17 QMEV – TOMAR DECISIONES
¡Libertad!
Es el grito victorioso de William Wallace justo antes de morir torturado en la
película “Brave Heart”
Libertad
es el valor que ha escalado por encima de cualquier otro encumbrándose en
nuestra en la escala de valores, incluso por delante y muchas veces en
menoscabo de la verdad.
La
bandera de la libertad es la que se enarbola constantemente para justificar y
defender toda proclama de derechos, jamás de obligaciones.
Pero
la libertad no nos viene dada sin más por mucho que aparezca así regulado por
nuestros ordenamientos jurídicos.
La
libertad tiene que ser conquistada día a día, no sólo en el ejercicio de
nuestros derechos sino también, y sobre todo, en el cumplimiento de nuestras
responsabilidades y obligaciones.
Se
dice que Jesucristo tenía SEÑORÍO de sí mismo, o lo que es igual, tenía
posesión de sí mismo.
De
hecho, cuando llega la hora, anuncia que nadie le quita la vida sino que es Él
quien la entrega, desde su absoluta libertad. Tiene posesión de sí mismo y por
eso ELIGE.
Elegir,
tomar decisiones.
Cada
día tomas miles de decisiones, desde levantarte o no la primera vez que suena
el despertador, qué desayunar, cuándo, dónde, qué ropa ponerte y un sinfín más,
constante, sin pausa.
Absolutamente
todas las decisiones que tomas tienen consecuencias. Serán más o menos
trascendentes, pero todas son el eslabón que une la cadena de los
acontecimientos en tu día.
La
mayoría de las decisiones las has aprendido a tomar de manera mecánica e
inconsciente. Son hábitos adquiridos a lo largo de los años y suele tratarse de
decisiones con consecuencias aparentemente intrascendentes.
Pero
existen decisiones mucho más difíciles de tomar. ¿Y por qué cuesta tanto?
Primero
porque renunciar no gusta. Lo quieres todo. Lo quieres todo porque en tu
naturaleza humana está impresa la sed de infinito y además, esa sed de infinito
te la está alimentando a cada paso eso que llamamos “sociedad de consumo” que,
por otra parte, te lleva a la insatisfacción constante para seguir consumiendo
sin freno y sin fin en una búsqueda desesperada por cubrir vacíos y poner
parches a heridas que quedan taponadas pero no sanadas con tal de lograr
inmediatez. De no tener que esperar.
Segundo,
porque a la hora de elegir, deseas tener la absoluta certeza de que no tomarás
decisiones equivocadas que traigan consigo algún tipo de contratiempo o
dificultad.
Tercero,
porque si te equivocas los demás verán tu debilidad. Se te exige desde pequeño
una perfección inalcanzable, digna sólo del mismo Dios. Despréndete de esa
carga. Dios sólo hay uno y nadie más es perfecto.
Quisieras
no fallar a nadie, que todos estuvieran contentos con tu decisión. Que a nadie
le molestara tu elección.
La
inseguridad que sientes te convierte en el perfecto coleccionista de opiniones
para poder ir elaborando tu estadística personal en función de los criterios
ajenos que chocan, en muchas de las ocasiones con lo que tu mente y tu corazón
te indican.
Te
sientes atrapado entre los criterios propios y los criterios ajenos, intereses
que se contraponen, ventajas, desventajas, pros y contras, tu cabecita mareada y
tu corazoncito inquieto.
“¡Dame
el don de la sabiduría!” Clamas a Dios o a quien sea si en estos momentos dudas
hasta de su presencia.
Este
trajín interior puede llevarte la próxima vez a tomar la primera decisión que marque
tus impulsos sin más y así evitar desazonarte durante la elección.
Entonces
echarás la responsabilidad de las consecuencias de tu decisión a la buena o
mala suerte, cuando no a cualquier otro, el primero que pasaba por tu lado en
el momento.
Eso
te trae nuevos desgastes porque te afanas en buscar excusas y justificaciones
de manera desaforada, disfrazando de tal manera la verdad que ni hasta tú mismo
creerás tu propia invención, lo cual no va a ayudarte nada de nada a tomar
posesión de ti mismo.
Nadie
conocemos ni conoceremos las consecuencias exactas de cada cosa que elegimos.
No somos adivinos ni futuristas. Ni tampoco infalibles. Ni existen fórmulas
perfectas para tomar la decisión más adecuada.
Pero
sí puedes hacer un ejercicio de discernimiento sosegado y realista a la hora de
elegir. Encajando las piezas y viendo si tu elección está condicionada por los
demás, por tu afán de perfección, por tus intereses particulares, por tus
afectos, por tus impulsos, por el qué dirán y por tantas circunstancias que
pueden condicionar pero no ayudar a elegir de forma sólida y responsable.
Sólo
puedo darte una clave a la hora de elegir y ésa es una vez más, el amor. Ama a
Dios sobre todas las cosas y ama a los demás como a ti mismo.
Cómo
aplicarlo a cada momento es un arte, ¡practícalo con ilusión!
Acoge
tu realidad y una vez que elijas, sé audaz y consecuente. Y si hay que pedir
disculpas, no tengas miedo.
Cuando
te equivoques no te fustigues, sólo asume la responsabilidad de tu elección y
piensa en lo que Jesucristo dijo de la mujer pecadora que cayó llorando a sus
pies:
Sus
muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho. Lc. 7, 47
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