ULTREIA 9 etapa 7ª


Sarria-Portomarín
22 km
Martes 13 de agosto
PARTE 1
Un día más vibra el móvil. Hoy despierto con sensaciones diferentes al tener que afrontar la despedida definitiva, Martín y Jesús medio dormidos nos dicen adiós y luego continúan su descanso.
Marcelo, Quique y yo salimos a la calle cuando estamos listos. Aún es de noche. Coincidimos con varios grupos pequeños de peregrinos comenzando la etapa a la vez. Nada más salir pasamos por el cementerio y observo que la puerta está abierta. Sorprendida les pregunto a Quique y a Marcelo con tono de humor qué hace el cementerio abierto a estas horas y Marcelo me responde: “Es para dejar salir a los morto-grinos, ellos también tienen derecho a comenzar su etapa”
Así que el camino empieza hoy con risas y buen humor. Estoy plenamente convencida de que Marcelo va a ser un formidable compañero de camino, me ilusiona mucho que se haya unido a nosotros.
Atravesamos prados, cruzamos carreteras y unas vías de tren en medio de la oscuridad nocturna, los que llevamos linternas nos ponemos al principio y al fin del grupo para guiar e iluminar. Buscar las flechas amarillas para no perdernos cuando te encuentras en medio de la noche es mucho más costoso, requiere mayor esfuerzo, ir más atento y fijar más la mirada.
Al llegar al final de una cuesta empinada podemos contemplar las luces de un Sarria que comienza a desperezarse tras el descanso nocturno.
El amanecer vuelve a ser brillante, los tonos dorados se esparcen entre las hojas de los árboles. En este momento del día se puede contemplar el sol directamente y sin peligro de que deslumbre o dañe la vista.
Ésta es una etapa sencilla, aunque hay varias subidas y bajadas pronunciadas, pero falta la hermosura de la etapa del día anterior.
Además, el Camino se ha transformado por completo, sorteamos oleadas de peregrinos a los que Quique llama desde el año pasado turi-grinos. Al principio lo llevo bien, pero reconozco que hay ratos en los que me incomodan, en el fondo, porque aflora en lo profundo de mí la sensación de tener más derechos que ellos sobre el camino por llevar varios días en él. Reconozco que es un sentimiento egoísta, pero está ahí y debo empezar a canalizarlo.
¡Qué diferente me siento hoy respecto al día que comencé a caminar! Ahora ya no soy la novata, miro mis zapatillas y su color gris se ha transformado en marrón por el polvo del camino. Y al mirar los pies de toda esa masa de peregrinos que vamos adelantando, encuentro montones de zapatillas limpias y recién estrenadas.
¡Me siento tan contenta y agradecida con el bagaje que he ido adquiriendo en los 150 kilómetros anteriores!
Mi pie derecho sigue hinchado pero las molestias son más soportables que ayer.
Lo que estoy llevando peor hoy es la espalda.
Hoy la mochila es lo que más me está molestando. Por eso la mochila es mi imagen de hoy.
Cuando ayer fui a la farmacia y cogí medicinas y cremas me preguntaron si tenía alguien para ayudarme a repartir mi peso. Le contesté que venía con mi hermano pero que yo era de las personas que tratan se llevar su carga y no aumentársela a los demás.
Estoy recordado esa conversación varias veces en la etapa de hoy porque no se me adapta bien a la espalda y me molesta mucho el cuello. Tengo sentimientos contrapuestos, me gustaría pasar a otra persona parte de mi peso pero también supone un reto para mí lograr llevarlo todo sola.
Cada peregrino llevamos nuestra propia mochila. No puedo pretender que alguno cargue con mi mochila entera porque es imposible hacer el camino con dos mochilas.
Quizá sí puedes permitir que te ayuden a llevar alguna cosa. Pero, en definitiva, la mochila es tuya y tú debes encargarte de ella.
Es bueno ir acompañado mientras llevas tu mochila y que esa compañía te aliente, te haga más llevadero el trayecto, te haga reír. Precisamente hoy estamos viviendo una etapa de conversación alegre y muchas risas.
Pero no puedo obviar que mis compañeros llevan su propia mochila y lo que nunca podrán hacer es llevar dos mochilas o soltar la suya para cargar la mía.
Con el dolor, los problemas y las dificultades en la vida, pasa exactamente igual. No puedo pretender que otros carguen con lo que me corresponde exclusivamente a mí.
Sería tan injusto como absurdo obligarlos a dejar su mochila para llevar la mía o que lleven las dos a la vez, pero a veces pretendemos eso de los demás y llegamos a enfadarnos tanto con ellos por no hacerlo que nos rebelamos ante la propia vida cuando no nos damos cuenta de que, en realidad, quien tiene equivocado el planteamiento, somos nosotros.

PARTE 2
Hacemos una parada para retomar fuerzas a mitad de la etapa en un bar recogido y rústico, precioso, pero donde todos los peregrinos del mundo han decidido pararse a tomar algo y descansar. Descubrimos que en la parte de atrás tienen un corral donde reina la paz y es allí donde decidimos sentarnos. Para vigilar las mochilas me quedo en la mesa y Marcelo y Quique van a pedir las consumiciones y sellar las credenciales, a partir de hoy tenemos que sellarlas dos veces al día.
Tardan muchísimo en regresar pero lo hacen partiéndose de risa y Quique con la mano manchada de tinta. ¡Una nueva categoría de peregrino ha surgido!: El bolu-grino, que viene de boludo, Marcelo deja su impronta uruguayo-argentina en esto.
Resulta que un peregrino italiano trataba de sellar su credencial y no lograba que el sello pintara, era un sello automático y por más que lo apretaba, nada. “¡No estampa!, ¡No estampa!” decía al dueño del establecimiento que insistía en haber cambiado la tinta ayer y que no podía haberse acabado tan pronto.
Entonces Marcelo y Quique que están esperando a que termine para usar el sello, se dan cuenta de que el pobre peregrino está tratando de sellar con el sello del revés así que, su credencial no tiene sello, pero en la palma de su mano está completamente estampada y cuando Quique trata de explicárselo cogiendo su mano para darle la vuelta y que vea que la tiene llena de tinta, el italiano le da un apretón de manos y le saluda afablemente creyendo que era un saludo de cortesía, así que le deja a Quique la mano pringada de tinta.
Los tres nos partimos de risa cuando lo comparten conmigo y repiten una y otra vez: ¡No estampa, no estampa!
Estando así, llega a nuestra mesa un perro enorme, se le ve pacífico y muy pachorro, mira las galletas de chocolate de Marcelo con avidez. Marcelo le ofrece una y al perro le chorrea la baba, entonces se establece entre Marcelo y el perro un diálogo memorable, Marcelo con palabras y el perro con su mirada y sus babas.
¡Qué bien nos viene reírnos tanto! ¡Hacía demasiado tiempo que no lloraba de la risa! ¡Es tan sano tener al menos, una vez al día, un momento así!

En el último tramo de la etapa me siento con más fuerzas y avanzo más rápido, me apetece un ratito de soledad ya que hoy aún no lo he tenido. Disfruto mucho de la imagen que ofrece el paisaje cuando ya se ve Portomarín al fondo. El camino transcurre a orillas del río Miño, como el sol está radiante se refleja en sus aguas, todo brilla, aguas, arbóles y prados. Me gusta cruzar el puente que lleva al pueblo, cerrar los ojos y sentir la brisa que refresca los sentidos. Miro hacia atrás y veo a Quique y a Marcelo entretenidos haciendo fotos. Sigo caminando y… ¡Horror! Para acabar etapa hoy nos espera una escalera aún más empinada que la de Sarria. No me detengo, he decidido no parar hasta que llegue arriba.
¡47 escalones! Nada más y nada menos, justo lo que ahora mismo necesitan mis piernas.
Pero compensa, compensa la brisa, compensa el aroma, compensa el paisaje, y compensa también algo más banal, que es sentir que has llegado primera y que no  por ser chica te vas a quedar siempre atrás. De nuevo aflora el orgullo.
Marcelo llega antes que Quique, mientras sube le voy animando y al llegar arriba celebro su llegada. Cuando sube Quique decido grabarlo, es entonces cuando Marcelo exclama: “¡Exhausto-grino!”
¡Me encanta cómo nos tomamos las dificultades, con tan buen humor!
Buscamos nuestro albergue y vemos decepcionados que se trata de un macro albergue de 500 plazas, todas las literas en la misma nave corrida, dividida por alguna cortina.
A pesar del disgusto y del miedo a tener por delante una mala noche, seguimos tomándolo con buen humor al afirmar que parece que estamos en la tercera clase del Titannic.
Hoy las rutinas son algo más incómodas por la gran cantidad de gente que estamos alojados en el albergue, pero acabamos apañándonos mejor de lo esperado.
Al terminar las rutinas salimos a comer. Hoy comeremos bien y luego cenaremos algo ligero.
Hay un restaurante cerca con unas vistas maravillosas del Miño, pero no quedan mesas libres. Sin embargo, Marcelo reconoce en una de las mesas comiendo sola a una peregrina con la que ya había coincidido en otros puntos del camino y nos ofrece comer con ella. Se llama Nieves y es muy acogedora. Disfrutamos de una comida muy rica en un entorno maravilloso y con una compañía y charla formidables.
Luego nos vamos a tratar de dormir un poquito de siesta.
A pesar de barullo que se genera al llegar todo un autobús de turi-grinos al albergue, logro descansar, noto que me hace falta.
Al despertarme estoy perezosa para levantarme de la litera y aprovecho a escribir la imagen del día y compartirlo con los amigos que siguen mis pasos en la distancia.
Quique y Marcelo salen a pasear y yo remoloneo un rato más.
Cuando consigo liberarme del saco de dormir salgo a ver el pueblo, el pie derecho me sigue molestando.
Vamos a una tiendecita y compramos cena, sellamos las credenciales en la iglesia y allí disfruto de unos instantes de encuentro con el Señor que me hacen sentir cómo se expanden mis pulmones. La presencia del Señor en el Sagrario siempre me deja paralizada unos instantes, admirada por la grandeza del misterio.
Tras salir de la iglesia, pasamos un rato muy agradable y tranquilo tomando algo en una terracita frente a la iglesia.
Después de cenar grabamos un video a mis peques, hacemos fotos del anochecer y nos acoplamos en unas hamacas que hay en la terraza del restaurante donde hemos comido, allí nos despatarramos y charlamos sosegadamente. Me siento completa, me siento llena, me siento en paz. No necesito nada más en esos momentos.
Nos da cierto miedo ir a descansar porque seguimos pensando que será una noche complicada. Elijo ponerme los cascos con música relajante para no escuchar ronco-grinos y poco a poco voy cayendo dormida, agradecida por el sencillo día de hoy y por ese momento de paz y descanso.



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ULTREIA 8 Etapa 6ª



Fonfría- Sarria
12-08-13
27 km
PARTE 1
Cinco y media de la mañana, la familia nos ponemos en pie. Recojo todo, como siempre, antes de bajarme de la litera. Cuando llega Quique ya tengo recogido también su saco, me gusta darle esa sorpresa por las mañanas.
Desayuno frugal y, ¡en marcha!
Un día más salimos bajo la luz de las últimas estrellas de la noche, vamos los cinco juntos, ilusionados ante esta etapa tan especial. Hoy Jesús y Martín recorrerán sus últimos kilómetros con nosotros. Jesús porque irá desde nuestro destino de hoy que es Sarria, hasta Santiago en bus para poder hacer caminando desde Santiago hasta Finisterre. Martín porque ya no tiene más días disponibles y regresa a Francia. 

He decidido no vivir esta última etapa juntos con la agonía de quien sabe que debe despedirse, sino aprovechándola y con agradecimiento.
El amanecer nos tiene preparada una sorpresa impresionante como despedida.
El día apunta a caluroso pero, de pronto, comenzamos a ver desde el alto por el que estamos bajando, un mar de nubes "de película". Ante tan fascinante espectáculo paramos a hacernos fotos unos a otros. En los rostros queda reflejado el impacto que ha causado en cada uno de nosotros la inmensa belleza que estamos teniendo el privilegio de contemplar. Esa belleza que nos invita a ir más allá (Ultreia), a sumergirnos en lo profundo de nuestros seres a la vez que, a medida que avanzamos, nos sumergimos en el mar de nubes que hemos contemplado desde lo alto. 
 
En algún momento Quique y yo le hablamos a Marcelo de los bicigrinos y se parte de risa al escuchar ese término, así que propone que vayamos haciendo categorías de peregrinos según los vayamos encontrando por el Camino.
El primer pueblo que encontramos es Triacastela, lugar propicio para terminar la etapa que hicimos el día anterior. En él deciden pararse a tomar algo más contundente nuestra familia, pero Quique y yo decidimos seguir avanzando mientras sea posible para que las nubes que nos cubren nos protejan del sol que promete ser de justicia en la larga etapa que tenemos por delante.
En esta parte, el camino se bifurca y hay que elegir si hacerlo más largo pero llano por Samos, o más corto y empinado por el alto San Xil. Elegimos el camino corto pero empinado.
A medida que avanzamos la elección me va gustando más y más. El paisaje por esta parte del camino es, simplemente, mágico. La mayor parte de la etapa transcurre entre paredes de roca cubiertas de musgo y helechos. Vamos, ¡mi debilidad! Y luego un bosque frondoso a un lado y prados verdes al otro lado.
Es, sin lugar a dudas, una de las etapas más bonitas del camino. Según nos vamos metiendo por medio de poblados perdidos y preciosos hacia una subida cubierta por árboles a cada lado, encontramos una casa abierta, al mirar dentro vemos que es un oratorio preparado para peregrinos. Me impacta tanto la delicadeza con la que está colocado todo que ni siquiera me atrevo a entrar para no alterar nada, sólo lo contemplo desde la puerta, como un niño que mira a un helado de chocolate que no puede permitirse comer. Tras unos instantes de duda, acabamos decidiendo no entrar y seguimos avanzando.
En una parte solitaria, en medio de un frondoso bosque, mientras subimos una de las primeras cuestas, ponemos en el móvil a Pavarotti cantando Nessun Norma de Turandot y a grito pelado le emulamos: “Al alba vincero”. “Al alba venceré”, muy bien traído a este momento en el que aún parece que no ha amanecido del todo gracias a la protección de las nubes que nos siguen cubriendo. Nos reímos sin dejar de subir, un paso tras otro.
Me encanta ir viendo pasar los mojones que nos indican los kilómetros que vamos haciendo. Hoy estamos subiendo nuestra marca de kilómetros por hora, bromeo con Quique: “¡Se me desmelena el pelo a esta velocidad!”
Quique y yo vamos hablando, cantando, animándonos, riendo y, también, callando. El Camino da para todo.
Mi pie derecho se va quejando pero no le escucho. Seguimos avanzando. Al llegar al alto San Xil la incredulidad se apodera de nosotros ¡No hay ni un solo establecimiento para poder parar a retomar energías! Así que no queda más remedio que seguir.
A lo largo de estos últimos kilómetros nos estamos reencontrando con grupos de peregrinos con quienes ya habíamos coincidido en otras etapas. Nos alegra mucho el encuentro mutuo y charlamos sin dejar de caminar. Compartimos experiencias y previsiones o planes. Para algunos será su última etapa hasta el próximo año en el que al fin, puedan llegar a Santiago durante sus siguientes  vacaciones.
Todos estos encuentros traen a mi mente la primera imagen del día: Humildad.
Pero hoy dialogamos Quique y yo sobre esa imagen. El encuentro y la escucha con la gente en el Camino ayudan a ampliar la mirada.
Eso lo sumo a todo lo que este año de tanto dolor me ha enseñado: a no juzgar, porque desconozco las circunstancias completas en las que vive cada persona y que la están condicionando.
El Camino te hace ser humilde y, a su vez, te enseña  a valorarte a ti mismo, gracias a los retos que vas superando, gracias a los triunfos que vas logrando. Quique me dice una frase clave: “Ser humilde pero no humillarse”.
Porque a veces hemos entendido mal la humildad de la que nos habla el Señor y nos hemos pasado llegando a humillarnos tanto que nos infravaloramos hasta extremos insospechados, pero Dios nos ha creado como somos y así nos ama, por eso tenemos que aprender a vivir en el punto medio exacto entre la vanidad y el “auto-ultraje”, y ese punto es la humildad.

Las nubes empiezan a desaparecer pero ya son las doce del mediodía y hemos caminado casi 20 kilómetros sin parar así que tras cuatro horas y media de camino decidimos tener un merecido descanso, pero prevemos que se nos va a hacer más largo de lo deseado al ver la cantidad de gente que ha parado en el mismo lugar. ¡Lógico, no hay otro desde Triacastela!

 
Tras más de una hora de parada y cuando ya estamos decidiendo levantarnos, aparece Martín solo, ha dejado atrás a Jesús y a Marcelo.
Quique se ofrece a traerle un bocata y refresco, y yo a darle unas tiritas para sus doloridos pies. Y cuando ya le tenemos atendido decidimos seguir avanzando.
Ahora toca comenzar a caminar bajo un sol abrasador. En algún tramo disfrutamos de las sombras de los árboles y de una brisa que nos devuelve el aire por instantes.


PARTE 2
No estoy haciendo sola ningún tramo del camino hoy, pero sí tengo momentos de silencio y en ellos pienso en otra imagen del día, las Apariencias:
Desde que comenzamos, Quique y yo tenemos que ir aclarando a los demás que somos hermanos y no pareja, ya que es lo primero que piensan cuando nos ven.
La combinación hermano-hermana no la han visto nunca, según nos han dicho en varios albergues.
Prejuzgar por las apariencias es algo que nos sale de forma natural.

En el Camino te das cuenta de la cantidad de equivocaciones que cometemos al juzgar por las apariencias:
En el albergue de hace dos días estuvieron tres franceses: un hombre, una mujer y un chaval. Enseguida interpreté que eran una familia.
Pues bien, al señor acababan de conocerlo y la mujer era la tía y madrina del chico y nos lo contaron cuando les reencontramos en la subida a Cebreiro.
Nuestra compañera de habitación de Vega de Valcarce, la chica coreana que estaba sola, creí que vino para pasar una "aventura exótica", pero en realidad nos contó que hace el Camino porque el año pasado falleció su padre y era tan importante en su vida que ella quería aprender a vivir tras su muerte. Aquel testimonio me conmocionó mucho.
Y así voy viviendo uno y otro caso.
Cada vida es una historia por descubrir. Cometemos un grave error si la simplificamos en base a nuestros prejuicios.

Noto cómo el pie derecho se va hinchando cada vez más, pero no centro en él mis pensamientos. Seguimos avanzando con la ilusión de que Sarria ya está cerca. Pero el final de etapa viene acompañado de un último reto. A la entrada del casco antiguo nos está esperando una escalera que parece colocada a posta para mortificar a quienes llevamos tantos kilómetros andados hoy y, encima, parece que no llegamos nunca a nuestro albergue que está al final del pueblo. Las mochilas nos pesan el doble por el cansancio y nuestro albergue no aparece nunca, los minutos hasta llegar a él se nos hacen eternos. Cuando al fin llegamos vemos que ha merecido la pena, es la casa de los Mercedarios en Sarria, es un macro albergue que está totalmente reformado y muy cuidado. Avisamos a nuestra familia del camino que ya hemos llegado y que deben ir hasta el final del pueblo, estamos alojados justo frente al cementerio.
La ducha de hoy es espectacularmente reparadora. Pero noto que debo hacer reposo por mi pie. Hoy se hace nuevamente necesaria una buena siesta pero luego tenemos que ir de compras, Martín ha prometido cocinar para todos nosotros como cena de despedida y vamos a buscar un supermercado, y de paso, yo buscaré una farmacia. Los chicos me ofrecen que me quede en el albergue para reposar, pero me apetece ver el pueblo, aunque casi no pueda caminar.
Nos disgregamos para abarcar más. Jesús y Marcelo van en busca de transporte para que Jesús vaya hasta Santiago al día siguiente y Martín, Quique y yo nos vamos al supermercado. Creo que estamos haciendo más kilómetros por el super que en la etapa de hoy, primero por no conocer dónde están situados los productos y luego hasta descubrir qué es lo que Martín necesita para su cena estrella. Vamos y venimos por los pasillos mientras hacemos bromas y reímos.
Cuando salimos del super me separo para buscar una farmacia y comprarme una crema antiinflamatoria, la verdad es que mi pie no aconseja andar pero aquel paseíto a solas, hablando por teléfono con mi madre que me cuenta lo bien que están los peques, me hace sentir muy bien.
Sin embargo, antes de llegar al albergue recibo noticias de esa vida que dejas atrás cuando te pones en camino pero que se empeña en perseguirte cuando menos quieres y que me alteran e inquietan tanto que surgen de pronto unas ganas inmensas de llorar que tengo que reprimir para no amargar a los demás. Me siento en el patio a darme la crema y, como si intuyeran que no debía estar sola en esos momentos, llegan Jesús y Marcelo a sentarse conmigo. Alguien me avisa de que Quique está afanado desde que llegó limpiando mi toalla de microfibra que ha caído al suelo y se le han pegado hojas por todos lados, ¡es imposible de limpiar! Y a mí me parece mentira que cueste tanto quitarle las hojitas, hasta que Quique descubre que con agua caliente se van despegando, pero antes de ver el resultado final y dada la hora que es, no se arriesga a que me vaya sin toalla y va a comprarme una a la entrada del pueblo, quiero ir yo pero no me deja ir a mí para que cuide mi pie. ¡Cuánto le agradezco ese cuidado!
Al albergue han llegado nuestras chicas del norte y con ellas celebraremos también la cena.
Martín se pone manos a la obra con la cena y yo me ofrezco de pinche, la verdad es que supone un esfuerzo impresionante para mí, no sólo físico, sino también anímico, tragar saliva para no echar a llorar. Pero siempre los esfuerzos son recompensados y poco a poco, voy empezando a volar por encima del malestar. Tinna y Astrid también colaboran con la preparación de la cena, eso ayuda a que yo pueda establecer más comunicación con ellas porque con mi escaso inglés no he podido hacerlo muy bien hasta ahora.
Descubro que en la cocina del albergue hay un super tarro de Nutella y no me resisto a fotografiarme con él. Encima, ¡está lleno de deliciosa crema de cacao! pero no la pruebo por falta de tiempo, ya que estoy ejerciendo de pinche de Martín y ¡es un cocinero muy exigente! Aunque también agradecido.
Poco a poco vamos dejando solo a Martín, primero las chicas y luego yo, que le digo que necesito sentarme, pero antes dejo la mesa preparada. Agradezco haber hecho el sacrificio inicial de estar allí porque el servicio siempre trae su recompensa.
Cuando al fin llega Quique con mi nueva toalla, todos nos sentamos a cenar, yo estoy situado en zona angloparlante, por lo que participo poco de la conversación, pero voy sintiendo mi corazón más sosegado y entregado al servicio a los demás.
Al terminar la cena entono la canción de despedida “Algo se muere en el alma”. Jesús se emociona en cuanto empiezo, Martín se sorprende a medida que va escuchado la letra y todos los españoles la cantamos a la vez. Es muy bonito ver en sus rostros el agradecimiento y el cariño que sienten.
Siento que hoy no es día para acostarse pronto pero mi cuerpo lo pide, así que cuando proponen ir a tomar algo por ahí rechazo la oferta y Quique y yo nos vamos a descansar.
Mañana comienza una nueva forma de caminar, sin Jesús y sin Martín pero con Marcelo entre nosotros, hemos dejado de ser dos para ser tres. ¡Qué riqueza!
El último aprendizaje del día viene con la despedida de Jesús y Martín, como en la vida, hay personas que permanecen y otras que aparecen solo en momentos puntuales para regalarlos una enseñanza o una felicidad. En vez de vivir amargados por su ausencia, el camino te enseña a vivir agradeciendo su presencia mientras duró.
Aprender a disfrutar de ellos cuando están y agradecer lo vivido con ellos cuando ya se van y no pueden estar, es otra gran enseñanza del Camino.

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