento, tiempo que durará hasta el día de Navidad.

Adviento es una palabra que viene del latín y significa “Venida” o “Llegada”. El adviento es el tiempo de preparación para la venida de Dios que en toda su grandeza escoge hacerse pequeño y se abaja haciéndose hombre y demostrándonos así el inmenso amor que nos tiene.

En este momento del año siempre recuerdo el consejo que me daban de pequeña: “Durante estos días debéis preparar al niño Jesús una cunita en vuestro corazón para que Él se encuentre cómodo a su llegada” y yo… me devanaba los sesos preguntándome cómo podría meter una cuna en mi corazón con paja incluida. Con el paso de los años fui descubriendo a qué se referían con aquello de “preparar una cuna”.

Llegados estos días vemos a todo el mundo preocupado por preparar la Navidad con multitud de compras, de comidas, de dulces, de regalos, de loterías y un sin fin de más historias.

No necesitamos nada material para fabricar un lugar de acogida para el niño Jesús, lo que tenemos que hacer es preparar nuestro interior por medio de la oración pausada y constante. Una oración que nos ayude a reflexionar sobre lo que supuso para la humanidad la llegada de Cristo a la tierra y sobre cómo ese acontecimiento debe marcar nuestra vida al sabernos amados por Dios de tal manera que se convierte en uno más para vivir, sentir, gozar y sufrir como cualquiera de nosotros.

Esa oración no puede quedarse en un hecho aislado sino que debe dar sus frutos con acciones concretas de compromiso, de entrega y de generosidad hacia los demás, y debe hacerlo de una forma auténtica para que no dure solamente unas semanas sino que se extienda a lo largo de todo el año.

Adviento es también un tiempo de Esperanza, esperamos la llegada de Dios hecho hombre. En los momentos actuales la desesperanza es como una plaga que anida en el corazón de más gente cada día. La situación política, económica, laboral y social ponen a prueba nuestro optimismo y nuestra ilusión. El mundo está buscando esperanza y Dios viene a traerla.

Tener esperanza implica confiar en que Dios está presente en nuestras vidas y en que Él nos atiende y auxilia en todo momento, más aún durante las dificultades o, como decía Santa Teresa, en las “noches oscuras del alma”.

Hace falta una gran fuerza interior para no caer en la tentación de la desesperanza. Pero, si sabemos que Dios está a nuestro lado, nada hay que temer.

Jesucristo nos exhorta al ánimo y a la valentía en numerosas ocasiones.

Él nos recuerda que Dios nos conoce mejor que nadie y está siempre pendiente de nosotros con una frase que me resulta hermosa porque nos muestra la delicadeza con la que Dios nos ama: “Hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados”

También nos alienta para que luchemos contra la desesperación: “Pedid, y se os dará; buscad y encontraréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre”.

Él nos está interpelando a que mantengamos firme la esperanza. Pero debemos saber que esa esperanza requiere un esfuerzo por nuestra parte. No podemos quedarnos sentados a esperar que nos llegue la solución desde el cielo sin más, sino que debemos salir a pedir, a buscar, a llamar sin rendirnos. En ese camino de búsqueda encontraremos la razón para seguir luchando sin desfallecer.

Sólo estando atentos a la llegada de Dios podremos disfrutar plenamente este año de la Navidad.

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Y… al fin llegó ella

Muchas veces pensamos que el hecho de que nos sucedan cosas a las que calificamos de buenas o malas depende de nuestra mejor o peor suerte.

En realidad, considero que somos nosotros mismos quienes podemos influir en nuestra buena o mala suerte en función de la actitud que tomemos ante las distintas circunstancias de la vida.


Es propio y natural en el ser humano sentir inquietud e, incluso, miedo ante un futuro que nos esforzamos minuciosamente en planificar pero que, en último término, no podemos dominar.


Sin embargo, debemos tener en cuenta que la actitud que adoptamos ante la vida va a condicionar en gran medida lo que nos suceda.


Para tener lo que llamamos “buena suerte en la vida” alguien aconsejaba dos cosas: la primera, estar atento a las oportunidades que la vida nos va ofreciendo, y la segunda, valorar lo que nos sucede con optimismo.


Sin duda alguna, para aquellos que tenemos fe en un Dios misericordioso, es decir, un Dios que sufre con nuestro sufrimiento y que goza con nuestras alegrías, resulta mucho más fácil encontrar el lado positivo de las cosas porque les encontramos un sentido que va más allá de lo que podemos captar a simple vista.

Por eso, una persona creyente debería saber enfrentarse al dolor con mayor entereza. Un denominador común en todos nosotros es la vivencia de experiencias dolorosas. Nadie puede conseguir que no haya situaciones de sufrimiento a lo largo de su vida pero lo que sí podemos es decidir cómo enfrentarnos a él.


La aceptación del dolor, ya sea físico o psíquico, es diferente en cada persona, porque depende de una cuestión fisiológica, de la autodisciplina de cada uno y del sentido que demos a ese dolor.


Precisamente, el nacimiento de nuestra pequeña Clara ha supuesto para mí una experiencia profunda sobre cómo enfrentarse al dolor, físico en este caso, con optimismo y sobre cómo ver que todo dolor da sus frutos. En un parto, esos frutos son inmediatos, por eso es más fácil dar un sentido a ese dolor. Pero debemos ser conscientes de que ningún dolor es estéril porque todos los sufrimientos antes o después, dan muchos y buenos frutos.


El día 7 de octubre, de madrugada (¡nuevamente de madrugada! Tengo unos hijos muy tempraneros) “rompí aguas”, el mar en el que había estado flotando mi pequeña comenzaba a desaparecer.


Lo que sientes cuando eso sucede es muy contradictorio, por un lado tienes una gran ilusión porque al fin llega el momento en el que podrás abrazar a tu hija, por otro lado tienes una gran inquietud sobre cómo saldrán las cosas. Confías en que todo vaya bien pero… siempre hay algún hueco por el que se cuelan las dudas y los temores.


Sabía que hacía falta algo más que romper la bolsa del líquido amniótico para que el parto siguiera adelante, y ésas eran las tan “temidas” contracciones. Es curioso ver en las clases de preparación al parto a muchas madres que aún no han pasado por el momento del nacimiento de sus hijos, que afirman que prefieren que les practiquen una cesárea para no tener que enfrentarse a ese dolor del que tantas veces han oído hablar.


Nos hemos ido debilitando tanto que nos negamos a afrontar cualquier tipo de dolor, ni siquiera uno tan natural e inherente a la mujer como es el de dar a luz.


Cuando comenzaron las contracciones, las recibí con bastante ilusión ya que, con la bolsa rota y sin contracciones, la niña podía acabar sufriendo algún tipo de complicación.


A medida que aumentaban en intensidad, también aumentaba mi alegría porque sabía que cuanto más dolorosas fueran, más me acercaba al gran momento. Ese dolor tan profundo traía consigo el mejor de los frutos: una nueva vida. A primera hora de la tarde nació Clara.


(Desde aquí deseo agradecer su acompañamiento y atención a todo el equipo sanitario que me atendió. Especialmente a mi matrona, Rebeca)


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La invasión de Halloween


“Halloween invade los escaparates de la ciudad”. Ése es el titular que encabezaba un periódico local la pasada semana.

Y es que, ciertamente, Halloween se está convirtiendo en una fiesta que va adquiriendo mayor protagonismo cada año.

¿Qué es Halloween realmente? Es una fiesta que se celebra en los países anglosajones: Reino Unido, Irlanda, Canadá y Estados Unidos. A éste último llegó de la mano de inmigrantes irlandeses y, debido a la fuerza expansiva de su cultura, se ha ido popularizando en otros países occidentales.

El origen de la fiesta de Halloween viene de la tradición más antigua de Irlanda en la que se celebraba lo que podíamos llamar el Nuevo Año al finalizar el verano. Los antiguos irlandeses creían que la línea que une a este mundo con el otro mundo se estrechaba con la llegada de esta fecha, permitiendo a los espíritus (tanto benévolos como malévolos) pasar a través de ella. Los ancestros familiares eran invitados y homenajeados mientras que los espíritus dañinos eran alejados, por lo cual, algunos de los miembros de la familia se disfrazaban de seres monstruosos para asustarlos.

En los siglos VIII y IX, con el cristianismo, en esta fecha pasa a celebrarse la festividad de “Todos los santos”.

Halloween va desapareciendo hasta que vuelve a surgir a finales del s. XIX en EEUU, aunque su celebración masiva comienza en la primera mitad del s. XX.

Pero su internacionalización se producirá en las últimas décadas de este siglo debido a la promoción hecha a través de las películas y series de televisión que nos llegaban desde allí. Lo que ocurre es que, en estas películas, la fiesta de Halloween aparece con un marcado estilo “New age”, movimiento pseudo religioso que pretende crear una espiritualidad sin dogmas ni fronteras, es decir, una nueva religión que incluya creencias y elementos de todas las religiones y cultos. Halloween deja de lado su origen religioso y pasa a ser una fiesta carente de sentido donde el único protagonista es el miedo y los personajes de ficción y se olvida totalmente del mundo espiritual y de la Gracia de la Salvación en la vida que hay más allá de la muerte.

En España hemos visto en los últimos años cómo, poco a poco, esta fiesta iba ganando adeptos, seguramente por una cuestión de moda. Inocentemente disfrazamos a los más pequeños o, incluso lo hacemos nosotros mismos, de personajes salidos de un mundo de terror y así aprovechar la ocasión para tener otra fiesta en la que celebramos algo que nunca antes habíamos celebrado aquí hasta que nos invadió la cultura estadounidense.

El problema que veo en la proliferación de esta fiesta, al margen de tener un sentido meramente comercial (como sucede en el caso de S. Valentín), es que nos estamos olvidando de nuestra fiesta del 1 de noviembre y de su profundo significado.

El 1 de noviembre, festividad de Todos los Santos, es el día en el que recordamos a todas aquellas personas, conocidas o desconocidas, que han alcanzado la santidad, es decir, que están ya en presencia de Dios, y cuya vida debe ser ejemplo para todos nosotros.

Además es el día en el que se nos recuerda de manera especial una de las creencias más bonitas de nuestro credo: La comunión de los Santos.

Es decir, la “común unión” entre Jesucristo, cabeza de la Iglesia, con todos sus miembros que son los santos y los creyentes que aún estamos en la tierra, y de los miembros entre sí.

Esta unión especial implica que los santos del cielo interceden por nosotros y los que aún estamos en la tierra honramos a los del cielo y nos encomendamos a ellos.

Todo esto marca una notable diferencia entre la fiesta de Halloween que solo celebra el terror creado y festejado en las películas, y la Fiesta de Todos los Santos que festeja el triunfo de la Redención realizada por Jesucristo, nuestra unión con los Santos que supera las fronteras de la muerte y el amor de Dios que nos envuelve y nos convierte a todos en hermanos.

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Setenta veces siete


A lo largo de nuestra vida son muchas las veces en las que llegamos a sentirnos ofendidos por las personas que están a nuestro alrededor e incluso por personas que ni siquiera conocemos.
Evidentemente, la ofensa duele mucho más cuando proviene de aquellos más cercanos y cuanta más confianza hemos puesto en ellos.
He podido comprobar y experimentar en primera persona, que en numerosos de los casos en los que nos hemos sentido ofendidos, los verdaderos culpables de ese sentimiento somos nosotros mismos. Llegamos a mirarnos tanto al ombligo que pensamos que todas las acciones, miradas, expresiones, comentarios y actuaciones de los demás nos tienen a nosotros como protagonistas y las llevan a cabo con una clara intención de hacernos sufrir (sin embargo muchas veces, esas actitudes se deben a que al otro simplemente le duele la cabeza, nada más). Hemos llegado a tal extremo de egocentrismo que, al creernos el centro de todo, acabamos ahogándonos en ese amor propio exagerado y extralimitado, sospechando que hay “conspiraciones ocultas” contra nosotros en todos lados.
No son pocas las ocasiones en las que las ofensas vienen derivadas de malos entendidos… y la Historia está llena de pequeñas y grandes batallas por culpa de tales malos entendidos.
Cuando una relación debe llegar a su fin por diversos motivos, es necesario aprender a cerrar página sin heridas. Agradeciendo la riqueza de lo que supuso el contacto con esas personas en nuestras vidas y todo lo que aprendimos de ellas, sin dejarnos cegar por nuestro orgullo herido o la decepción sufrida.
Jesucristo respondió a Pedro cuando le preguntó hasta cuántas veces habría que perdonar: “Setenta veces siete” y esas son… ¡tantas!
En realidad, si lo pensamos bien, el mandato de Jesús, lejos de hacerlo para amargarnos la vida está destinado a que alcancemos la liberación que supone el perdón.
Sentir odio o rencor sólo nos encadena. Uno se da cuenta de ello cuando no es capaz de “volar” por encima de la ofensa y de seguir adelante con su vida sin “regodearse” una y otra vez en ese sentimiento tan doloroso.
¿Cuesta liberarse de él? ¡Claro que cuesta! En ocasiones, hasta demasiado, tanto que podemos llegar a sentirnos culpables por no lograr superarlo.
Por eso, cuando llega el perdón, nos sentimos tremendamente libres. La venganza no nos concede ni una mínima parte del sentimiento de liberación que otorga el perdón.
Porque cuando odiamos, los grandes perjudicados acabamos siendo nosotros y quienes viven a nuestro lado. El sentimiento de ofensa que tenemos llega a dolernos tan profundamente que se va extendiendo como la pólvora en nuestro ser y se va esparciendo fuera de nosotros hasta que logramos que todo el ambiente quede enrarecido. Entonces nos encontramos mucho peor que al principio, nos enfadamos con aquellos que no tienen nada que ver con nuestro malestar o les hacemos sentir culpables por algo de lo que no tienen nada que ver. Al final, todo se convierte en un caos de emociones y sentimientos negativos e inevitablemente terminamos amargándonos unos a otros.
Quien perdona vence, gana la batalla al dolor y a la amargura y se eleva por encima de sus pequeñeces y miserias.
Quien perdona encuentra la paz interior necesaria para vivir en armonía con los demás y vivir frente a la luz y no dentro de una oscuridad que nos reconcome.
Quien perdona deja de sentir enemigos por todos lados y comienza a mirar al mundo con otros ojos, con una mirada de comprensión y serenidad que nos equilibra y fortalece.
Quien perdona aprende a dar sentido a su vida desde una perspectiva más abierta.
Quien perdona aprende a ponerse en el lugar del otro y sentir la empatía necesaria para convivir de una manera más enriquecedora para todos.



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Atrapados en la red


A mi marido le gusta decir la frase “Quien tiene un amigo tiene un tesoro… y quien tiene 500… una cuenta de Facebook”
Para quienes no conozcan qué es eso del Facebook les diré que es una Red Social. La red social consiste un grupo de personas que están conectados por diferentes tipos de relaciones tales como amistad, parentesco, intereses y aficiones comunes y que contactan a través de Internet.
Cada vez hay mayor oferta de redes sociales, además del Facebook, existen otras como Twitter, Tuenti, Badoo, My Space… y así hasta más de una veintena.
Estas redes sociales se convierten en un sitio de creación y de encuentro para infinidad de comunidades que se van formando de manera virtual, y virtual significa “que tiene apariencia de realidad”… pero no es la realidad.
Son muchas las ventajas que ofrecen este tipo de encuentros en la red, podemos compartir con amigos que están al otro lado del mundo experiencias, informaciones, ideas, incluso podemos compartir fotos y videos con ellos. Gracias a esta nueva tecnología podemos sentir más cerca a las personas que están más lejos de nosotros.
Sin embargo, esta herramienta, este medio de comunicación puede llegar a ser algo francamente peligroso cuando pasa a ser un fin para la persona que lo usa.
Yo reconozco que tengo abierta una cuenta en dos redes sociales, las abrí con la única intención de mantener el contacto con mis alumnos y algunos amigos que viven en fuera de mi ciudad e incluso de mi país.
Sin lugar a dudas la que más utilizo es aquella que me sirve para comunicarme con mis chicos y chicas del instituto.
Y mi experiencia en estas redes es lo que ha motivado la reflexión de hoy.
Estoy comprobando la importancia que estas redes sociales van adquiriendo y me planteo porqué están proliferando de forma tan desorbitada.
He llegado a la conclusión de que el origen de su éxito está en el mismo que aquellos programas de “reality show” que tanto engancharon al público hace ya más de una década.
En esos programas gente anónima y sin méritos especiales nos vendían su vida a cambio de FAMA, su intención era la de ser conocidos y que se hablara de ellos por todos los rincones, ya fuera para bien o para mal.
Mucha gente quiso seguir los pasos de estos “pioneros” y han saltado a la fama sin grandes esfuerzos ni logros destacables, sólo gracias al morbo un público que cada vez pide más y más carnaza.
A pesar de las muchas personas que alcanzaron la meta de la fama fácil a través de estos programas, ese medio no puede abarcar a mucha otra gente que quiere tener su “medio minuto de fama” en la vida. Y aquí es donde entran en juego las redes sociales.
En ellas puedes poner tus datos personales, familiares, de amistades, vivencias y experiencias más íntimas y si no controlas el poder que esa gran ventana al mundo te otorga puede llegar a convertirse en un arma que va dirigida directamente contra ti.
Muchas personas que usan estas redes ansían tanto ser admiradas que no son capaces de ver que ciertas fotos que cuelgan con comentarios y poses tan provocativas van totalmente en contra de su dignidad y de su honor porque ellas mismas se están convirtiendo en un mero producto que se expone para lograr su venta. Sé que la mayoría, sobre todo, la gente más joven, no es consciente de este peligro y que sólo buscan que todos sus amigos de la red les adulen y les digan lo guapos o guapas que están y lo mucho que les quieren. Pero al final, el peligro que están corriendo vendiendo tanta intimidad, lo desconocen por completo.
En el fondo, todo esto es consecuencia de un sentimiento de vacío existencial. Cuando el sentido que damos a nuestras vidas no se fundamenta en algo profundo y perdurable, caemos en lo artificial, en lo meramente superficial. Y ahora, hemos caído tanto en ese materialismo que hasta nos hemos convertido a nosotros mismos y por voluntad propia, en meros productos de mercado.

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El alfarero

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La Clase de Religión


Iniciamos un nuevo curso y a los profesores de religión nos ataca cada año por estas fechas la incertidumbre sobre el número de alumnos que habrán decidido matricularse en la asignatura que impartimos porque va a condicionar todo nuestro trabajo durante los próximos nueve meses.
Nos afecta muchísimo que haya alumnos que han decidido dejar la asignatura y nos llena de felicidad lograr que alguno haya optado por ella. Uno no deja de preguntarse a lo largo de todo el curso, pero más en estos momentos sobre sus aciertos o desatinos y sobre cómo hacer “encajes de bolillos” para conseguir aumentar el número de alumnos en sus aulas. Cada vez las cosas se nos ponen más difíciles. Este curso, incluso a la asignatura de religión, le está afectando la crisis. Curioso ¿verdad?, pues es así, ya que al decidir recortar al máximo posible el personal docente de religión, nos están privando de tiempo para dedicarles a nuestros alumnos, tanto dentro como fuera del aula, y eso supone una merma en la calidad de lo que hacemos, con lo que su previsible consecuencia será la bajada de matrícula el curso que viene. Y esto es “la pescadilla que se muerde la cola”.
Luchar porque nuestros chicos y chicas adquieran una formación religiosa cada vez está siendo más complicado, ofrecer una asignatura en la que tendrán muchas cosas positivas, pero también tendrán que trabajar frente a una optativa que es básicamente no hacer nada es todo un reto.
Sin embargo y, a pesar de todo, la providencia de Dios actúa y gracias a ella conseguimos atraer a los chavales que serán la clave nuestro futuro y el de nuestro mundo.
¿Por qué yo como alumno o yo como padre, haría bien en matricularme en la asignatura de Religión?
Son numerosísimas las razones que podemos esgrimir a favor de ello. Empezando por el hecho más que demostrado de que todos los seres humanos nos caracterizamos por una necesidad de trascendencia, una necesidad de ir más allá de nosotros mismos y de la realidad más cercana que tenemos para lograr dar respuesta a la pregunta por el sentido de nuestra vida. Sería imposible suprimir la cuestión religiosa en el ser humano sin cortar una parte importantísima de su propio ser y existir.
Además, la finalidad de la educación, está en el desarrollo integral, completo, de la persona para conseguir desplegar todas sus facultades y cualidades. Y para ello es necesario cultivar la dimensión religiosa como una pieza clave dentro de la educación.
A principios del s. XX, un socialista francés, Jean Jaurès, escribió y publicó una carta a su hijo exponiendo de forma muy acertada los razonamientos que muestran la necesidad de la formación religiosa para conseguir una educación completa de la persona.
Por su claridad y acierto he decidido trascribir parte del texto.

Cuando tengas la edad suficiente para juzgar, querido hijo, serás completamente libre para elegir; pero tengo empeño decidido en que tu instrucción y tu educación sean completas, y no lo serían sin un estudio serio de la religión.
¿Cómo sería completa tu instrucción sin un conocimiento suficiente de las cuestiones religiosas sobre las cuales todo el mundo discute? ¿Quisieras tú, por ignorancia voluntaria, no poder decir una palabra sobre estos asuntos sin exponerte a soltar un disparate?
¿Qué comprenderías de la historia de Europa y del mundo entero después de Jesucristo, sin conocer la religión que cambió la faz del mundo y produjo una nueva civilización? ¿Qué comprenderías del arte, de las letras, del derecho, de la filosofía o de la moral? La religión está íntimamente unida a todas las manifestaciones de la inteligencia humana; es la base de la civilización.
Nada hay que reprochar a los que practican fielmente las leyes de la iglesia y con mucha frecuencia hay que llorar por los que no las toman en cuenta. Nadie será jamás delicado, fino, ni siquiera presentable sin nociones religiosas.
En cuanto a los que hablan de libertad de conciencia y otras cosas análogas, eso es vana palabrería. Muchos anti-católicos conocen por lo menos medianamente la religión; otros han recibido educación religiosa y su conducta prueba que han conservado toda su libertad.
Además, no es preciso ser un genio para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que pueden serlo, pues, en caso contrario, la ignorancia les obliga a la irreligión. La cosa es muy clara: la libertad exige la facultad de poder elegir.

Ahora, ya sólo me queda pedir que todos nos esforcemos en apoyar la formación religiosa de nuestra gente más joven.

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A "prueba de fuego"


Las cifras de los divorcios que se producen en España se están disparando, las estadísticas del año 2008 son escalofriantes, hubo más celebraciones de matrimonios que divorcios pero el número de divorcios ya llegaba a un 61 % respecto a las parejas que contraían matrimonio.
Casi el 56% de los matrimonios se acaban separando.
Los analistas coinciden en que una de las principales causas del aumento de las separaciones de los últimos años es la simplificación de los trámites administrativos debido al llamado divorcio “Express”.
Cada vez las parejas tienen que pensárselo menos antes de separarse porque el proceso de divorcio se ha facilitado. De hecho, navegando por Internet en busca de estos datos me he encontrado con diversos anuncios de Bufetes de Abogados lanzando la oferta de un divorcio con “todo incluido” por tan sólo unos 400 €.
Esto nos da una clara idea de la situación social nada favorable a las familias y a los matrimonios estables.
Facilidades administrativas y judiciales aparte, está claro que el matrimonio estable ha dejado de ser lo que podríamos llamar un “valor seguro”. Algunos opinan que la emancipación de las mujeres (término que no me gusta usar porque yo nunca me he sentido esclavizada ni pendiente de ser liberada gracias a un trabajo) promueve que ya no nos sintamos “atadas” a un esposo que nos sustente con su sueldo.
Me parece un razonamiento que denigra a todos los matrimonios del pasado y, sobre todo, a la mujer porque tras este razonamiento aparece la figura de una mujer aprovechada que aguantaba lo que fuera con tal de no pasar penurias económicas. Dudo que el matrimonio fuera más estable antes porque hubiera muchas mujeres actuando de esa manera.
Yo, más bien, creo que el aumento de las rupturas matrimoniales actualmente se debe a una cultura individualista que no ha enseñado a amar sin condiciones, ni a luchar por los compromisos adquiridos. También porque se nos ha enseñado que es más cómodo “usar y tirar”, usar el matrimonio mientras me conlleva placeres y beneficios y tirarlo cuando me trae incomodidades. Por último, porque estamos imbuidos en un ritmo frenético de búsqueda constante de nuevas sensaciones, y eso no cuadra demasiado bien con una pareja estable y una familia a la que debes entregarte y por la que tienes que sacrificarte más de la cuenta.
Eso no quita que haya situaciones extremas en las que la convivencia se ha convertido en algo totalmente inviable y la pareja se está haciendo más daño permaneciendo unida. Pero no dejemos que esto nos lo conviertan en una generalidad porque no creo que sea así.
Respecto a la vida en pareja me he topado con un libro del que también se ha hecho una película en el año 2008, llamado “Prueba de fuego” que explica de una forma sencilla y clara los problemas más comunes y propios a los que se tiene que enfrentar cualquier matrimonio que un día toma la decisión de unir sus vidas para siempre. Nos aclaran que a "prueba de fuego” no significa que no tenga que haber ningún fuego sino que, si el fuego viene, puedes resistirlo.
Libro y película tratan la historia de un bombero reconocido en su trabajo pero con un matrimonio a punto de fracasar. Todos piensan que es un héroe, excepto su propia esposa que siente haber tenido ya suficiente desconsideración y egoísmo por parte de su esposo. En ese momento aparece un atractivo doctor en el hospital donde ella trabaja que ha conseguido captar su atención ya que con él se siente otra vez admirada, atendida y acompañada.
Sus antiguas promesas de matrimonio están lejos de las mentes de ambos, y de repente, la idea del divorcio ha asomado sobre su cabeza. Ante esta situación, el padre del bombero le suplica que dé una última oportunidad a su matrimonio y le pide que cumpla las tareas que aparecen en un diario que él mismo ha escrito y en el que propone un método inspirado en la Biblia para reflotar su unión.
El bombero aprende a luchar por su matrimonio aunque al principio no sienta nada, porque la lucha por salvar el matrimonio a veces debe basarse en lo que uno decide, no en lo que uno siente.
El momento cumbre de este proceso llega cuando el bombero desesperado ante la indiferencia de su mujer le pregunta a su padre: “¿Cómo voy a mostrar amor una y mil veces a alguien que no hace más que rechazarme?”
El padre se detiene ante una cruz solitaria que estaba en medio del bosque, mira hacia arriba, se apoya en ella y sólo contesta “Ésa es una buena pregunta”
La respuesta es clara, sólo con un amor entregado, sacrificado, sin egoísmos ni “parásitos” llegan los matrimonios a celebrar incluso sus bodas de oro, o ¿acaso alguien cree que el camino recorrido por estas parejas fue fácil?

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El Sacramento del Amor



Seguramente, todos hemos pasado o estamos pasando por la experiencia de estar alejados físicamente de alguien a quien amamos: padres, hijos, nietos, amigos, incluso algún amor.

Precisamente esa experiencia es la que un día hizo que me diera cuenta de la grandeza de la Eucaristía.

Si nos ponemos en el lugar de Cristo, en la última Cena, uno se maravilla ante la fascinante solución que ideó para que nunca estuviéramos separados de Él a pesar de su partida. Ni siquiera inventos tan extraordinarios para facilitar la comunicación entre personas que están distanciadas como son los teléfonos móviles o incluso, Internet, han podido superar a la institución de la Eucaristía.

¡Cuánto debe de amarnos Cristo para idear algo así!

Con dos alimentos básicos y cotidianos en la vida del pueblo, pan y vino, Él hizo el milagro de quedarse con nosotros, de una forma íntima y permanente, tan íntima que entra en nuestro interior como un alimento, y tan permanente que con ello Él estará con nosotros "Todos los días, hasta el fin del mundo".

Ésa es una de mis citas preferidas de los Evangelios. Saber que no quedamos desamparados ni en soledad tras la partida de Jesús hacia el Padre, reconforta y da sentido a nuestra vida cristiana.

Nuestra fe no es en un Dios muerto sino en un Dios vivo que, además, ha decidido quedarse a vivir dentro de nosotros.

Los cristianos debiéramos considerarnos privilegiados por disfrutar de la Eucaristía tantas veces como deseemos. Debería ser un sacramento presente de manera constante en nuestras vidas.

Recuerdo el momento de mi primera comunión, en un primer instante sufrí una gran decepción, creía que el pan consagrado debía saber de una manera diferente, ser más dulce, porque si se había convertido en el cuerpo de Cristo eso tenía que darle un sabor especial. Pero no era así, Dios actúa con formas más sutiles y profundas. Inmediatamente me di cuenta de ello porque comencé a llorar de emoción ante la presencia de Jesús dentro de mí.

Cada vez que me acerco al sacramento de la Eucaristía siento una calidez, una seguridad y protección que me invaden y dan fuerzas. Más aún ahora que sé que con cada comunión, Jesús, además, va a hacer una visita a la pequeña que llevo dentro. No en vano se dice que la Eucaristía es el alimento del alma.

El ser humano, desde siempre, se ha esforzado por acercarse lo máximo posible a la divinidad con todo tipo de ritos y cultos. En el caso de los cristianos, sabemos que ha sido el mismo Dios quien ha querido acercarse a nosotros y lo ha hecho de una forma tan íntima y extraordinaria que podemos hasta comerlo.

Por todo ello debemos agradecer a Dios su gran generosidad y amor. Cuando Jesús decidió entregarse no lo hizo de una sola vez en la Cruz. Él se sigue entregando cada vez que celebramos la Eucaristía, por eso, es el Sacramento del Amor. Un sacramento que debe llevarnos a amar todos los demás de la forma que Él nos pidió:: “Amaos unos a otros como yo os he amado” y se podría añadir, “Como yo os sigo amando”.

Él mismo se hace don, se nos entrega, una y otra vez. Sin tener en cuenta nuestros desprecios, ni rechazos, ni abandonos.

El Beato Manuel González, quien fuera obispo de Palencia, nos invitaba con insistencia a visitar el Sagrario y al Santísimo: “Ahí está Jesús, ahí está. ¡No dejadlo abandonado!” Él supo entender y sentir muy bien la presencia de Jesús en la Eucaristía.

Una presencia a la que deberíamos sentirnos fuertemente unidos. Sólo así seremos capaces de mantener encendida nuestra luz de cristianos, de hacer que nuestra sal no se vuelva sosa.


Escuchar audio: El sacramento del amor

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Amanda Rosa Pérez

Una ex modelo sorprende al mundo con su conversión tras abortar e intentar suicidarse
Tras su exitoso paso, hace ya unos cinco años, por las pasarelas europeas y diversas producciones para la televisión, Amada Rosa Pérez, desapareció de la escena pública sin dejar rastro alguno. Hace poco ha vuelto, pero esta vez no para deslumbrar a hombres y mujeres con sus atributos físicos y su encanto personal sino para dar testimonio de su conversión después de haber abortado e intentado suicidarse.
Amada Rosa Pérez llegó a ser una de las modelos de pasarela más cotizadas del país pero hace cinco años desapareció de la escena pública sin dejar rastro. Hace unas semanas volvió a ser noticia al compartir su testimonio de conversión en una entrevista concedida al diario El Tiempo.
Amada confesó que padeció una enfermedad que le quitó el 40 por ciento de la audición en el oído izquierdo y empezó a cuestionar toda su vida. «Me sentía inconforme, insatisfecha, sin rumbo, sumergida en satisfacciones pasajeras, pero siempre buscaba respuestas y el mundo jamás me las dio», indicó.
«Antes era una persona afanada, estresada, me alteraba fácilmente. Ahora vivo en paz, no me afana el mundo, disfruto cada momento que me ofrece el Señor. Voy a Misa y rezo el Santo Rosario diariamente, al igual que la coronilla de la Divina Misericordia a las 3:00 p.m. Me confieso con frecuencia ante un sacerdote», agregó la colobiana, informa ACI.
Ahora se llama Amada Rosa de Jesús y María, es devota de la Virgen y una activista incansable de la comunidad religiosa Lazos de Amor Mariano.
Amada afirma que «ser modelo significa ser un punto de referencia, alguien cuyas actitudes son dignas de reproducir y yo me cansé de ser una modelo de superficialidad. Me cansé de un mundo de mentiras, apariencias, falsedad, hipocresía y engaños, una sociedad llena de antivalores, en la que se resalta la violencia, el adulterio, la droga, el alcohol, las peleas, un mundo que exalta las riquezas, los placeres, la inmoralidad sexual y el fraude».
«Quiero ser modelo de promoción de la verdadera dignidad de la mujer y no de su utilización comercial», concluyó.
Hablando de los detalles de su conversión, esta vez con la cadena Caracol, la joven de 33 años dijo que tuvo que tocar fondo para re-encontrarse con ella misma.
Un aborto y un intento de suicidio, fueron dos de las razones por las que decidió buscar el cambio. «Yo aborté y eso marcó mucho mi vida por eso estoy acá compartiendo mi testimonio».
Sobre los motivos que tuvo para tomar esas decisiones, Pérez dijo, «uno siente que la vida se le viene encima, que no va a poder con esto, no sentía apoyo y se siente uno solo. Me hacía falta amor, comprensión y apoyo».

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Andrea Bocelli

El cantante italiano Andrea Bocelli revela la historia del embarazo de su madre, durante el cual los médicos le sugirieron que abortara porque nacería con una discapacidad. En un nuevo vídeo elogia a su madre por tomar «la decisión correcta», diciendo que otras madres deben sentirse alentadas por este esta historia, informa CNA.En un vídeo de YouTube titulado «Andrea Bocelli cuenta una "pequeña historia" sobre el aborto», el cantante se sienta al piano y le narra a su audiencia una historia sobre una joven esposa embarazada hospitalizada por «un simple ataque de apendicitis».«Los médicos tuvieron que aplicar un poco de hielo en el estómago y cuando los tratamientos finalizaron los médicos le sugirieron que abortara al niño. Le dijeron que era la mejor solución porque el bebé nacería con alguna discapacidad».«Pero esta valiente joven esposa decidió no abortar, y el niño nació», continuó.«Esa mujer era mi madre, y yo era el niño. Tal vez soy parcial, pero puedo decir que la decisión fue correcta».Dijo que espera que la historia anime a muchas madres en «situación difícil», pero que quieren salvar la vida de su bebé.Bocelli tiene glaucoma congénito y perdió la visión por completo a los 12 años tras ser golpeado en la cabeza durante un partido de fútbol.El vídeo es producido por www.IamWholeLife.com una iniciativa de la «Organización Derechos Humanos, Educación y Socorro» (HERO, por sus siglas en inglés), socia de la estrella de cine pro-vida Eduardo Verástegui.

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La historia de Dick y Rick Hoyt

Se llaman Dick y Rick Hoyt, Dick (de 65 años) es el padre de Rick, que tiene parálisis cerebral, ya que al momento de su nacimiento su cordón umbilical se le enredó en su cuello, lo que le cortó la circulación de oxígeno y sangre al cerebro durante algunos minutos.Desde el principio los doctores daban un pronóstico más que reservado sobre el futuro intelectual del niño. Mas su padre y su madre estaban decididos a criarlo como una persona completamente normal. Sus padres tuvieron dos hijos más, y estaban convencidos de que Rick era tan inteligente como sus hermanos, ya que siempre quiso estar incluido en cualquier actividad, y sus padres hasta le enseñaron el alfabeto. Pero las autoridades de diferentes escuelas pensaban diferente, ya que pensaban que como no podía hablar no iba a poder entender.
Sin embargo, un grupo de ingenieros de la Universidad de Tufts, al haber visto un poco de evidencia de la inteligencia de Rick, le contaron un chiste, y según Dick (su padre, por si se les habia olvidado):
Rick se carcajeó. Entonces ellos entendieron que si podía comunicarse.
Estos ingenieros crearon una computadora interactiva con la cual Rick podía escribir con leves movimientos de su cabeza. El sistema funcionaba en pocas palabras con todo el alfabeto desplegado en la pantalla, Rick movía un cursor de letra en letra hasta llegar a la que quería usar, y con un movimiento de la cabeza la seleccionaba. Sus padres se sorprendieron al leer las primeras palabras de su hijo: “Go Bruins”, cuando en esos momentos los Bruins disputaban la Stanley Cup de hockey de los Estados Unidos, y se dieron cuenta que su hijo seguía con ellos los partidos.

En 1975 Rick fue aceptado por fin en una escuela pública, y convenció a su papá de competir en un maratón junto a él en beneficio de un jugador local de lacrosse que sufrió una parálisis debido a un accidente. Su papá nunca fue un corredor de largas distancias, pero aceptó a competir empujando a Rick de su silla de ruedas. Terminaron de últimos, pero consiguieron su victoria.
Poco a poco fue compitiendo en más eventos, y aunque al principio la actitud de sus “rivales” era intolerante, en siguientes competencias ellos más bien le deseaban éxitos y hasta hacían apuestas con él y su padre (siempre con la intención de hacerlo sentir uno más).
Después de cuatro años de maratones, Rick convenció a su padre de correr en una maratón, aunque su padre no sabía nadar ni se montaba en una bicicleta desde los 6 años de edad. Por este motivo su papá entrenaba hasta 5 horas diarias 5 veces a la semana, una de las razones por la cual Rick considera a su padre su modelo a seguir. En su primer triatlón , en un Día del Padre, terminaron penúltimos.
Para las triatlones, su padre corre empujando la silla de ruedas, pedalea con Rick sentado sobre una silla especial y nada con un bote inflable pequeño, pero pesado y estable (donde Rick se encuentra acostado) amarrado a su cuerpo. Y Rick nunca se sintieron con ninguna discapacidad cuando competían. De hecho, muchos competidores al pasarles a la pareja le decían: “Vamos Rick”; o “Ayuda a tu papá Rick”… y cuando la pareja pasaba a competidores, también decían: “De no ser por vos no estaríamos compitiendo”.
Rick se graduó de la Universidad de Boston como educador especial. Además trabaja en el Boston College desarrollando un sistema con el cual otras personas con parálisis cerebral pueda moverse en una silla de ruedas con movimientos de sus ojos, conectado a una computadora.
Ahora el Equipo Hoyt no solo compite atléticamente, sino que imparten charlas motivacionales alrededor de su país. Página oficial: http://www.teamhoyt.com/

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Adriana Macías

Perfectamente arreglada, coqueta, tiene un pedicure envidiable. A uno se le olvida a los cinco minutos que no tiene brazos.
Adriana Macías (Guadalajara, Jalisco) escribió el libro Abrazar el éxito, donde contaba la historia de su vida, cómo fue aceptarse con su discapacidad y cómo la veían sus papás. A raíz del éxito de ese volumen, nació La fuerza de un guerrero, donde narra la historia de un héroe fantástico, que en su camino conoce a personajes singulares: un joven que escucha con el corazón, a otro que lee con las manos, uno que se mueve entre sombras y a una niña que hace magia con los pies.
-Tu que has vivido con discapacidad toda tu vida, ¿cómo has notado el cambio de la sociedad hacia las PcD?
-Ha habido muchos cambios. Desde la entrada del Teletón se hizo mucha difusión de la discapacidad porque antes era no hay que hablar de eso. Ahora la actitud que tienen las personas sí es diferente, pero nos falta mucho por hacer y qué padre que sigamos teniendo metas. Qué bueno que entre más tengamos más querramos. El Teletón ayudó mucho, pero también la labor de los papás que desde antes se hacía, la labor de muchas asociaciones.
Adriana tiene cuatro meses de casada. Me enseña feliz su anillo que está, junto con el de compromiso, en su dedo anular del pie. Se casó el 26 de abril, un día después de cumplir 30 años. Su esposo, Juan Medina, no tiene discapacidad pero siempre se ha interesado en ese mundo. Sus mejores amigos son un sordo y un invidente.
-Me contrató para dar una conferencia sobre discapacidad. Yo estaba viviendo un proceso de superación de un rompimiento donde ya tenía anillo de compromiso y todo. De repente el chico me dijo: lo pensé bien y no me quiero casar con una persona con discapacidad. Que tal que mis hijos nacen como tu, o si necesito que un día de emergencia me planches una camisa y no vas a poder o si se me antoja un guiso y no vas a poder hacerlo. Fue fuerte, un año difícil. Estuve deprimida, pensé que a la mejor no me tocaba casarme, sino compartir otro tipo de cosas. Fui a una comida con Juan, yo pasé por él en un taxi. Cuando lo conocí, que en ese entonces tenía 29 años dije: con este me caso.
Desde la primera ocasión quedé enamoradísima de él. Tenemos muchos proyectos en conjunto, muchos sueños parecidos. Pero yo estaba superando el proceso, la mamá de Juan acababa de fallecer, estaba un poco triste. Fue un año difícil y de apoyarnos juntos, después de eso nos hicimos novios, cinco años de novios y nos casamos. Juan nunca ha visto mi discapacidad como un obstáculo.
En esa ocasión el mesero le dijo que por favor bajara los pies de la mesa. Cuando se dio cuenta de que era porque no tenía brazos, se apenó mucho. Pero ella, cuando se topa con alguien así, les dice lo mismo:
-Pues mire, la cuestión es que no tengo brazos, pero si se sienta aquí y me da de comer en la boquita, ¡yo feliz! Yo soy muy autosuficiente: me peino, me maquillo, la ropa que traigo hoy, yo me la puse. Cuando necesito usar traje sastre y hay cierres y broches algunos no me los puedo poner, pero él me ayuda. Los dos llevamos la casa muy bien. A veces yo lavo los trastes, a veces él. ¡Ya hubo un día una emergencia y sí le planche la camisa, sí se le antojó algo de comer y sí se lo cociné!
-¿Planean tener hijos?
-Sí, yo quisiera tener uno; Juan dice que 18... Yo le digo que si cada libro es un hijo sí, pero 18 de carne y hueso... Ya iremos viendo. Quizá si viene uno, ya me animo por el segundo. Yo tengo visualizada a una niña, ¡para peinarla y vestirla de rosa, mi color favorito!
-¿Ejerces como abogada?
-Ahorita poco. Reviso contratos. Mis propios contratos para las conferencias, los libros. O cuando Juan tiene algún proyecto o va a registrar algo a derechos de autor. Soy abogada corporativa, pero ya no tengo tanto tiempo por las conferencias, que me gustan tanto. El tiempo libre estoy con mi familia. Mi tesis fue una propuesta de ley para salvaguardar los derechos de las personas con discapacidad, antes de que existiera ninguna.
Pero la vida la llevó a otro lado.
-Siempre les digo que cuando vean a Adriana se vayan con este mensaje: si Adriana que no tiene brazos intenta ser feliz, ayudar y hacer un sueño realidad, yo puedo ser el triple de feliz, ayudar el triple y realizar el triple de los sueños. Mis papas siempre me dijeron que mi discapacidad nunca iba a ser un impedimento para lo que yo quisiera hacer. Creo que los papás en algún momento tienen que sacar la valentía para no sobreproteger a los hijos. Creo que mis papás estaban aterrados. ¿Si a cualquier joven le puede pasar algo, imagínate a una chica sin brazos en la calle, sola y en un mundo no adaptado para una persona con discapacidad. No había tanta concienca como la hay ahora. Pero ellos sabían que si pasábamos ese momento difícil, me iba a forjar mucha confianza. Era la única persona con discapacidad en la Universidad y para mi fue terrible. Pero al ver que mis compañeros lo único que querían era estudiar , era diferente, algo que no esperaban ver. Acepté que tenían derecho a voltearme a ver. Me dio una contractura muscular y dejé de usar las prótesis que usaba en los brazos. Decidí que no iba a perder un cuatrimestre por no poder llevar mis prótesis. Eran un estorbo. Sin las prótesis me sentía desnuda. Pero mis amigos me dijeron: ‘Oye Adriana, hoy sí se te hizo tarde... ¡hasta las prótesis se te olvidaron!'. Esa broma rompió el hielo. Si puedo hacer las cosas mejor con los pies, ¿porqué me angustio tanto?
En una ocasión, a los 15 días de estar haciendo mi servicio social, en el Tribunal Fiscal, la juez cumplió años y me invitaron a un desayuno de la jefa. Y fui... Hasta que llegué me acordé: ¿si yo no como sola en el restaurante, qué voy a hacer? ¿Cómo le voy a decir a mi jefe que me tiene que dar de comer en la boca si tengo 20 años? Tenía pánico. Pero todos estaban tan acostumbrados a verme hacer las cosas con los pies en el tribunal, que me quité los zapatos. Lo primero que tomé fue una taza. Y todos platicaron, en la convivencia, me voltearon a ver pero ya. Me cayó el veinte que la del pánico era yo, la frustrada soy yo. A la gente le da igual como comes, siempre y cuando no le quites de su plato sin permiso.
Doy conferencias y cursos de trabajo en equipo, de calidad. Tengo una conferencia para puras mujeres, donde me voy maquillando poco a poco, se llama "Poder femenino"... Otra que se llama "Del reino animal al mundo empresarial", las estrategias que usan todos los animales para sobrevivir, para hacer estrategias de cazar a sus presas, de protegerse entre ellos y salir adelante como analogía para los empresarios. Escribo para Libre Acceso, en su página, una columna que se llama "Las Andanzas de Adriana" sobre qué tan accesibles son los lugares.
Cuando era niña, pensaba que me iban a salir los brazos cuando creciera. Así como me crecía el pelo, o me salieron los dientes.
Aparte de escribir la segunda parte de La fuerza de un guerrero y quizá más, le encantaría escribir sobre vivir en pareja teniendo una discapacidad. "Me gustaría escribir sobre eso, pero quiero madurar más... Me encantaría escribir un libro, ya que sea mamá, que se llame: ‘Cómo educar a tu hijo con las patas y no morir en el intento'.
"Mi fuerza no nada más es mía, es de mis papás que decidieron tratarme igual que a mi hermana Eloísa. Eso me salvó la vida". Así como podía yo disfrutar y jugar, también sacudía las figuritas de porcelana de mi mamá... Cada día eran menos".
Testimonio de Juanita Hernández de Macías (su mamá)
Desde bebé empezó a agarrar su biberón con los pies y esa fue la luz para nosotros. Dijimos: ahí la vamos a apoyar, todo se lo dábamos en los pies. También tenia sus tareas y responsabilidades en la casa. Fue risueña desde muy chiquita y creo que esa sonrisa fue la que le abrió todas las puertas y le ayudó a que los niños en lugar de que la molestaran, la apoyaran.
En ese tiempo nos sentíamos solos en el mundo, que éramos los únicos con ese reto. Era 1978 cuando nació Adrianita. Encontramos el Centro de Rehabilitación mexicano que lo patrocinaba O'Farrill. Ahí recibimos un poco de apoyo para las prótesis, pero en ese tiempo la tecnología no había avanzado tanto.
En ese tiempo no había terapias para papás, me da gusto que ahora sí. Mi esposo y yo trabajábamos y nos dividíamos llevar a Adrianita a sus terapias.
En nuestro afán de ponerle algo que según nosotros le faltaba, convencimos a los doctores de que le hicieran unas prótesis de bebé que tenemos de recuerdo. Era difícil convencerla de que las utilizara. Pero ella es muy buena para hacer tratos y nos dijo: sólo las voy a utilizar para ir a la escuela, pero en la casa, uso mis pies como siempre. Y aceptamos, ella tenía que decidir también.
Dudamos sobre llevarla a una escuela regular o si darle clases en casa porque no había muchas opciones de escuelas especiales. Pero si hacíamos esto último, la íbamos a apartar del mundo. Fuimos a platicar con los maestros para que la aceptaran, fue difícil. Decían que la podían lastimar. Hasta dijeron que podrían bajar el nivel académico por aceptar a una niña con discapacidad, aunque no se utilizaba ese término entonces.
Aparte de los exámenes normales, también le hacían pruebas de psicología, de escritura. Las pasaba y ya no tenían argumentos para no recibirla y siempre con buenas calificaciones.Su hermana siempre fue muy unida a ella, es un año mayor. En el recreo siempre andaban juntas, sin que nosotros se lo pidiéramos, ella agarró el rol de mamá chiquita.
Yo sabía que era bueno que se enfrentara a las cosas sola, solo la encomendaba mucho con Dios y con la Virgen. Cuando se casó sentí mucha felicidad, es un sueño realizado, sólo me daba temor que se arriesgara a cosas por quedar bien, que la pusieran en peligro. Como en la estufa. Pero veo que Juan la apoya mucho, es muy paciente. Ya se me esta quitando la preocupación porque él la cuida. Viven a cuatro casas de la nuestra. Lo importante es la preparación, la fe. Y la paciencia. A mi me importa que ella sea feliz.




Adriana Macías. Página web: www.adrianamacias.com

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