DEJARSE TRANSFORMAR POR ÉL



A lo largo de su vida, Jesús se encuentra con multitud de personas, los evangelios nos narran con detalle muchos de esos encuentros.
El encuentro con Jesucristo no deja indiferente a nadie aunque en cada persona va a producir un impacto distinto.
Ya desde su mismo nacimiento, hay una gran diferencia entre quienes se acercan humildemente hasta el portal o quienes se ponen en camino y hacen un largo viaje para llegar a Él,  y aquel que quiso matarlo por miedo a perder su poder.
En su vida pública, los encuentros se suceden. Por poner algunos ejemplos, está la llamada personal a cada uno de sus apóstoles, los encuentros con la multitud a la que alimentó, con todos aquellos que fueron sanados, con los fariseos y sacerdotes, con Pilato, con las mujeres, con los niños, con sus discípulos tras la resurrección, y tantos otros encuentros que nos muestran cómo la Salvación que trae Jesucristo no está circunscrita a un determinado grupo de personas, sino que es universal.
Los Apóstoles lo dejan todo para seguirle tras recibir su invitación, pero cada uno tiene su propio ritmo de evolución personal. A pesar de la impetuosidad y el voluntarismo de Pedro, por ejemplo, no llegará el auténtico cambio hasta mucho después, tras la resurrección del Señor.
Tuvo encuentros con mujeres como la samaritana, que era considerada indigna para los judíos por ser mujer y por ser samarita, pero que tras cruzar unas pocas palabras es capaz de reconocer en Jesús al Cristo, al Hijo de Dios vivo que viene a salvarnos.
Jesús tuvo conversaciones y encuentros con muchos fariseos y sacerdotes, aunque quizá sea mejor hablar de desencuentros ya que no estaban en disposición de asumir la llegada del Reino de Dios anunciado por Jesús. Solo alguien como Nicodemo fue capaz de acoger e interiorizar y entender el mensaje del Mesías cuando le dijo que había que volver a nacer y que había que hacerlo del Espíritu.
También están los encuentros con aquellas personas en quienes realizó curaciones. Cada uno de los sanados reacciona de forma muy distinta:
De diez leprosos sólo uno regresa a darle las gracias.
Otros, como el ciego Bartimeo, la mujer pagana, el centurión romano, acuden con una fe firme y confiada. Algunos, incluso, tras su curación, comienzan a seguirle.
La suegra de Pedro tras ser sanada muestra la entrega del amor con su servicio.
Hoy, Cristo se está acercando a nosotros de forma constante e incansable, a pesar de que no le reconozcamos. Con esos encuentros, Él no pretende que nos convirtamos en alguien que no somos, Dios nos ha hecho tal cual somos y así nos ama.
Pero, una vez que se da ese encuentro en nuestra vida, no podemos ser indiferentes sino que debemos vivirlo como el punto de inflexión para empezar a ser del todo uno mismo, ser tal y como Dios nos sueña, ser aquello para lo que fuimos creados. Él no busca “deformarnos” sino TRANSFORMARNOS. Los encuentros con Jesús nos restauran y confirman en la misión que Él tiene pensada para nosotros.
En la película “La casa de mi vida”  aparece un diálogo de un padre con su hijo adolescente en el que se muestra de forma sencilla cómo puede darse la transformación en las personas:
“Los cambios pueden ser tan constantes que no veras la diferencia hasta que sea obvia.
O tan lentos que no sabrás si tu vida es mejor o peor hasta que lo sea.
O puedes cambiar del todo y ser alguien diferente en un instante”

Cada persona tenemos nuestra propia particularidad y Dios respeta los momentos y los ritmos de cada uno de nosotros. No fuerza a nadie sino que deja en libertad y espera pacientemente nuestra llegada en el preciso instante que nos corresponde.
“Todo encuentro con Jesús es desde la libertad, todo diálogo con Él es un diálogo entre dos libertades”.
Pero, ¿por qué tenemos que llegar a algún sitio?
Pues porque necesitamos dar sentido a nuestra vida para alcanzar la felicidad y que eso sea lo esencial mientras que los problemas y las preocupaciones sólo sean circunstancias de cada etapa que vivimos.
¿Y por qué para ser felices debemos llegar precisamente a Él?
Porque sólo con nuestra vida transformada quienes nos rodean podrán saber del amor, de la libertad, de la alegría, del perdón.
Y porque sólo Él, con su Amor infinito, puede enseñarnos a disfrutar de cada cosa que nos regala día a día para poder ser nosotros mismos siendo más suyos, con la certeza de que Él es nuestro compañero de camino, el Amigo que nunca falla.

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QUE EL MUNDO NO SE ACABA



Se puso de moda hablar de la existencia un ya famoso calendario de la antigua cultura Maya en el que se establecía que existirían cuatro ciclos cósmicos y el fin del mundo llegaría al concluir el último ciclo y éste fue fechado en el día 21 de diciembre del año que acabamos de terminar.
No hubo una sola clase en la que alguno de mis alumnos afirmara que el Fin del Mundo era inminente. Y me preguntara con inquietud qué podríamos hacer ante esa inminencia.
Lo cierto es que las falsas profecías apocalípticas se han sucedido innumerablemente a lo largo de la historia de la humanidad. Vamos, que el mundo se tenía que haber terminado ya varios cientos de veces. Más aún desde el mismo comienzo del nuevo milenio, hace ya, trece años. Y, sin embargo, aquí seguimos
Con esto del fin del mundo he recordado una canción que sonaba hace más de dos décadas que se titula “Que no se acabe el mundo”.
Su estribillo decía así:
QUE NO SE ACABE EL MUNDO
QUE AUN QUEDAMOS GENTE PARA DARLE VIDA
BENDITA SEA LA TIERRA
YO NO TENGO GANAS DE UNA DESPEDIDA
ABRAZAME PARA QUE TODOS SEPAN SIN DECIRLES NADA
QUE QUEDA MUCHO AMOR,
QUE QUEDA MUCHA FE, QUE EL MUNDO NO SE ACABA”

La verdad es que la situación de crisis tan fuerte que estamos viviendo, una situación de la que casi nadie logra ver una solución a corto plazo, puede parecernos de por sí, el mismo fin del mundo o, al menos, del mundo tal y como lo hemos conocido hasta ahora. Aunque eso no tiene por qué ser tan malo si aprovechamos la oportunidad para cambiar nuestros hábitos egoístas, materialistas y derrochadores.
No podemos perder la ESPERANZA en este mundo a pesar de estar desorientado y desastrado. “¡Que aún quedamos gente para darle vida!”. La solución vendrá si mantenemos firmes la FE y el AMOR,
Escuchábamos en uno de los evangelios de la semana pasada el relato del milagro de Jesús caminando sobre las aguas. Los discípulos estaban fatigados por estar remando con el viento en contra. Y Jesús, que estaba en la orilla, contemplando su esfuerzo, comienza a caminar sobre el mar dirigiéndose hacia ellos.
Ellos se asustan, creen estar viendo un fantasma y se ponen a gritar. Entonces, Jesús les habló diciéndoles: “¡Ánimo!, que soy yo, no temáis”.
Qué sencillo es trasladar este pasaje al momento histórico que estamos viviendo y, también, a muchas de las etapas que atravesamos en nuestras vidas.
Cansados de remar en contra del viento y de la corriente, podemos caer en la tentación de sucumbir al desaliento, a la desesperación. Hasta podemos llegar a ver fantasmas que aumenten nuestro temor y desconfianza, que nos empujen al sinsentido.
Cuando nos sentimos atrapados en medio de la noche oscura. Cuando nuestra mente y nuestro corazón no son capaces de ver el más mínimo atisbo de luz que nos guíe hacia una solución o, al menos, una salida, una vía de escape. Cuando parece que nada tiene sentido y resulte casi impensable poder seguir, ya no digo viviendo, sino tan siquiera sobreviviendo. Cuando el peso que cargan nuestras espaldas creamos que va a partirnos porque sentimos que no estamos capacitados para soportarlo. Cuando creamos que las circunstancias están por encima de nosotros y nos vencen, mantengamos una CONFIANZA, aunque sea débil o incluso, aparentemente, ilusa:
¡Cristo está siempre ahí! Atento a nuestra fatiga, velando por nosotros.
Qué vivificante es repetir en nuestro interior, hasta sentirlas vibrar, las palabras del Señor: “¡Ánimo!, que soy yo, no temáis”.

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