Cargar la Cruz

En demasiadas
ocasiones he oído a gente creyente justificar esos dolores como pruebas Dios nos
envía.
Y yo no puedo
dejar de cuestionarme: ¿Por qué Dios tiene que probarnos? Y, ¿Qué es lo que exactamente
está probando: nuestra valía, nuestro aguante, nuestra paciencia, nuestra
fuerza?
Si
Él tiene “contados hasta los pelos de nuestra cabeza”, no entiendo que necesite
hacer algo así para conocernos más o mejor. ¡Menos aún cuando parece, según qué
circunstancias, que hasta debe de gozar ensañándose con nosotros!
¡No!,
¡Dios no puede hacer eso!, ¡Me niego a creer en un Dios así! De hecho considero
que si a alguien que lo está pasando mal, y se le trata de “consolar” basándose
en esa visión de Dios, podría, incluso, acabar renegando de Él, de ese dios
sádico…
Pero es
que, el Dios que se nos revela desde Jesucristo ¡es un Dios AMOR! ¡Un Dios que
se entrega por nuestra Salvación! Y la Salvación no es otra cosa que la Felicidad.
Precisamente
la fe en Dios AMOR, es la motivación, el impulso para afrontar las cruces más o
menos pesadas de la vida desde la esperanza y la determinación, desde la
certeza de que la cruz no es el fin del camino.
Vivir
los problemas desde el conocimiento de que el mismo Dios hecho hombre carga con
su cruz y la vence, es fuente de fuerza y de luz para los que creemos en Dios
AMOR.
Un
Dios que nos dice que muramos a nuestras comodidades y egoísmos no es lo mismo
que un dios que exija que nos “asesinemos” ahogándonos en una situación de la
que Él mismo nos puede RESCATAR, SALVAR, si nos abandonamos a su AMOR y a su Voluntad,
que no es otra que la de que seamos verdaderamente felices.
Ser
feliz es tener una vida llena de sentido, es tener la respuesta de porqué y
para qué estamos aquí.
Víctor
Frank, psicoanalista judío que sufrió la experiencia de los campos de
concentración, decía en su libro “El hombre en busca de sentido”: “Si tienes un
porqué en la vida, podrás afrontar
cualquier cómo”.
Precisamente,
el AMOR de Dios es ese “porqué” en la vida. Dios nos ha creado por Amor y para
que amemos. Dios que nos ama, quiere nuestra felicidad, quiere nuestra
plenificación, nuestra realización personal, quiere que desarrollemos todas
nuestras capacidades de amar y de ser amados desde la fuente de todo AMOR:
Dios. Y quiere que cumplamos con el proyecto de vida para el que fuimos
creados. Quiere que atendamos a nuestra llamada interior, a nuestra vocación de
“ser en el mundo”.
Las
cruces, dificultades o problemas, son, simplemente, la parte dolorosa de
nuestra vida limitada. Y no una prueba que Dios nos pone porque aún no se fíe
bien de nosotros. Las cruces esconden la posibilidad de que descubramos la inmensa grandeza que tenemos
guardada, la enorme capacidad de fuerza y de superación que poseemos, de la que
hemos sido dotados por nuestro Creador. Una ocasión, al fin, de ser ejemplo
para los demás.
El
Dios Amor que se nos ha revelado en Jesucristo viene a decirnos que no estamos
solos porque Él está con nosotros “todos los días, hasta el final de este
mundo”.
Que
Él nos conoce mejor que nosotros mismos y sabe que con su Presencia, seremos
capaces de superar cualquier cruz, por muy dolorosa y pesada que sea su carga.
Y no sólo superarla, sino poder llegar a
amarla, porque el Dios Amor que se nos ha revelado en Jesucristo viene a
mostrarnos que en el camino hacia el calvario es una gran oportunidad para
aprender, que la cruz bien llevada trae numerosos y buenos frutos, que puede
sacar lo mejor de nosotros mismos. Porque ¡Él “hace nuevas todas las cosas”!
El
artista Miguel Ángel, genio de la arquitectura, pintura y escultura, decía que
él sólo quitaba a los bloques de mármol lo que les sobraba, nuestras cruces
esculpen la roca de la que estamos hechos para sacar de nosotros una hermosa,
única e irrepetible obra de arte.
Vivir
el dolor de esta manera es llegar a amarlo, a amar la cruz y sentir que al
final del camino siempre está la Victoria de la Resurrección.
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