QUE EL MUNDO NO SE ACABA
Se puso de moda hablar de la existencia un ya famoso calendario de la
antigua cultura Maya en el que se establecía que existirían cuatro ciclos
cósmicos y el fin del mundo llegaría al concluir el último ciclo y éste fue fechado
en el día 21 de diciembre del año que acabamos de terminar.
No hubo una sola clase en la que alguno de mis alumnos afirmara que el
Fin del Mundo era inminente. Y me preguntara con inquietud qué podríamos hacer
ante esa inminencia.
Lo cierto es que las falsas profecías apocalípticas se han sucedido
innumerablemente a lo largo de la historia de la humanidad. Vamos, que el mundo
se tenía que haber terminado ya varios cientos de veces. Más aún desde el mismo
comienzo del nuevo milenio, hace ya, trece años. Y, sin embargo, aquí seguimos
Con esto del fin del mundo he recordado una canción que sonaba hace
más de dos décadas que se titula “Que no se acabe el mundo”.
Su estribillo decía así:
“QUE
NO SE ACABE EL MUNDO
QUE AUN QUEDAMOS GENTE PARA DARLE VIDA
BENDITA SEA LA TIERRA
YO NO TENGO GANAS DE UNA DESPEDIDA
ABRAZAME PARA QUE TODOS SEPAN SIN DECIRLES NADA
QUE QUEDA MUCHO AMOR,
QUE QUEDA MUCHA FE, QUE EL MUNDO NO SE ACABA”
QUE AUN QUEDAMOS GENTE PARA DARLE VIDA
BENDITA SEA LA TIERRA
YO NO TENGO GANAS DE UNA DESPEDIDA
ABRAZAME PARA QUE TODOS SEPAN SIN DECIRLES NADA
QUE QUEDA MUCHO AMOR,
QUE QUEDA MUCHA FE, QUE EL MUNDO NO SE ACABA”
La verdad es que la situación de crisis tan fuerte que estamos
viviendo, una situación de la que casi nadie logra ver una solución a corto
plazo, puede parecernos de por sí, el mismo fin del mundo o, al menos, del
mundo tal y como lo hemos conocido hasta ahora. Aunque eso no tiene por qué ser
tan malo si aprovechamos la oportunidad para cambiar nuestros hábitos egoístas,
materialistas y derrochadores.
No podemos perder la
ESPERANZA en este mundo a pesar de estar desorientado y
desastrado. “¡Que aún quedamos gente para darle vida!”. La solución vendrá si
mantenemos firmes la FE
y el AMOR,
Escuchábamos en uno de los evangelios de la semana pasada el relato
del milagro de Jesús caminando sobre las aguas. Los discípulos estaban
fatigados por estar remando con el viento en contra. Y Jesús, que estaba en la
orilla, contemplando su esfuerzo, comienza a caminar sobre el mar dirigiéndose
hacia ellos.
Ellos se asustan, creen estar viendo un fantasma y se ponen a gritar.
Entonces, Jesús les habló diciéndoles: “¡Ánimo!, que soy yo, no temáis”.
Qué sencillo es trasladar este pasaje al momento histórico que estamos
viviendo y, también, a muchas de las etapas que atravesamos en nuestras vidas.
Cansados de remar en contra del viento y de la corriente, podemos caer
en la tentación de sucumbir al desaliento, a la desesperación. Hasta podemos
llegar a ver fantasmas que aumenten nuestro temor y desconfianza, que nos
empujen al sinsentido.
Cuando nos sentimos atrapados en medio de la noche oscura. Cuando
nuestra mente y nuestro corazón no son capaces de ver el más mínimo atisbo de
luz que nos guíe hacia una solución o, al menos, una salida, una vía de escape.
Cuando parece que nada tiene sentido y resulte casi impensable poder seguir, ya
no digo viviendo, sino tan siquiera sobreviviendo. Cuando el peso que cargan
nuestras espaldas creamos que va a partirnos porque sentimos que no estamos
capacitados para soportarlo. Cuando creamos que las circunstancias están por
encima de nosotros y nos vencen, mantengamos una CONFIANZA, aunque sea débil o
incluso, aparentemente, ilusa:
¡Cristo está siempre ahí! Atento a nuestra fatiga, velando por
nosotros.
Qué vivificante es repetir en nuestro interior, hasta sentirlas
vibrar, las palabras del Señor: “¡Ánimo!, que soy yo, no temáis”.
Publicar un comentario
Deja aquí tu comentario, será publicado en unos minutos